POR DOMINGO QUIJADA GOMZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA (CÁCERES)
Dedicado a mi gran amigo Juan Jesús Sánchez Alcón, gran conocedor y divulgador del Patrimonio Cultural y Natural de nuestro pueblo, como reconocimiento a su incansable y valiosa labor.
El paisaje al que hoy me refiero, en la margen oriental de nuestra maravillosa Dehesa Boyal (entre la carretera de Coria y el singular y siempre añorado por mí paraje de “Jerrao”), constituyó una etapa clave en mi infancia, ya que “trillábamos” en las eras de ese nombre que aún se conservan en desuso de aquellas labores agrarias a la izquierda de la citada calzada (construida sobre el antiquísimo “cordel” de Coria). Durante buena parte del estío, bien temprano y antes de montar en el trillo o después en la “máquina”, una de mis tareas asignadas era la de ir a recoger la yunta de mulos en el mencionado lugar de “Jerrao”; labor que repetía al atardecer, pero en sentido contrario (para que descansaran y se refrescaran tras el fatigoso día). Y, cuando mis hermanos me reemplazaban en la era, con la botija en la mano y el barril al hombro regresaba al reiterado carismático lugar en busca de la “jerrumbrosa”, fresca y curativa agua que brotaba de su fuente (eso sí, sin que se me olvidara cubrir con un trapo el acceso de ambos recipientes, para evitar que las nocivas sanguijuelas penetraran en su interior).
Como los mayores conocemos bien, la vereda por la que transitaba atravesaba el “Valle de los Linares”, al que hoy dedicamos este breve trabajo.
Como hacía siempre cuando ignoraba algo, preguntaba a mi querida madre el origen de ese nombre, porque ya me había enseñado D. Ticiano que había una ciudad andaluza con ese nombre (entonces no conocía a mi añorado amigo D. Miguel Garrido, gran experto como supe después sobre la toponimia montehermoseña, del que estoy seguro que allá arriba leerá estas líneas con agrado…). Pero tía Adriana sólo sabía lo que a ella le había contado su madre, mi abuela María Bueno: lo llamaban así porque años ha que allí cedía el Ayuntamiento tierra a los vecinos para que sembraran el lino, planta que yo entonces desconocía.
Hasta que esta tarde, dejando al lado otras tareas que me han parecido secundarias, me he propuesto complacerme a mí mismo (y, de paso, a quien esté interesado…), completando esa laguna que tenía en mi mente.
Y así, leyendo y recordando cosas que almaceno en mi amplia base de datos, hallo que el lino es una planta que se usa para fabricar ropa, la más antigua conocida de las textiles: hay restos en Turquía de hace unos 9.000 años (en los inicios del Neolítico). De allí pasó a Egipto (las momias eran envueltas con él). Antes de conocer el algodón y hasta el siglo XVIII, era el lino en Europa la fibra textil más importante después de la lana (y, en verano, mucho mejor que ella, como veremos).
Antes de que las fibras de lino se puedan hilar, deben separarse del resto del tallo, que mide un metro de altura aproximadamente (muestro una foto de lugares donde aún se cultiva, pues su tejido es muy estimado).
El trabajo que se requiere para transformar la planta en telas de lino es dificultoso, incluyendo las labores en el telar (muestro otra imagen del que se encuentra en el Museo Etnográfico de Montehermoso). Pero la ropa hecha con ese material puede absorber hasta un 20% de agua sin que se sienta húmedo, por estar compuesto primordialmente por celulosa; son ropas muy frescas, porque absorbe muy bien el calor; es higroscópico, es decir, empapa bien el sudor sin adherirse al cuerpo, y evapora el agua rápidamente, lo que hace sentir como una prenda fresca y apropiada para el verano; es más fuerte que el algodón, aunque no tan elástico; este material no permite que crezcan bacterias, por lo que favorece la salud y, por eso, sirve para hacer el interior de los calzados de calidad. También es el material favorito para hacer pinturas, por su dureza y durabilidad (el aceite de linaza, su semilla).
Para su cultivo no exige terrenos especiales, siempre que no sean calizos, excesivamente compactos o sueltos. Además, aunque el fósforo y el potasio favorecen su cultivo, tampoco necesita grandes cantidades. Como ya he publicado en otras ocasiones, esos factores edafológicos predominan en nuestra espléndida Dehesa Boyal…
Y, por si fuera poco, para cultivos no industriales soportaba bien los climas templados y poco húmedos: le basta con unos 500 litros por metro cuadrado al año, cantidad muy común en la España de interior, caso de nuestra localidad.
Utilizado en el famoso traje típico local, tanto por el hombre como por la mujer (camisas, blusones, etc.). En sábanas antiguas y otras prendas del hogar.
Dado el incremento progresivo que iba adquiriendo nuestro pueblo, de acuerdo con los datos que nos aporta el siempre valioso Catastro del Marqués de la Ensenada (1752), conocemos que a mediados de ese siglo XVIII su cultivo (al igual que la linaza, su semilla, que sirve para sembrar o extraer aceite) se encontraba entre los más importantes del municipio: prueba está en que cita con nombre y apellidos a los 23 tejedores de lienzo existentes en Montehermoso en esa época.
Desgraciadamente, hoy que cada vez se valora menos la calidad, y que el desinterés por el sector agropecuario no prospera en lo que a “cultivos alternativos” se refiere (efectuando contadas excepciones, claro está…), el lino ha pasado a formar parte de nuestra historia más remota. Y, como muestra de ello, he ahí el origen de nuestro VALLE DE LOS LINARES.
Por cierto, no se me enfaden los de otras localidades, porque en el resto de municipios que conozco ocurría lo mismo, aunque cambien los nombres: Los Linares, El Linar, Linarejos…