POR ILDEFONSO ALCALÁ MORENO, CRONISTA OFICIAL DE JÓDAR (JAÉN)
La estratégica situación de Jódar en el camino real a Granada, la cercanía con las ciudades de Úbeda y Baeza, y el asentamiento de la influyente familia Carvajal, hicieron que por estas tierras pasasen siempre ilustres personajes, que se acogiesen a la hospitalidad de sus gentes, uno de ellos fue un ilustre carmelita, que va camino de los altares, y que en Jódar obró varios milagros, de este venerable fraile nos vamos a ocupar.
En la obra de Florencio del Niño Jesús, escrita en el año 1934[1] y titulada. “Fray Francisco el Indigno, apóstol del Congo, de la orden de los Carmelitas descalzos (1529-1601)”, nos habla de este Siervo de Dios llamado Francisco, que vino al mundo el 4 de octubre del año 1529 en Los Hinojosos (Cuenca). De joven, emigró a Andalucía, a Úbeda[2], y se formó en la escuela espiritual de San Juan de Ávila en Baeza. En esa misma ciudad fue recibido entre los Carmelitas Descalzos con el nombre de Francisco de Jesús Hernández[3] Mejía, al que añadió siempre “El Indigno”.
Francisco Hernández Mexía[4] (Ruiz Mexía según otras fuentes) quedó pronto huérfano de padre, y con doce años su madre, Juana Mexía, lo colocó como acemilero en casa de Juan de Molina, un caballero de Úbeda, donde se inició en la devoción a la Eucaristía, manifestada especialmente en el día del Corpus, como cuenta fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios. Tras entrar en contacto con el círculo del maestro Ávila[5], se trasladó a Baeza incorporándose al grupo de sus discípulos y quedó encargado por el doctor Carleval del colegio de doctrinos fundado por Diego de Guzmán. La enseñanza itinerante, el tratar de oración mental con hombres y mujeres y su falta de letras despertaron las sospechas de algunos que lo denunciaron a la Inquisición en 1579. Como otros discípulos del padre Ávila, acabó entrando en religión. En marzo de 1581 recibió el hábito de manos del padre Gracián, en el colegio que los Carmelitas Descalzos acababan de abrir en Baeza y cuyo rector era fray Juan de la Cruz, tomando el nombre de Francisco de Jesús, al que él añadió en su firma el adjetivo de Indigno con el que será conocido en la Orden. Llegó a asistir a San Juan de la Cruz a la hora de su muerte, como también al Duque de Medinaceli, muchos Grandes de España y al mismo Rey Felipe II.
La profesión se retrasará más del año reglamentado, y la realiza en el convento de Los Remedios de Sevilla en 1583, sin que conste la fecha en el acta. El 10 de abril de 1584 partió de Lisboa formando parte, como hermano lego, de la tercera expedición misional al reino del Congo, que será la primera que tenga éxito, pues las anteriores acabaron en sendos naufragios. El 14 de septiembre los carmelitas tomaron tierra en Luanda, desde donde marcharon hacia el interior del continente. La urgente necesidad de sacerdotes llevó al obispo de Santo Tomé, al que acompañaban, a ordenar al hermano Francisco de Jesús el día de la Purificación de 1586. En 1587, los carmelitas abandonaron la misión en el Congo, regresando a Lisboa tras tocar en junio en la isla de Santo Tomé. En noviembre fray Francisco de Jesús está en Úbeda donde firma como testigo la declaración del padre Gracián “circa accusationes contra ipsum”. En España fray Francisco pasó a ocuparse en la predicación —en Andalucía, La Mancha y Cataluña—, no sin escándalo de los que le habían visto partir a África como lego y regresar con órdenes. Asentado en el convento madrileño de San Hermenegildo se ejercitaba en la predicación callejera y popular al estarle prohibido el púlpito, cobrando fama de santidad. En 1601 realizó un último viaje a Andalucía. Sintiéndose enfermo en Villanueva de los Infantes, fue llevado a su pueblo natal, donde murió. Su cuerpo fue trasladado a Madrid en 1609. Iniciado al poco tiempo el proceso de beatificación, quedó estancado hasta su introducción en Roma el 30 de junio de 1934[6].
Nos cuentan sus biógrafos, que, a su paso por Jódar, no lejos de Baeza, predijo que las fiestas cívicas que se anunciaban para aquellos días, con corridas de toros y fuegos de artificio, no se habían de realizar; sino que todo festejo de ese género se había de suspender por la muerte de un ilustre personaje de aquel pueblo: todo sucedió como el Siervo de Dios lo había predicho.
También recibió nuestro Francisco Indigno “luces especiales de Dios para conocer los más recónditos secretos del corazón humano. Ya vimos antes cómo Dios le iluminó, estando predicando a los pastores en los montes de la Alcudia el lugar en donde se encontraba aquella infeliz mujer, llamada Mariana, que tantos estragos hacía en las almas”.
Cierta vez, yendo por las calles de Madrid, entendió, por divina ilustración, que en tal casa de tal calle estaba ofendiendo al Señor otra desgraciada mujer. En el acto, con el ímpetu en él característico, se dirigió a aquella casa. Subió la escalera, llamó a la puerta; y allí le negaron rotundamente, que habitase tal mujer. Instó, porfió y descubrió el Siervo de Dios cuanto allí acontecía: con lo cual consiguió que sacaran a aquella mujer del lugar en donde se había escondido: trajéronla a su presencia, y con aquel celo que le devoraba, la increpó, la amenazó, la afeó su mala vida, y consiguió, finalmente, mediante la gracia de Dios, que aquella pobre mujer quedase allí convertida como otra Magdalena.
En cuanto a la gracia de curaciones milagrosas, instantáneas, además de las que hemos referido en otros lugares, fueron muchas las que el Señor obró por su intercesión, al contacto de sus manos, o al leer sobre los enfermos los Santos Evangelios, corno él tenía por costumbre, o haciendo sobre ellos la señal de la cruz, o aplicándoles sus oraciones y obras buenas. Así sanó, entre oíros, a Luis Carmona, del mal, de gota, en Jódar; a un niño de Luis Mengíbar, a quien un carro cargado de mies le había magullado la cabeza; a una hija de Francisco Morillo, llagada en una pierna; a Teresa Moyana, atacada de gravísimo accidente;; a doña Ana Girón, de fuertes cuartanas, en Belmonte; y a un joven agonizante, en Marmolejo…
Parecía dominar también nuestro Francisco como rey y señor, a la naturaleza. Ya vimos el árbol seco que a su imperio se cubrió de hojas, de flores y de fruto en el Congo; y cómo allí escuchaban mansamente sus sermones las mismas fieras de la selva. Pues, predicando una vez en la ermita de San Marcos, en Jódar, interrumpiéndole, algunas veces, las golondrinas con su canto, el Siervo de Dios las mandó callar y ellas instantáneamente obedecieron y se marcharon de allí, de tal modo, que no las volvieron a ver durante muchos años.
Muy fuera de tiempo y sazón, se le antojaron a cierto enfermo unas peras, como a San Juan de la Cruz unos espárragos, Por intervención del Siervo de Dios’ tuvo el enfermo lo que apetecía; y no sólo eso, sino que extendiendo sus manos sobre aquellas peras -extratemporáneas-, como dice un biógrafo, pero frescas y maduras, al comerlas, recobró el enfermo la salud por completo. Suceso éste, que tuvo lugar en Úbeda durante la estancia del Siervo de Dios en aquella ciudad.
No sólo a su voz recobraba vida y frescura la naturaleza muerta o agostada; sino que también huían y temblaban los demonios. Con estos tuvo que sostener una lucha encarnizada todos los días de su vida hasta que logró vencerlos y espantarlos «como a las moscas», lo mismo que su Madre Santa Teresa.
El mismo Padre Francisco nos dice en su Autobiografía que «tenía gracia en sacar demonios de los cuerpos de los endemoniados». Así sucedió, entre otras, cierta vez en Madrid. Se le presentó un día una señora llevando al Siervo de Dios una hija enferma desde hacía muchos años, suplicándole que la curase pues los médicos no daban con su enfermedad. Ei P. Francisco, a las primeras de cambio, conoció que era el demonio quien atormentaba a aquella pobre muchacha, y dijo a su madre que volviera con ella al día siguiente. Entre tanto, el Siervo de Dios se entregó a la oración y al ayuno para lograr echar al demonio de aquel cuerpo. Larga y ruda fue la batalla que sostuvo con el enemigo de las almas para conseguir arrojarle de aquella fortaleza; pero, al fin lo consiguió, después de larga oración y de muchas penitencias.
El demonio, viéndose derrotado tantas veces por el bendito Padre, quiso vengarse en su misma persona, y así, dice el P. Juan Evangelista, «fue tan maltratado de los demonios y perseguido hasta poner las manos en él algunas veces» .
[1] Imprenta Moderna, 1934.
[2] https://www.diocesisdecuenca.es/francisco-de-jesus-ruiz…/
[3] Otros lo apellidan como Ruíz.
[4] Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, Peregrinación de Anastasio, 1614 (ed. y notas de S. de Santa Teresa, Burgos, Monte Carmelo, Biblioteca Mística Carmelitana vol. 17, 1933); L. Muñoz, Vida y virtudes del venerable varón el P. Maestro Juan de Ávila, predicador apostólico; con algunos elogios de las virtudes y vidas de algunos de sus más principales discípulos, Madrid, Imprenta Real, 1635; José de Santa Teresa, Reforma de los descalzos de Nuestra Señora del Carmen de la primitiva observancia, hecha por Santa Teresa de Iesus […], t. III, Madrid, por Julián de Paredes, 1683, págs. 345-383; Francisco del Niño Jesús, Fr. Francisco el Indigno apóstol del Congo de la orden de los Carmelitas Descalzos (1529-1601), Cuenca, Imprenta Moderna, 1934; Silverio de Santa Teresa, Historia del Carmen Descalzo en España, Portugal y América, vol. VIII, Burgos, Monte Carmelo, 1938, págs. 341-364; A. de la Virgen del Carmen, “Francisco del Niño [sic] Jesús (Indigno)”, en Diccionario de Historia Eclesiástica de España, II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1972, pág. 960; D. Zuaza, “El Carmelo en África”, en Monte Carmelo, 110 (2002), págs.101-140.