ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA, DICE QUE, EN SU LOCALIDAD, A PESAR DE QUE YA CUENTA CON CASI 80.000 HABITANTES, LA GENTE SIGUE SACANDO LA SILLA EN LUGARES CÉNTRICOS
«Recuerdo, en mi niñez, tener las sillas preparadas detrás de la puerta para las personas mayores; los niños no sentábamos en el escalón de entrada. Después de cenar era obligatorio salir a la puerta y, mientras las madres y padres hablaban de sus cosas, nosotros jugábamos al escondite. Los adolescentes llegaban después de dar su vuelta de rigor y eran acribillados a preguntas por las madres. A veces el encuentro duraba hasta la madrugada… Recuerdo el sonido del abanico chocando con el pecho, las risas apagadas para no molestar a los que ya descansaban…».
Esta escena que evoca Mónica Dorado es de Andalucía. Pero bien podría ser de las calles más estrechas de la Vega Baja alicantina, de los cerros aragoneses de Fréscano o de cualquier pedanía escueta y seca de las Castillas. Lo recupera ahora que las noches de verano en las calles encaladas de su pueblo, la Palma del Condado de Huelva, invitan a ‘salir a la fresca’. Esa costumbre, más sencilla que antigua, en la que los rigores del día se alivian conversando con los vecinos, sin más utilería que una silla bien dispuesta en corro. Esta forma de ‘antiocio’ nocturno tan español anda en decadencia y corre el riesgo de quedarse, precisamente, en un recuerdo pintoresco. No obstante, este año tiene la inesperada oportunidad de recuperar protagonismo.
-¿Y cómo es eso?
-El coronavirus, vecina… Va a ser por el coronavirus…
La cuarentena nos dio tal tortazo que aprendimos por fuerza a mirar más de cerca. Y en esas, descubrimos la vecindad. Los diarios se llenaron de imágenes de gente que, sin más, salía con su silla al balcón, o la puerta del rellano, para compartir lo que dejaba la distancia impuesta. O recetas o una pieza musical o, simplemente, la bendita cháchara. No había otra cosa que hacer. ¿O sí?
El ocio virtual seguía ahí. Cierto. Pero socializar es lo que nos mantiene vivos. Y, esto, en el sentido biológico de la palabra. Por eso siempre lo buscamos como sea. Cabe preguntarse si nos ha quedado algo de aquel sencillo placer y si este verano volveremos a reunirnos como se hacía antes, a ‘la fresca’. En tiempos de pandemia parece lo más seguro y saludable que se pueda hacer.
La citada vecina onubense, Mónica Dorado, es psicóloga de profesión y ha estudiado en sus vecinos qué efectos tienen para su salud ‘tomar la fresca’. «El beneficio es físico, ya que ayuda a paliar la deshidratación y los sofocos. Pero a nivel psicológico tiene una multitud, ya que, solía (y es) el momento esperado del día para pasar un rato con vecinos, despejarse del ambiente sofocante de la casa y poder fomentar las relaciones sociales tan necesarias para el bienestar», defiende Dorado. «El compartir entre las vecinas las confidencias o los chismes del día ayudaban a sentirse escuchados y potenciaba la comunicación entre ellos», explica. La Ciencia ha demostrado que una de las mejores formas de cuidar la salud cerebral es mantener muy activa la vida social. El ostracismo mata neuronas.
¿Estaremos dispuestos a tomar esta ‘píldora’ antes de irnos a la cama ahora que el ocio postcovid muta? La respuesta, como ‘la fresca’, va por barrios. La doctora onubense tiene poca esperanza. «Puede que se retome, aunque pienso que los seres humanos olvidamos pronto esas buenas costumbres si no las hacemos habituales en la comunidad. En pueblos es probable que se mantenga o aumente esta práctica, pero en urbes puede que se diluya al igual que se otros valores del confinamiento que se querían mantener», reflexiona.
Antonio Luis Galiano, presidente de la Asociación de Cronistas Oficiales, y a la vez de su pueblo, Orihuela (Alicante), se sorprende ante la cuestión -«¿quién sabe?», dice- mientras recuerda que en su localidad, a pesar de que ya cuenta con casi 80.000 habitantes, la gente sigue sacando la silla en lugares céntricos como la calle de Arriba o el Rabaloche. «Más en las calles secundarias que van a dar a la principal, donde hay menos problemas con el tránsito de coches», explica. El portavoz de los cronistas españoles recuerda también cómo se sacaba la tele a la calle para verla en grupo hace décadas, por ejemplo en Torrevieja. «Pero con el ‘boom’ de la construcción, la masificación, el tráfico y demás resultaría imposible ahora», reconoce.
Para Dorado, esta costumbre decae porque «estamos más cansados, trabajamos hasta más tarde, tenemos otras muchas distracciones…». Cita la infinita lista de series disponibles o, sin ir más lejos, las redes sociales. Se diría que ya hay más gente que prefiere mirar a una pantalla que hablarse a la cara. Sin embargo, en la pérdida de esta costumbre también se encuentra otro signo de nuestros tiempos. Uno muy discutido en foros de todo tipo y que tampoco ayuda a la salud: el diseño de los espacios urbanos.
Hasta en los pueblos se ve cómo el echarse a la calle para hacer algo genera un conflicto. La prioridad es de los coches o las terrazas de los bares. Aunque hay excepciones. En Andilla, un municipio de la Comunidad Valenciana, se llegó a proteger por ley la costumbre que allí llaman ‘prendre la fresca’. Se prohibió la ocupación de la vía pública en verano con sillas, quioscos y demás pero hubo que aclarar que «no se consideraba ocupación pública la arraigada costumbre popular de salir, sobre todo en época estival, a tomar ‘la fresca’».
En la ciudad es donde más difícil (o raro) puede resultar practicarla. Una tan poco sospechosa de conservar este hábito como Madrid llevó a cabo hace unos años iniciativas en algunos barrios para recuperar la tradición. Pero hoy resulta misión imposible encontrar a vecinos que la mantengan en barrios con solera, como Lavapiés, atenazados por la ‘gentrificación’.
El escritor y periodista Sergio C. Fanjul, experto paseante y observador de las calles madrileñas, ha reflexionado en sus escritos sobre esta pérdida de los espacios públicos. Tras el confinamiento, relata ahora, «cuando empezó a haber terrazas, hubo una histeria colectiva por hacer colas para coger sitio. Para muchos, la terracita madrileña y la cañita es la única forma de estar parados en el espacio público (si es que es público el espacio de una terraza…). Opciones como los parques, los paseos, las plazas o ‘tomar la fresca’ parecen descartados de antemano, sobre todo cuando en Madrid faltan zonas verdes y se construyen plazas durísimas (arquitectura hostil) de hormigón, sin sombra, sin agua, sin bancos, donde es muy difícil vivir más allá del puro tránsito, pensadas más bien para albergar mercadillos o eventos comerciales», reflexiona. «Sabemos que la calidad de una democracia se mide por la calidad de su espacio público. De hecho, la democracia nació cuando empezó a haber plazas en las ciudades, las ágoras, donde debatir, convivir y ‘tomar la fresca’. Así que, mal vamos», cree Fanjul. Al final, apagar la tele, coger la silla y salir a la puerta de casa va a resultar un acto de rebeldía. ¿Se atreve? Es el año.
Fuente: https://www.elcomercio.es/ – ROCÍO MENDOZA