POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Tarde asturboalesa, primaveral y sorpresiva.
Soles, nubes, aguas. Conjunción de verdes de arbolado y praderío con plomizos nubarrones precursores de tormenta.
Y en esa estampa tan representativa del paisaje asturiano, entre unas gentes afanosas y entusiastas de reconocer su identidad a través de una tradicional cultura de fogones, fuimos desgranando todo ese rosario que envuelve la historia culiniara boalesa.
Boal, en el occidente asturiano, tiene una cocina singular; probablemente heredada de viejas culturas celtas (los cercanos castros de Coaña -en ese municipio- y de Pendía, en Boal, son testimonios de ello) y del aporte costumbrista del peregrinaje jacobeo siempre cargado de «innovación».
Si la apicultura, la caza, la ganadería, la agricultura fueron y son fuentes naturales de riqueza en la comarca, es indudable que con tales productos y con las «modernidades» aportadas por otras gentes, la cocina boalesa fue afianzando su personalidad al cabo de los tiempos.
Ayer tarde, en Boal, hemos hablado de SETAS.
Y con las setas, hemos recordado al DEVENTRE, ese gran descocido en Asturias; a la RAPA y RAPÓN, otro plato desconocido por la mayoría de los asturianos; de los vinos de VALLOIS, que urge recuperar; y de las CRUCES DE SAN PEDRO, milagrosas ellas, tan buscadas y solicitadas por los peregrinos a Compostela.
Desde «nuestra tribuna» (¡qué guapa suena esta frase!) hemos propuesto a los boaleses que, a través de su Sociedad Micológica, promuevan la asociación de NOBLES CABALLEROS DE LAS SANTAS CRUCES DE SAN PEDRO, para que esa Cruz en piedra sea INSIGNIA, al igual que lo es la concha de vieira, del caminar compostelano.
Y de la concha de vieira, a la VENERA; ese dulce precioso en la forma y tentador en su sabor.
Su origen habrá que buscarlo en Venus-Afrodita, diosa del amor, que emergió de las aguas del mar flotando en una concha de vieira y a cuyo «culto» los antiguos dedicaron un día de la semana, el viernes o «dies veneris» («día de Venus»).
Es probable que la antigua venera del occidente, en sus tiempos primitivos, se elaborara con nueces, avellanas, miel y huevos (y en ese sentido lo apuntábamos ayer), productos que, ya afianzada la cultura árabe, fueron sustituidos por almendra y azúcar.
La haremos así:
Se mezclan 500 g de almendra molida finamente (elegir almendra de máxima calidad) con 450-500 g de azúcar blanquilla y dos huevos (yema y clara), amasando a mano hasta conseguir una pasta similar al mazapán.
Con porciones de esa masa se hacen unos «cilindros delgados», como churros, a los que se les da forma de semicircunferencias.
En una fuente de horno, con un fondo de oblea, se dispone en su centro una circunferencia de «churro de masa» y a su alrededor, en perímetro creciente, se colocan las otras semicircunferencias (Véase la foto).
Hornea hasta que tome un atractivo color tostado; se saca, enfría y se decora al gusto con un baño blanco, frutas confitadas, etc.
Para complementar, un chupito de licor de miel de Boal.