POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Andaba el que suscribe el domingo pasado, como todos los domingos, recorriendo caminos por el Paraíso con mi compadre, el Sr. Bellette, y con mi colega, el profesor Rafael Ramos, entre otros amigos y familiares. Recorríamos el camino de las Pesquerías Reales desde el Puente de Segovia hasta el Puente del Anzolero, para enlazar con el camino del Nogal de las Calabazas por la Cascada del Huevo, para que mi hijo Eduardo disfrutara de refresco y spa natural.
Sin embargo, al inicio de tan divertido plan me asaltó un resquemor que mantuve durante toda la jornada matutina y que aún me sigue molestando, como esas piedrecitas que se meten en el zapato, uno no sabe muy bien cómo y por dónde. Al empezar el camino, nada más cruzar el portillo junto al puente citado, tras recorrer un trecho de paseo acondicionado de no más de ciento cincuenta metros, un panel permanente anuncia al caminante que se encuentra recorriendo la ribera del río Eresma, con todas sus características, pasos y parte de la historia de los lugares que cruza. El cartelón está construido en ladrillo y rematado por esos azulejos azulados que imitan los tradicionales portugueses, que con tanta maestría realizan desde hace siglos en el hermoso país vecino. De casi dos metros de alto por uno de ancho, está rematado con una graciosa alegoría y algún que otro detalle que te retrotrae al siglo XVIII. O al menos eso intentó quien diseño aquello.
Saluda, por tanto, el dichoso cartel a todo el paisanaje y le informa del asunto hasta el punto de que todo el que por allí nada, pasea, corre, monta en bici o, cada vez menos, pesca, está encantado de hallarse en un entorno tan magnífico, con el murallón de la sierra al fondo y el palacete de Santa Cecilia a su izquierda, precedido por el Puente de Segovia tan colmatado que no se tiene noticias de su ojo desde hace ya tantos años que pensamos algunos que estará a buen recaudo con el de Polifemo y todos esos ojos echados a perder, olvidados o, simplemente, desaparecidos del recuerdo.
Y resulta cómico, pues, a pesar de tanto esfuerzo y literatura, aquel cartel miente como un bellaco, que diría mi padre, puesto que aquello no es el río Eresma, sino el Rio Valsaín. Y lo es desde finales del siglo XIV, sin poder precisar este humilde Cronista día y hora en que recibió el nombre. Sin embargo, no me cabe duda de que es el Río Valsaín.
Desde su nacimiento en las faldas del Guadarrama, recogiendo el agua de gran cantidad de arroyos y escorrentías varias, transcurre por parajes increíbles, cruzando los restos del Real Sitio de Valsaín y anegando el antiguo Parque de tanto en tanto. Que se ponen de barro los caballos que no hay quien los tenga presentables en temporada de crecida, oiga. Supera un embalse casi decimonónico, ideado por Federico Cantero Villamil, para producir electricidad en el Real Sitio, a quién debo un artículo desde hace ya varios años, para caer en fragor espumoso hacia el Puente del Anzolero y la parte más frecuentada de las llamadas Pesquerías Reales.
Esta instalación deportiva, seguramente la más antigua del país, fue creada para el ejercicio de la pesca, hoy proscrita en el Parque Nacional. Que llevan frotándose las aletas dorsales las truchas arcoíris desde que se sancionó la norma, pensando en las pobres y deliciosas truchas comunes, tan escasas, tan solitarias e incomprendidas. Tan españolas.
En su paso por el puente del vedado, más allá de la Casa de la Luz y del Salto del Olvido, otro cartel singular, con un señor ricamente vestido, supongo que a semejanza de un Carlos III con ropa de domingo, nos recuerda lo que las Pesquerías Reales son y cómo cubren la ribera del río Eresma. Y más arriba aún, entre el Puente de la Cantina y la Venta de los Mosquitos, otro cartel intitula la corriente, igualmente, como río Eresma.
Y no es que yo tenga nada contra el Río Eresma. Nada de eso, por favor. Que disfruto de su ribera desde el Puente de las Merinas hasta las playitas donde mis queridos amigos, los Hermanos Ramos, tramaban y enredaban de niños, que uno no sabe cómo Maricarmen, su Santa Madre, no los envió a la legión extranjera con un lazo bien envueltos; pasando por el tristemente abandonado refugio de pescadores y alcanzando la magnífica y singular Ciudad de Segovia. Que no se entiende tamaño monumento histórico artístico sin los collares de agua que lo engalanan.
Fuente: http://www.eladelantado.com/