ELOGIO DE LA PALABRA. AL POETA FRANCISCO SÁNCHEZ BAUTISTA
Jul 02 2024

POR FULGENCIO SAURA MIRA, CRONISTA OFICIAL DE FORTUNA (MURCIA)

Francisco Sánchez Bautista

Tan solo la palabra vale, se respira con ella, se siente con el verbo de goces infinitos. En un principio fue la palabra y desde ella surgió el cosmos, arte consumado por la razón de un sentimiento. Esencia pura del misterio de la creación. Tan solo la mirada se contempla a sí misma y construye un esbozo de silencios. Nada mejor que fundirse con la tierra y exhalar su esencia, trotar en torno a su mueca y calmar la sed del entusiasmo. Solo la palabra dejando la huella de la calma, donde queda una gota de fiebre. Sabe el poeta que con la palabra se hace el nuevo mundo  sobre el rígido plantel de la ignorancia. Allí, en las cosas surge la gesta sin otro clamor que un suspiro. Y en ese parpadeo de ala de mariposa queda el sentimiento, la luz encontrada de una efímera rosa.

Puede que en ese vibrar ante el aire de la vida surja el frenesí de un instante, solo un flujo de elocuencia sin la aridez del formato gramatical. Todo tan seguro como el paso de una gaviota sobre las líneas azules de los mares. El arte, la poesía es solo el entusiasmo acaparado en una sigla del goce enternecido. Y acaso algo más, aunque en sigilo.

Se avista la tierra desterrada como ángulo de aves encontradas, sin rumbo ni perfiles. Es la prometida estancia del recuerdo, sin otra presión, sino el encuentro, fin de sí mismo, sin querencias simuladas. Acaso se mueve el abismo sin el orden de los sabios, empedernido afán por el silencio del alma, endurecida por el costado de la tierra.

Y en todo caso merece que la mirada sepa de horizontes amarillos entre nubes desgarradas, que se mueva el árbol sepultado en el costal del olvido. Hay que vivir la muerte de las cosas, angustia vital de un sentimiento. Carga de poema que entumece como un rayo sobre el corazón.

Y aun así queda el último aliento de la voz desencajada cuando se vive la constante ausencia del contacto. Aquel mirar desenfrenado amando el perfil de la amada entre giros de cadencias. Cuando se existe por ¡aquellos ojos!, como voz debida de palabra enamorada.

Y aún de esta manera se riega el ardor de la nada, sin agravio alguno, Expirando se camina con el rumbo de la orgía, preñado con el dolor de los días caducos.

Aún se muestra la rugosa esperanza sin deleites, como sombras inacabadas de sueños paralelos, cuando todo es Arcadia del pasado. Rubor de flores nuevas, hálito del cielo. Una vez se tuvo la primicia de la gracia entre las manos. Sin la duda de los dioses. Untamos el rostro con la miel de los besos. Marcado se está por aquel vivir viviendo eternamente. Y sin embargo la hiedra crece en los montones de la tristeza.

Cuando todo es vértigo se apuñala el tiempo en su mueca descarada, dejando el humo de negrura. Solo la palabra queda sobre el misterio del cosmos.

El poeta pinta con la palabra el sofoco roto de esta tierra que es de campo baldío y sierra rocosa, de pradera sin árbol y cueva de almas éticas. Es ahí donde todo deviene alma pura para remediar la negrura del lugar.

La palabra a veces queda en la soledad del poeta que se agita y gasta, se derrite en  llanto como pasión inédita. Y tiembla ante la soledad del llano fundido en el fuego de sus días cumplidos, esa llama inveterada que llaga el aliento. Y el pota siente ese resplandor del terraje bronco, roto `por la abulia, engranaje de abismo.

Tierra cenicienta aletargada por el sopor del estío, sol asiduo, envergadura acrobática de lienzo brusco. Solo el  poeta sabe lo que cuesta pisar la tierra, sin la máscara del olvido. Lo que es trotar por el mundo con su huella de espantajo. Fortuna es la tierra vivida por el poeta de reflejos irredentos, de nube de polvo sedienta de vida. Tierra donde se agarra la carcoma a la garganta.

Fortuna metida entera en la retina y la voz del poeta, tan suyo como la sombra de los recuerdos. Sánchez Bautista intimida con  la tierra estragada convertida en poema rústico. Poesía de hallazgo en la mentalidad clara de unos ojos que otean, como águilas  los tumbos de  sol sobre sus cantiles, heredades de osamenta que se clavan en el alma.

La obra de un poeta es la de su relación con el mundo viviéndolo. Lo dice Vicente Aleixandre al presentir que no  cabe suspirar o presentir palabras que “ aún nos viven”. Se vive desde la poesía con el misterio y el sueño. Un poema es un hallazgo desde la profunda dimensión del ser, sin tapujo alguno.

El  poeta de Fortuna Sánchez Bautista  extrae de sí el hambre por sus lares aquietados por el sudor del hombre de la gleba que queda sufriendo el escenario de su destino. Nosotros hemos hablado en una ponencia de este campesino sometido desde el siglo XVI al sudor, hambres y epidemias. Sudor de siglos como sol embadurnando sus casas, moradas como latidos de muerte. Fortuna es un paisaje de sedimentos oscuros, escoria anquilosada en sus pedruscos de ancestral ditirambo. Decorado maquillado por el polvo de su legado acosado por el mineral ronco, cantera metálica de blancura.

En viajes constantes por el paisaje de Fortuna este cronista sabe de los colores secos de la villa, que es de brillo  donde el aire huele a sol petrificado. Sus colores margas exceden en un abigarramiento plástico que concuerdan con los versos hechos palabras de pintura del poeta, sobre un lienzo  tenebroso. A veces se hace yeso blanco en derrames doloridos y se funden las tierras con la facturas de una falla geológica.

Son vibrantes estos episodios de una geografía sedentaria grabada por los rayos del astro rey empecinado en despoblar su asentamiento, añadiendo a su contexto la rabia de la palabra  emboscada en el paisaje.

Todo domina la penuria de esa sábana volcánica que engulle su propio magma en su osamenta. El poeta Sánchez Bautista deja su voz permanente en sus estrofas de palabras hartas de soledad. Hace que se convierta el texto en gamas de colores agrios como los cuadros de Bejamín Palencia el creador de la Escuela de Vallecas, consumiendo costados de los campos de Castilla, aquellas tierras de Alvargonzález tan duras que tienen alma. Estas del poeta de Fortuna son de horno acribillado por el hastío. Es la angustia la que brota en el poeta como hartazgo ilimitado. Lleva en su interior la profunda molicie de su lugar de estancia, de su vida secundada por la experiencia. Y en la soledad le sale la congoja  de lo más hondo.

La palabra se revuelca en el barro de sus días sufridos en su cotidiano estar en el paisaje,  saboreado el  último árbol, como Arcadia encontrada en ocasione en los huertos apócrifos, Es como un lamento que se apropia del alma para lanzar a los vientos su lienzo de pinceladas de trazos oscuros,  de contrastes goyescos. Fortuna, dice el poeta es la “ angustia/ y es la sed/ y es la atroz calentura/. Es suficiente para intuir la palabra convertida en calentura de color amarillo  del pintor Aurelio, sin azules ni espuma de mar ondulante. Simplemente  pintura de gamas tórridas, embarrancadas en sus zahurdas de infierno.

Sánchez Bautista conoce a fondo la piel bermellón de los parajes de Fortuna, sus gamas grises de Caprés modelando lomas como cimas del silencio, sabe de las cicatrices de sus terrajes que se aploman en la rambla del Infierno, conoce la gravosa calva del Corque sin una hierba que la acompañe. Esta es su palabra de lienzo acogollado por la negrura, como un cuadro  de Zabaleta aprisionado en su misma textura. Se fragmentan los llanos, en efecto, rompiendo la mugre por donde pasa, tan solo minando la espesura de una floresta desgajada, morada de insectos. Surgen estas tierras disecadas como momias por la zona de los Baños, en símil de dantesca dimensión plástica, dejando oleadas de  gleba miserables en sus ribazos.

Hay una razón de vacío en el páramo desierto de unos ojos sin azules donde soñar, sin blancas nubes de serenidad. Todo el paisaje del poeta es brusco, deletrea “sequedad horrenda”, que es igual que la miseria. Cabe, nos parece, en la letanía de las miradas del poeta la versión de un mundo de cruel paisaje abatido por la tragedia, de sombras abortadas por el desgarro. El paisaje y el hombre que lo habita forman una unidad, su piel se confunde en el barro que pisa. Es su gesta, el empeño por sobrevivir  sin límite alguno. El hombre de la gleba se viste con esa masa de polvo y de ceniza que hiere, dejando cicatrices en el alma.

Sánchez Bautista medita sus  sentimientos ante la soledad de un mundo circuncidado por la avaricia del dolor que hiere. Todo su amplio espectro de poeta mantiene una gama de secuencias líricas desde su hondo parpadeo de alma ensimismada, viviendo el pausado estar en el tiempo de las cosas efímeras.

Tras la lectura de sus libros, memoria perdurable contenida en estrofas de pasión correcta, en sus tratados de palabras que saben a éxodo, huida, sed de labrador, arcadia de un pasado vivido entre orillas de un río desmelenado, se intuye la elocuencia del maestro que construye palabras haciendo rimar soberbias estrofas que saben a molino arrugado entre naranjales orientales, a barbecho abierto en los surcos de la vertedera, a guía de molino estrujando el cereal  como mazos de pozo minera.  Son palabras de gesta deslucida y cancionero pícaro entresacando raíces de vida.

Y así deviene todo argumento de voz tétrica, a veces con el entusiasmo de una cadencia ensimismada que deja una huella inolvidable.  Poeta fiel  a sí   mismo, Sánchez Bautista se apropia del verbo colosal que le asiste en sus miradas al campo, que fue el suyo, a la huerta, que fue la suya, a la vida que lo contaminó como  el  agua a los  bancales disecados, elevando  la noria infalible con sus cangilones de consuelo.

La huerta que era suya, vivida en noches y mañanas desde el verbo, palabra fluida del lúcido poeta creador de un  vocabulario tan copioso con el agua fluyente del río esperando el agua   “hermana clara”, que llega con la lluvia “ el pan del cielo”-

La huerta queda, tan metida en sus ojos, como luces andariegas. Sánchez Bautista retiene  la savia del cavador acostumbrado a su muerte, sin el desgarro de los otros días arcádicos donde la barraca  era de damas lisonjeras como rosas de infinita primavera. Tiempo aquel cuando se cantaba en la monda de las acequias y se estrujaba entre las manos las hojas de la morera en los otoños melancólicos. Aquella huerta fértil sin la cansina del huertano   de Vicente Medina,  porque, como Miguel Hernández se llenaba del barro de la tierra sacando su hervor en la   palabra  convertida en frase de color estremecido.

Hay un paisaje  de contraste inveterado en la voz del poeta que deja desgarro en las tierras mustias de su Fortuna,” llanura muerta”, y el de la huerta de su Arcadia olvidada con barracas de aromas de arcón recargado y rosa otoñal de sus amores. Siempre queda en su mente el símbolo, alegoría ancestral de un episodio vivido. Fortuna es, sin duda, tierra de sol y de angustia que me hace pensar en la del otro poeta sonoro, de potencia caústica,   Salvador Pérez Valiente entre hambres pasadas y ausencias revividas.

Fortuna es angustia, paisaje donde se termina todo. Es para el poeta un color que trepida entre los grises abortados por la pena, y uno piensa en García Lorca y el pintor Prieto dejando pinceladas de noche en sus árboles apenas iniciados, con sus troncos negros.

Son los silencios de Fortuna que  Sánchez Bautista retiene en  sus vivencias, conociendo la soledad y el hastío del pueblo que apenas siente el tránsito de cada hora. Como Azorín presiente que no existe el tiempo en el pueblo, no ya tan tétrico como la vieja Yecla de Castillo Puche con carga de muerte en la espalda. Porque el tiempo es lento, impronta de adagio que se funde con el alma de su habitante sin albedrío propio.

Simplemente se está, sintiendo el ocaso, sin darse cuenta de los días anteriores. Todo para el poeta es  lumbre pasajera sin pasado ni presente, cuando algo se inicia se termina a la vez. No se da la duración que Bergson concibe en el tiempo como tránsito de uno a otro enlace de eternidad. En Fortuna, su pueblo, tan solo presiente  heridas, sueños pasados en los aljibes vacíos, en su calma de tiempo consumido.

Nos admira la manera que tiene el poeta que se nos ha ido hacia otros prados de su anhelada  Arcadia, de hacer brotar su pena a la vuelta a Fortuna, siendo hombre, habiendo dejado su niñez en los huecos de su paisaje, en la Cueva Negra marcada por el hilo de agua de un manantial: aquella luna de cuarto creciente junto al la palera indómita encerrada en su crisma de tortura. Magníficos son sus versos acostumbrados a la tristeza de algo que lleva dentro de sí, frases que se van  apagando  con la desazón del último adiós

Se realza aún su sentir desde la ausencia que le abate al tornar a su pueblo y dominar el dolor de lo que fue y ya no es. Porque hay una queja de dura frase y suave deliquio con el paisaje que amó, que expresa en un hondura de  contraste. El poeta nos admira por la sencillez que se hace grandeza de palabra cuando la deja salir de su profundo espíritu como diría Hegel, dando pinceladas de sentimientos puros, como si todo su amor, su dolor ante el paisaje, ante las cosas más pequeñas, de pronto le hicieran superar el vacío que lleva consigo..  A este cronista que suele viajar por los caminos de la huerta y de Fortuna le admira esa forma de expresión del poeta  Sánchez Bautista que se nos acaba de ir a su Arcadia buscada, esa parrafada de caudal que exhala de su corazón ante un quijero de acequia, la que observó en su mocedad, el detalle de un cañaveral al socaire del río que es ya de ángel azul.

Es  la “sequedad horrenda“ que  envuelve en harapos de sudor al cavador de la tierra. Palabras encendidas que surgen del poeta  mirando el paisaje  como  destellos de una sensación que conmueve como las de su homólogo Miguel Hernández, tan cercano. Y además son pinceladas de pintor clarividente que, en unos trazos recoge la luz y tinieblas del paraje que domina.

La lectura de sus obras desde la “Memoria de una Arcadia” a “la Antología del agua”  dejan en el alma brotes intensos de melancolía y belleza, nos hablan de una sutilidad embriagante como sugiere Isabel Martínez Llorente  en su aproximación al poeta, que está ahí siempre, en los dominios de la palabra como instrumento creativo.  Está advirtiendo el poeta de Fortuna, en sus poemas, suspirando, aspirando el perfume de sus primaveras olvidadas cabe  el  rumoreo de acequias renacidas, y no hay más   intensidad ni deliquios redentores que congelan el pensamiento y la mirada ante los espacios de miseria que se encienden ante el paisaje  de Fortuna.

Podría este cronista referenciar frases,  palabras del poeta que sugieren efectos de una plasticidad ajustada a los momentos experimentados, y además son fragmentos de lienzos envueltos en una música wagneriana. El color es como la palabra que derrama sentimientos en el criterio de Baumgarten creador de la Estética, como se engendra en Kant los conceptos de lo bello y lo sublime que confieren la poesía y la pintura.  Nada más ilustrativo que los versos de Sánchez Bautista para conectar con un cuadro donde el color no se agota en sí mismo, pues puede que se intuya en sus gamas el misterio de la belleza que confirma el relato.

Y es que la riqueza de sus palabras en normativa clásica perfecta, cobran brío especial al convertirse en fuente de creación en el ámbito de la pintura.  Hacer un inventario de sus frases engendradoras de plasticidad daría para una tesis en la que no podemos entrar  en nuestro trabajo  que a vuela pluma realizamos, pero bien que nos inspiran sus desgarradoras frases:  “ el sol es un toro de  sol”, que nos evoca a Sorolla, La “ Agobiante sed murciana”  de tonos dramáticos en grises de labriegos rotos por la carencia de agua salvífica, son  rostros de Zubiaurre, solanescos,  como la sequedad den una geología de angustia. Son imágenes goyescas que dibujan la maldita tierra: ”¡ Ay tierra maldita ¡.. ¡ Aquí donde la pita/ tiene su sentido”. Y de este modo se podría significar en la poesía del poeta de Fortuna un caudal de estrofas que son de  color de pintura. Saboreando la palabra a la vez que el lienzo sin terminar de un artista colosal.

FUENTE: F.S.M.

 

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