POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
No tengo tiempo de ver la tele. Pero una madrugada de sábado la enciendo, en mala hora, y me topo con unos contertulios hablando de un tema que no me interesa: el futbol. Están acalorados, mucho, como si les fuera la vida en ello. Presto atención. Resulta que en un país donde no salen las cuentas para pagar escuelas, hospitales y atención a los viejos, los clubs de futbol deben cifras astronómicas al fisco, y no pasa nada. Lo que más me descoloca es que el mismo periodista que he visto arremeter contra el despilfarro y la corrupción, tolera este disparate porque, según él, este juego de pelota está por encima de la ley. La ley que dice que hay que pagar impuestos por igual. O sea, que ellos juegan y nosotros pagamos. Comprendo por qué están tan sublevados los artistas. Porque es injusto que se use una vara para medir a los que dan patadas al balón y otra para los que se suben a un escenario. También es lógico que anden con un cabreo supino los tenderos, bomberos, toreros, mineros o fontaneros ¿Es que su curro es menos importante para España? Al parecer estos ases del balompié tiene uno régimen fiscal privilegiado, más que el de un padre de familia al que van a desahuciar de su casa. A él, como a usted, le acosa el fisco porque no mete goles. Me fui a la cama indignada, sintiéndome en el bando de los tontos de capirote, los que pagamos a los que juegan. Lo malo es que esos futbolistas no son nada más que la punta del iceberg de la gran pandilla de listillos que nos arruinan: los que se juegan el dinero ajeno sin riesgo suyo.
Hoy tenemos un país plagado de trenes de lujo que van casi vacíos. De aeropuertos sin aviones. De auditorios sin músicos. De autovías sin coches. De tranvías en dique seco. También tenemos lugares, como Jaén, donde para viajar hacia Levante sin echar el estómago en la sierra de Tíscar, hay que tomar una caja entera de Biodramina. Donde las estaciones de tren cada vez tienen menos servicio, como pasa en la de Vilches. Donde se cierran plantas de hospitales en verano, o no se abren guarderías para temporeros. Todo eso pasa porque hubo algunos que jugaron con nuestro dinero, sabiendo que nunca perderían. Ahora llegan las vacas flacas y los culpables se han camuflado en el paisaje. Lo que no hay manera de camuflar es la deuda que quedó; la que van a pagar nuestros nietos, si no se van antes a Alemania, como hizo Alfredo Landa en el franquimo. Yo no sé lo que durará este desastre en el que nos colocaron los que juegan sin arriesgar nada. Solo sé que es injusto exigir que nosotros paguemos lo que ellos perdieron. Y sé que es dictatorial que, además, nos exijan silencio. Porque aquí al que denuncia, más pronto que tarde le ponen en la picota pública, o le ponen verde en una radio. O sea, paga y calla, tontorrón.
Rumiando esto, acabo de saber que al tendero que me vendió muchos años el pan, cuando yo volvía a las tantas del trabajo y no quedaban otras tiendas abiertas, está pasando un calvario: alguien jugó a adivino y sacó a su hija de la escuela para que una medico le viera unas marcas sospechosas en la piel. Alguien dijo que eran quemaduras y que se las hacían sus padres. Alguien dictó orden de alejamiento de la menor. Alguien ha arruinado la vida de estos padres y les ha obligado a cerrar su tienda de todo un poco. Alguien supo luego que no eran quemaduras, sino marcas de dermatitis. Alguien dijo a los padres que buscaran abogado para pleitear contar quien corresponda. Ellos dicen que nadie les ha pedido perdón por un error tan terrible, que vamos a pagar los de siempre: los que no apostamos a ciegas. Los que no jugamos con le dinero de otros. Nadie compensará jamás a esta familia por el daño que le causaron. De momento, nadie ha vuelto a comprar el pan nuestro de cada día en una tienda de Úbeda que ayer nació para dar de comer a una familia y que hoy se ha convertido en foco de maledicencia y vergüenza. Aquí somos así. Del cielo al infierno en un paso. De la Romería al ateismo. Dios nos perdone, si puede. Mi papelera dice que es el único que lo perdona todo. No lo sé. No soy buena cristiana. Por eso no siempre perdono. Y nunca olvido.