EL CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA, ANTONIO LUIS GALIANO, ASEGURA QUE TAN BIEN SE COMÍA EN EL RESTAURANTE MONTEPIEDRA Y TAN PROVECHOSO ERA HACERSE EL ENCONTRADIZO POR LA PLAYA, QUE ACABÓ PISANDO LA ARENA ORIOLANA ADOLFO SUÁREZ
Algunas de las personas más influyentes de los años 60 se enamoraron de la Dehesa de Campoamor, de sus playas vírgenes y de su buen comer.
«El que regala bien vende… si el que recibe lo entiende», dice un viejo refrán tan español como el empresario Antonio Tárraga Escribano, que lo aplicó en una finca que fue el ojito derecho del poeta Ramón de Campoamor, su propietario y a la que dio su nombre. Este promotor turístico, murcianico de San Pedro del Pinatar, fue uno de los visionarios que alumbró este país allá por los 60. Se debatía entre las carreras por escapar de «los grises» y por echarle mano a una sueca, como cuenta el futbolista, Juan Cartagena, hijo del exalcalde Luis Cartagena, que lleva medio siglo veraneando por lo que fue la finca del poeta.
En los 16 kilómetros de costa virgen de Orihuela, Tárraga metió a lo más granado de la política española de los últimos estertores franquistas y también a los que apenas perdieron el bronceado de esas playas cuando lideraban una Transición que guillotinó el régimen y más tarde dejó «en pelotas» a las suecas que persiguió. Tárraga les dejó casas, les invitó a comer, les proporcionó descanso y arena fina. Les conquistó en la playa de la Glea, les paseó por Cabo Roig y les viajó hasta Punta Prima y Playa Flamenca. Ellos solo tuvieron que enamorarse del paisaje. Y lo hicieron, confirma el periodista Juan José Sánchez Balaguer, hasta el punto de vestir a sus hijas de largo en este paraje, con bailes y fiestas.
Carmen Polo, y su familia, el presidente del gobierno Luis Carrero Blanco, ministros como Pedro Nieto o Camilo Alonso, altos cargos de Madrid, empresarios murcianos, militares de galones con tan buena prensa como mala leche… Todos tenían casa o pasaban temporadas en la Dehesa de Campoamor gracias a Tárraga. El cronista oficial de Orihuela, Antonio Luis Galiano, asegura que tan bien se comía en el restaurante Montepiedra y tan provechoso era hacerse el encontradizo por la playa, que acabó pisando la arena oriolana Adolfo Suárez, entonces un joven «paracaidista» de la cosa pública, con su familia; como si buscara el sol cuando pretendía la arena, pero la arena política.
El atlético Suárez lució palmito abulense, buenas maneras, ágil conversación y un bañador de flores que aún recuerdan los más viejos. En Campoamor forjó una red de contactos, afectos e inquinas que le llevaron desde la cabeza del Movimiento, a la del Gobierno. «Era muy educado, formal y cercano a la gente», explica el entonces jefe de sala del Montepiedra, Carmelo Raja, que recuerda la afición de Suárez por los «rallyes».
A las playas de Orihuela se vino para coincidir con Carrero en torno a la misa, y con los vividores del Régimen –que los tenía- en torno a la mesa. En esta franja litoral encontró Suárez uno de sus trampolines hacia el poder. Porque en Orihuela, al parecer, veraneaban todos menos él, que no paraba… Y Tárraga que tampoco descansaba. Ambos debieron ver nítido el horizonte en el edificio «10 picos». Ambos saltaron desde la azotea sin mirar antes los remolinos en el rompeolas orcelitano, y sin prestar atención a la marea, ni a la resaca.
Fuente: http://sevilla.abc.es/ – Jesús Fernández