POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA DE LAGOS DE MORENO, JALISCO (MÉXICO)
Con una enorme carrera judicial de la que me siento incapaz de escribir, refiero aquí un simple anecdotario en recuerdo a mi querido tío Mariano Azuela Rivera, dueño de una gran cantidad de cualidades que no alcanzo a enumerar: formidable melómano capaz de conocer autores, nombres y por su temperamento directores de orquesta de las obras que llegaba a escuchar. Gran aficionado a la tauromaquia que heredara por la gitana vena materna, pero sobre todo, dueño de una ironía y agilidad mental que quedan demostradas en las siguientes líneas.
Luego de trabajar en diferentes esferas del ámbito judicial, finalmente es nombrado Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en el año de 1951; siete años después, un desatino presidencial le hizo llegar al Senado de la República; contaba muy en privado Humberto Romero Pérez -secretario particular de Ruiz Cortines y de López Mateos-, que se presentaron en 1958 las ternas de candidatos a las cámaras al presidente de la república, en las que a alguien se le ocurrió meter al ministro Azuela por el estado de Jalisco; el presidente lo palomeó diciendo: -Este me cae bien, escribió una obrita que me gusta, “Al filo del agua”, se lo merece. Por supuesto, nadie osó en aclarar al presidente la barbaridad que estaba diciendo al confundir al ministro con su padre y al Doctor Azuela con Agustín Yáñez. La nominación no fue de su agrado aunque tampoco era la época en que se podían andar refutando las decisiones del sistema. Él, recalcitrante católico, totalmente apolítico, tuvo que soportar todo tipo de bromas como la de mi tío Enrique quien decía a sus allegados: -Vean como, no sólo de PAN vive el hombre, también de PRI… Algún día el tío Mariano me comentó entre risas que sus reportes de campaña al partido, eran con fotos tomadas saliendo de misa de doce, siempre rodeado de multitudes.
Durante la gira presidencial por el estado de Jalisco acompañó a López Mateos junto con su hermano Salvador en el mismo autobús; él platicaba al fondo con el candidato presidencial, seguramente haciendo recuerdos de aquella su lejana campaña vasconcelista; a lo lejos se escuchaban las carcajadas propiciadas por la inteligente plática de Mariano que mantenía en un puño a sus acompañantes, aunque respetuoso con el candidato presidencial. Por picarle la cresta, López Mateos le dijo a Salvador: -Qué bárbaro, tu hermano tiene un ingenio y una agudeza que lo hace verdaderamente célebre, ¿tú que opinas? -Pues lo que sí te puedo decir es que mi hermano es más célebre por sus chistes que por sus sentencias de la corte… La carcajada de don Adolfo no se hizo esperar exclamando hacia el frente del autobús: -¡Mariano, Mariano..! ¿ya escuchó lo que dice su hermano?; que usted es más conocido por sus chistes que por sus sentencias… Con el ingenio que le caracterizaba, contestó con un revés: -Señor candidato, lo que pasa es que mi hermano a lo único que le entiende es a mis chistes… La carcajada fue general.
Estando en Guadalajara en algún evento partidista, un periodista despistado le preguntó si aspiraba llegar a gobernar el estado de Jalisco; dado su carácter totalmente apolítico, molesto le contestó: -No puedo gobernar mi casa, voy a gobernar Jalisco…
Se cuenta que el dueño de la cantina Montmartre de la calle de López, a la que asistía frecuentemente hasta antes de su ingreso a la Corte algún día lo encontró, preguntándole el motivo de su ausencia; -Mire, entienda usted que como Ministro, no me la puedo pasar en la cantina, por respeto a la investidura de la Corte. Pasó el tiempo y se vuelven a encontrar cuando don Mariano estaba en su fugaz paso por el Senado de la república. -Don Mariano, ahora sí no tiene usted pretexto para dejar de visitarnos, ya no está usted en la Corte. -Querido amigo, eso es imposible -contestó-; entienda la situación, ahora soy Senador, creo que debemos cuidar ¡la investidura de la cantina..!
Capaz de ingerir copa tras copa de cognac en reuniones interminables, nunca conocí a alguien que dijera haberlo visto “en estado inconveniente”; sin embargo, tratando de evitar problemas en casa por sus llegadas a deshora, mandó a hacerse una puerta de acceso hacia su propia habitación a la que llamó “La Puerta Mariana”, por la que entraba cuando lo consideraba prudente.
A la llegada de López Mateos a la presidencia de la república, don Mariano pidió una entrevista solicitándole como un favor especial le permitiera dejar el Senado -caso único en su historia-, para regresar a sus funciones como ministro de la Corte, a lo que accedió el presidente.
Entrando en materia religiosa, se llegó a burlar en sus disertaciones con respecto a aquellos que sin creer en Dios, adoraban a una figura de Juárez: “no creen en Dios, pero sí creen en los Ángeles de los que siempre le rodean”. Sus duelos verbales en torno a la religión fueron memorables como cuando por estocada final exclamó a un colega: -¡Entienda señor Ministro, usted no es ateo, usted solamente es juarista!
Muchos son los epigramas que le llegó a dedicar su amigo y alumno, Pancho Liguori, cito solamente uno de ellos que lo define de cuerpo entero: “Mariano, sapiente buho / irónico tecolote; en ti Sancho y don Quijote, entonan un canto a dúo”.
Le molestaba que su gran cantidad de amigos, conscientes de su gran habilidad y maestría en el uso de la palabra, le insistían de manera constante en que se pusiera a escribir, lo que no era de su agrado. Algún día, rodeado de comensales que insistían en el tema les cortó de tajo argumentando: -No escribo porque, si como dicen, soy muy bueno en el uso del lenguaje, puedo acabar fregando a mi padre, y el Mariano Azuela que será conocido en el mundo de las letras seré yo; pero también, si salgo muy malo, terminaré fregando a mi madre, nadie me va a leer ni a comprar mis obras, por eso no escribo, punto final.
Habiendo podido laborar como ministro hasta 1974, se retiró dos años antes, oponiéndose terminantemente a que se le llegara a retirar por viejo.
Sea este un cariñoso recuerdo para el genial tío Mariano, tan temido por su ironía, como querido por su integridad, superior a su simpatía.