POR ANTONIO GASCÓ, CRONISTA OFICIAL DE CASTELLÓN
Días antes del paréntesis navideño de esta columna murió mi tía Emilieta Gascó Calduch, tras una insufrible enfermedad que soportó con una serena entereza modelo de dignidad, resignación, valor, ternura y afecto hacia los suyos. Nunca perdió la alegre sonrisa que caracterizó su hermoso rostro ni la mirada afectuosa que embelesó a todos quienes la conocieron. No fue fácil su vida. Perdió a su primogénito a sus 22 años con su carrera de ingeniero de caminos recién terminada y se sobrepuso al trance, con su intensa y caritativa fe cristiana, volcándose sobre todo en el amor a sus hijas, a sus nietos, a su familia y a su pueblo, con una actitud siempre entregada, cariñosa y efusiva.
Emilieta Gascó fue musa de Bernat Artola. Su deslumbrante belleza adjetivada como la Maureen O’Hara de Castellón (no era inferior su hermosura a la de la reina del technicolor de Hollywood) inspiró versos al príncipe de la poesía castellonense. Evoco una de las más fascinantes composiciones que he leído jamás en lírica, el hermosísimo soneto que le dedicó cuando fue madrina de la gaiata 10 en 1945: «Verge i madrina que de sol vestida/ deixes al pas un reguerol de llum/ i al cor en ombra que la nit consum/ encens la flama de novella vida./ Qui un jorn t’ha vist mai ta bellesa oblida/ i enlluernat aspira ton perfum/ si el foc recòndit es coneix pel fum/ l’amor floreix per la cordial ferida./ Com giravolts que l’òrbita segueixen/ del sol vital que l’univers ordena/ aixina els ulls segueixen ta mirada./ Encara pobres que la nit mereixen/ per gracia noble de ta llum serena/ deixa’ls fruir, la flama enamorada».