EL VOLANTE DE ANTONIA ARENAS
Ago 20 2023

POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA).

Caballerizas Reales

Hay veces que la memoria nos persigue por mucho que tratemos de esquivarla. Fiel a su naturaleza machacona, aparece por cualquier recoveco repleta de preocupación por ser extinguida. En mi caso, depositada en la memoria de todos mis vecinos, me asalta a la vuelta de la esquina que corresponda, metida en rincones obtusos del recuerdo que uno no quisiera llegar a agostar. Supongo que así se siente Segundo Agustín Nieto Arenas, vecino durante toda su vida de la bellísima calle de los Verderones, donde una vez estuviera el viejo cuartel de infantería, y padre de mi querido amigo, Carlos Nieto Regidor. Con lentitud parsimoniosa afronta día sí, semana también, la cuesta erizada de la calle de Antonio Carral, militar contrarrevolucionario y alcalde que fuera de este Real Sitio a mediados del siglo XIX. Llegado a medio camino, Agustín tiende a sentarse en la sombra que toque para recuperar un poco de resuello y seguir escalando el talud del Barrio Alto hasta su casa, justo enfrente de las cocinas del caserón una vez habitado por el marqués de Scotti, hace ya casi trescientos años. He de suponer que, entre resoplido y sonrisa al vecino que se cruce, Agustín maldice el día en que aquel alcalde tuvo la agradable ocurrencia de cerrar al paso de los coches la calle de marras, haciéndola sufridamente peatonal. Seguro que en su recuerdo ya cansado asoma cada vez que ha de tomarse un respiro, las muchas veces que subió aquella empinada cuesta a lomos de esos coches de alquiler y transporte público con que su familia ganó el sustento durante décadas.

Taxistas del Real Sitio, primero y, de La Granja-San Ildefonso más tarde, la familia Nieto acompañó las carreras de los vecinos en aquellos cochazos negros de salpicadero inmenso y palanca de marchas pegadita al volante. A decir de Segundo Agustín, su señor padre, Agustín Nieto, el primero de aquellos, había adquirido los coches gracias al dinero debido por su trabajo en el Bar Goya, regentado en aquellos años treinta de democracia analfabeta por Anastasio Calleja. El viejo Renault matriculado en Segovia con el número 1425 y el sofisticado Austin madrileño marcado con un ya extenso 57710, vivieron aquellos años del trajín veraneante entre las estaciones de tren y autobuses, ya fuera en Segovia, Madrid o La Losa. Sea como fuere, aquellos coches movieron media población de un sitio para otro, siempre que la familia Heredero no tuviera sitio en sus autobuses de línea regular.

Ahora bien, llegados aquellos años de república y democracia mal asumida por una buena parte de la sociedad, las relaciones laborales sometidas a la regulación legal y constitucional obligó a una buena parte de los españoles a acogerse a alguna asociación que velara por sus intereses profesionales. Agustín Nieto, padre de mi vecino y abuelo de mi amigo, asumió esa necesidad para defender sus intereses y los del resto de paisanos, formando parte con otros vecinos de la organización sindical y política que fuera. Digo esto porque, llegados a este punto de incomprensión generalizada de la democracia a estas alturas del cuento, es preciso puntualizar que la labor del sindicato siempre ha estado unida a las necesidades del trabajador y no a la cuestión ideológica, por mucho que los propagandistas traten de embarrar. Iniciada la miserable Guerra Civil, muchos de aquellos ingresados en el sindicato que correspondiera, a excepción del católico, acabaron estigmatizados, perseguidos y, en muchos casos, aniquilados. Agustín Nieto, negándose a entregar sus vehículos al requerimiento de los rebeldes acabó encerrado en la cárcel de las Caballerizas Reales, acusado de rebelión militar y proscrito por ello.

Y he aquí que su señora esposa, Doña Antonia Arenas, dio un paso adelante para encargarse de los taxis, pasando a ser una de las primeras mujeres taxistas en la historia de España. Si bien es cierto que la primera licencia de taxi otorgada a una mujer correspondió en 1932 a la madrileña Piedad Álvarez Rubio, no me negarán que ver a Antonia al volante de aquel Renault a mediados de 1936 merece ser rescatado de ese olvido en que todo trasiega y más aún si está referido a un mujer. Carrera tras carrera, Antonia Arenas, hermana que fue de los industriales gestores del hueco dejado por el viejo Candilón de José Carlos Wicht, metió en la sangre de sus hijos la pasión por volante y pasajero hasta que aquello acabara por normalizarse, ya con el señor Agustín Nieto fuera de la cárcel, una vez hubo terminado la guerra.

Y en estos momentos en que es increíblemente necesario volver una y otra vez a la defensa de la mujer en la construcción inevitable de la sociedad; a recordar que cada paso logrado en cualquiera que fuera el progreso humano ha sido con el indeleble protagonismo femenino; a tener que romper lanzas, libros y argumentos escritos en el soporte que corresponda para hacer comprender a la sociedad que sin feminismo no habrá futuro; retomando sin descanso cualquiera de esos argumentos, digo, me siento feliz de sacar del oscuro pasado en que se convierte el olvido a mi vecina perdida, Antonia Arenas, al volante de ese Austin cascado cediendo al paso en lo alto de la Calle Carral al autobús no menos viejuno gobernado por la Señora Heredero, mientras los pasajeros se saludan como púberes en carrusel carnavalero.

Quisiera éste que suscribe vivir una realidad algún día no lejano en que no haya que reiterar la necesidad perentoria que de mujeres tiene esta sociedad global; que no sea preciso desnudar tu cuerpo para gritar la femineidad injustamente aplastada por una normalización abominable donde de hombre hemos acabado por pasar a ser humano para rematar en persona como justificación indecente de la ocultación permanente de un rol imposible de olvidar. Seamos, pues, mujeres en algún momento de nuestra azarosa vida desmemoriada, cojamos ese volante desgastado y cálido de Antonia Arenas, para conducir a todo el personal hacia un destino necesariamente imaginable.

FUENTE: https://www.eladelantado.com/opinion/tribuna/el-volante-de-antonia-arenas/?fbclid=IwAR3AZcYFqObJVPNp9h7Gyc4kcMbqRi_Dhhxlvrkjn6mTCiAyt3CkYbz1MJY

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