POR ABRAHAM RUIZ JIMÉNEZ, CRONISTA OFICIAL DE CEHEGÍN (MURCIA)
Los pueblos están tejidos con historias de amor y de desamor y las justicias que les afectan, muchas veces, parecen venganzas. Estimo que a los hombres nos ocurre lo mismo.
El príncipe que sería Alfonso X a su paso por aquí hizo un repartimiento entre sus leales y repobladores; el año 1254 entrega la fortaleza de Bullas -la Bullas Regiae de los cronicones- a la villa de Mula, pero el 1285 cuando Bermudo Menéndez, que era el templario responsable de su custodia, dormía una larga y apacible siesta, fue sorprendido por el taimado alcaide musulmán de Huescar a quien se la entregó sin resistencia. Sancho IV impone una venganza tremenda pero pondría los límites del actual Noroeste en el naciente reino de Murcia: hace terrenos de realengo, anexiona Bullas como aldea a la villa de Cehegín, y muy pronto lo confía todo a la Orden de Santiago que asentará la Encomienda y Vicariato en la villa de Caravaca, cabeza natural de una intensa comarca. A Mula, que había sido frontera de la terrible peste de 1648 retornaría, mucho después, Bullas como florón de su Partido Judicial, así que en estas latitud y altitud se inicia la suerte de nuestro Noroeste.
Por aquellos años del mediado siglo XVII, comienza el traslado de los hidalgos hijos de Cehegín, para ocuparse mejor de sus haciendas, a esta pedanía con sus jornaleros y familias, pero comienzan a notar los inconvenientes de la centralización y ellos que quieren su independencia y administración propias, comienzan y continúan una guerra solapada de quejas y reclamaciones que les lleva a conseguir autonomía parroquial y con Carlos II, el año 1689 adquieren el reconocimiento como villazgo, con justicia propia, linderos, y demás zarandajas. Mientras tanto, conservaban sus casas y otras haciendas en Cehegín y hasta cambiaban alguna vez de vecindad, como don Pedro María (el fundador del Hospital de la Real Piedad) que falleció en sus dominios de La Copa, avecindado en Bullas, por una trifulca con el Concejo ceheginero, el año 1884 para ser enterrado en Cehegín, naturalmente.
En los años sesenta del sigo XIX, procedente de Portugal irrumpe en España la temible filoxera que viene arrasando con su fina guadaña las plantaciones de viñedos europeos y entra por la comarca que nos ocupa: olivos y vides en los altos secanos y huerta a pie, en los regadíos. En esta ocasión si atravesó la frontera geográfica del río Mula. Los filoxéricos, tras del complicado ciclo de su desarrollo secan hojas y raíces de las múltiples cepas.
Francia comienza a recuperarse del miedo, y en Burdeos y Borgoña han hincado ya nuevas plantaciones con cepas o pie americano, híbridos, llamados porta-injertos, que se entierran con la especia añadida que se quiera obtener y en un viaje a París para visitar en el Palacio de Castilla a la destronada Isabel II (ya han fallecido don Fernando A. Muñoz –el Fernando VIII de los guasones madrileños- y la ex-reina gobernadora, doña María Cristina, tíos de doña Patricia, su esposa) el prócer don Alfonso Chico de Guzmán (senador, diputado, agricultor cortesano, latifundista y pío) conoce de visu tales trabajos que son muy costosos y a su regreso inicia las pruebas en Carrascalejo de Abajo, donde se halla el palacete que él mandó construir. Parece que en la Rioja ya andaban por el mismo camino.
Anotamos, empero, una noticia destacable y es que el año 1876 logró una Medalla de Oro en la Exposición Provincial de Murcia, don José María de Béjar Jiménez, a la sazón propietario del Carrascalejo de Arriba y gran alcalde liberal. Hoy, los dos Carrascalejo que cita don Martín de Ambel, son un todo bajo la P marquesal que figura en las etiquetas de su marca. Razón: la única hija de don Alfonso y doña Patricia, se casaría con don Luis Pidal y Mon, con notable descendencia.
Don Alfonso Chico falleció en 1897 y todavía le sirvieron vino de las pruebas del año 1895 que dio una gran añada.
En Cehegín, empero, interesó menos, o no se arriesgaron los hacendados a la aventura de reponer viñedos y hoy el vino que elaboran las dos empresas locales, tienen como de Bullas su denominación de origen. Lo que sí se conserva en las antiguas casas grandes y en algunas de labor, son los lagares y tinajas donde se cocían artesanalmente aquellos caldos que se podían cortar con un cuchillo, con cuyos excedentes se fabricaban los aguardientes y anisados –todavía perdura una marca bicentenaria-, pero eso es otra historia.
Fuente: http://www.lapanoramica.es/