EL CRONISTA PROVINCIAL DE GUADALAJARA, ANTONIO HERRERA CASADO, QUIEN LA VISITÓ Y LA FOTOGRAFIÓ EN NUMEROSAS OCASIONES
Guadalajara es una tierra plagada de pequeñas iglesias y ermitas con base arquitectónica en el románico rural. Muchas –quizá la gran mayoría–, se encuentran en la zona de la Sierra Norte; si bien alguna que otra se localiza en la Alcarria Alta, como la magnífica portada de Santiago en la iglesia del Salvador en Cifuentes; o en la Alcarria Baja, como es el caso de la interesante portada en la iglesia de Alcocer. Otras, en cambio, las encontramos al este de la provincia, en el Señorío de Molina. Es el caso de la iglesia del monasterio de Santa Clara, en la ciudad de Molina; o la ermita rural de Santa Catalina de Hinojosa, situada en un valle idílico. En esta zona se ubica la iglesia de Santiago Apóstol, en Labros.
Labros en un pequeño pueblecito situado en una planicie –la Lastra de Labros la llaman– desde el que se divisan los amplios horizontes de la Sexma del Campo. Labros cobró fama gracias a la prosa vibrante de Andrés Berlanga en la novela La gaznápira, en la que el brillante autor molinés describe la vida de una muchacha del pueblo.
El abandonado del templo de Labros, fruto del proceso de despoblación, casi estuvo a punto de provocar su desaparición. Entonces se hundió el tejado y se abandonó el culto en su interior hasta que se inició el proceso de su merecida, completa y acertada restauración. Especialmente, de la puerta de entrada, que es quizás lo más valioso que tiene la parroquia.
Orientada al muro de mediodía, su rica portada y capiteles esconde sus arquivoltas y su cenefa jaquelada del siglo XII o comienzos del XIII, bajo una especie de porche que los protege de las inclemencias del tiempo. La portada tiene tres arquivoltas, siendo la exterior muy interesante, labrada con cenefas con decoración ajedrezada al centro y de elementos decorativos magníficos en los costados. Estas arquivoltas descansan sobre cuatro columnas en cuya parte superior destacan otros tantos capiteles.
Los estudiosos y conocedores del arte los han estudiado magistralmente. El viajero deberá reparar en ello como lo que son: parte fundamental del templo. Mirándolos de izquierda a derecha, el primer capitel –muy desgastado por el paso del tiempo– muestra una figura humana que bien puede ser un hombre con túnica larga y sencillos pliegues. El personaje se abalanza sobre un animal, de difícil interpretación, aunque bien puede ser un oso o un león y agarrándolo con sus manos fuertemente por el cuello. El segundo capitel exhibe una fina orientación geométrica con un trazado de triple hilo, muy utilizado en otros capiteles románicos de la provincia.
Por último, el tercer capitel que nos ha llegado se representa ocupando las dos caras sendas arpías con rostros humanos muy sonrientes. Estos rostros se observan estáticos, con las alas plegadas y con sus plumas bien talladas.
Del cuarto capitel nada queda. Fue robado antes de su restauración y el cronista provincial Antonio Herrera Casado, quien la visitó y la fotografió en numerosas ocasiones, dice de él: “ese cuarto capitel lo conformaba una gran figura central, semejando un anciano de alto gorro y poblada barba, revestido de ropajes ampulosos. A este ser le acosan otros dos elementos zoomórficos, parecidos a monos o perros, que se le suben a la espalda, como tratando de herirle, morderle o inferirle alguna injuria. Al ser imposible la identificación iconográfica de la escena no se puede tampoco discernir el sentido iconológico de la misma. Aunque pudiera tratarse de un modo muy general, de un ser benéfico atacado por otros dos maléficos. La eterna lucha del Bien contra el Mal, en sus mil formas, venía a ser de este modo expuesta en este otro capitel”.
Tras contemplar la iglesia y la torre con el campanario sin campanas, solo nos falta recorrer las callejas del pueblo que bajan todas hasta la plaza principal y la carretera, donde se encuentra la ermita de Nuestra Señora de las Angustias, que en algún momento sigue haciendo de iglesia parroquial. Aprovechando nuestro viaje podemos deleitarnos con los pairones, típicos de la comarca, como el de San Isidro, junto al cementerio y la ermita; el de Santa Bárbara, casi llegando al pueblo y el de San Juan en el camino a Tartanedo. Labros constituye un destino imprescindible en el Señorío de Molina.
Fuente: http://henaresaldia.com/ – Raúl Conde y Ángel de Juan