POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Lo veo triste, lo veo lánguido al antes fuerte Rajoy Mariano. ¿Qué es que le pasa al bueno/malo que nos sacó del euro-embargo? Que está dolido, que está cansado, que está hasta el quinto coño del nabo; que no soporta ser acosado ni por los propios ni los extraños, pero no acierta cómo evitarlos, cómo decirles hasta ahí llegamos, aunque él ha sido el más votado y el más querido en este espasmo de sucesivos y torpes cambios.
¿A qué eximirlo, a qué negarlo, a qué dejarle sin carga o cargo si es que la cesta llenó con tacto y a Economía subió de largo?
No tiene réplica, no es de olvidarlo; es sustancial su rajonazgo.
Mas ¿por qué, Dios mío, se le subasta hogaño? ¿Y por qué él se oculta en este tráfago de disensiones, culpas y pactos?
¿Por qué sus ojos de mirar zarco, por qué su ceño super-cerrado, por qué su gana de andarse a palos con unos y otros sin hacer algo?
¡Qué pobre estampa, qué autorretrato de la España que corre por estos años!
Dadle un impulso, un astrolabio, un entretiempo, un limpio espacio, un buen seguro, un grupo amplio como el que obtuvo con su mandato.
Y que abra leyes y que abra labios sin cremalleras de Rodri-Rato o el listo Bárcenas bien encausado.
Y luego él que opte encauzarlos en el servicio del ciudadano. Para eso escribo. Para esto estamos.
Por gozar de la gente me tomo un chato: -Ponme un verdejo de Nieva blanco, camarada del bar, que me lo trago entre pecho y espalda porque es barato y porque sueño con mi pueblo llano.