POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
Los canteros de 1674 eran de Linares (Ribadesella), Mesariegos (Parres) y Las Rozas (Cangas de Onís)-
El claustro estaba previsto que fuese levantado en el clásico estilo corintio
El primer paño del claustro costó 3.600 reales, una gran suma para aquella época
Cuando se levantó la nueva y actual torre se destrozaron para ello elementos arquitectónicos muy valiosos
Para los escudos que se encuentran en la entrada del monasterio se llevaron las piedras de Corao (Cangas de Onís)
Parece verosímil que la fundación del Real Monasterio de San Pedro de Villanueva (Cangas de Onís) fue un 21 de febrero del año 746.
Las crónicas Rotense y de Sebastián dan pie a pensar que así haya sido y -hasta ahora- la fecha ha permanecido reconocida como tal durante siglos.
Revisando los libros más antiguos conservados del monasterio encontramos -en el correspondiente al libro de misas del año 1667- cómo el mes de febrero se inicia con el siguiente manuscrito: “A 27 de este mes se dice una vigilia cantada y otro día missa cantada por los Señores Reyes Don Alonso el Catholico y Doña Hermissenda su mujer y por el señor Rey Don Fruela y su mujer la Reina Doña Menina”.
Los monjes celebraban, asimismo, cada 22 de enero, vigilia cantada y misa solemne y responso por los Reyes Católicos don Fernando y Doña Isabel “según las constituciones de la Orden, folio 109”. Además -cada 3 de noviembre- hacen constar que celebraban una vigilia solemne, misa cantada y responsos por los claustros con procesión solemne “por los señores Reyes antes dichos fundadores de este convento”.
Si de lo anterior quedó constancia escrita en 1667 es señal que utilizaban el viejo claustro para algunas de estas celebraciones.
Vamos a detenernos hoy en un documento de archivo según el cual se acuerda levantar uno de los lados o paños del claustro del monasterio, según lo seguimos contemplando actualmente.
Lleva el documento en su parte superior un sello con el escudo de España y, a continuación, un membrete impreso que dice: “Sello 4º. Valga diez maravedís para el año de mil y seiscientos y setenta y cuatro”.
La transcripción textual es la siguiente:
“En el real convento de S. Pedro de Villanueva, concejo de Cangas de Onís, a veintitrés días del mes de julio de mil y seiscientos y setenta y cuatro años, ante mi escribano público y testigos de iuso escriptos parecieron presentes Nuestro Padre Maestro Fr. Antonio de Quevedo, Abbad de dicho convento, y el Padre Predicador Fr. Esteban Blas, Maiordomo de dicho convento, sin que en él aia otro monge alguno, y dijeron que con orden del Rmo. Padre General Fr. Joseph Gomez tienen dispuesto de hacer y fabricar una obra de cantería del claustro de dicho convento, y por el presente tienen dados sus poderes a Pedro de Nocedo, vecino del lugar de Linares, concejo de Ribadesella y a Antonio de Ampudia, vecino del lugar de Mesariegos, concejo de Parres y Pedro García, vecino del lugar de Las Rozas de este concejo, todos tres maestros de cantería, y todos tres de mancomún a voz de uno y cada uno de por sí y por el todo in sólidum» (en conjunto).
«Se obligaron a hacer dicha obra en la manera y forma que se les había dado la planta, la cual dijeron habían visto y entendido, y según ella y sin de ella faltar ni discrepar cosa alguna, se obligaron a hacer la obra con las condiciones siguientes: Es a saber, que el claustro aia de llevar seis arcos con sus pilastras de piedra labrada y con su papo de paloma (que era un tipo de cornisa de forma convexa, que también llamaban gola) y almohadilla en el medio y vara de ancho, vassa y capitel y aia de levantar desde la solera al capitel seis pies y el capitel uno que hacen ocho, de la orden corintia, buscando los cimientos firmes, y el dicho arco que le tocan cuatro pies de voleo.
Mas ha de llevar piedra labrada entre las danzas de los arcos, alquitrabe, friso, cornisa corintia, y esto aia de levantar desde la solera a la corona de la cornisa catorce pies, y para esto aian de hacer dichos maestros la cal necesaria y sacar por su quenta en calidad que se halla la suficiente en el término de Las Rozas que llaman el peio del agua y la aian de sacar toda de dicho término y poner hasta donde pueda llegar el carro, cavar los cimientos y apear (apuntalar) el piso del claustro antiguo, dándoles madera suficiente y todos los materiales para apearlo”.
Así se van especificando con todo detalle las obras a realizar; se obligaron a certificar la seguridad y firmeza de dicho claustro por espacio de diez años a satisfacción y vista de otros maestros especialistas; lo mismo que se obligaron a dar acabado al dicho paño del claustro para el día de San Juan del año siguiente, 1675.
Se les debían abonar los tres mil seiscientos reales en los que se ajustaron y concertaron por dicha obra en la forma y manera siguientes: quinientos reales para los primeros días que acudiesen a trabajar, y para el día de Navidad de ese año los otros quinientos; para cuando hubiesen acabado el plano de los arcos otros mil reales y -concluida toda la obra- se les entregarían los mil seiscientos restantes, cumplidas todas las condiciones referidas en la escritura pactada.
Si la obra no se concluía en ese plazo o si tuviese algún defecto se les rebajaría a los signatarios lo que otros maestros canteros decidiesen. Firmaron en el acuerdo que todos los acarreos fuesen por cuenta del Padre Abad y dicho convento, y que los debía hacer en tiempo y lugar para que dichos maestros no estuviesen detenidos.
Pedro de Nocedo (el cantero de Linares y primer maestro de obras) firmó que “no estando achacoso en la cama que conste ser verdad, aia de asistir y assista personalmente a dicha obra hasta fenecerla y acabarla”.
Y se obligaron a hacer la obra y ejecutarla como si fuera sentencia definitiva de juez competente, “sin remedio de apelación ni suplicación”.
Y el Padre Maestro Fr. Antonio de Quevedo, abad de dicho convento, con el Padre Predicador Fr. Esteban Blas, mayordomo, así lo firmaron ante el escribano, estando presentes por todos el Licenciado Francisco Gómez de Valdés, cura propio de Santa María de Villanueva (pues el convento y la parroquia eran independientes) y el Licenciado Simón de Trapiella, testigo presbítero, junto con Juan Ortega, habitante en dicho convento y -todos ellos- vecinos del concejo de Cangas de Onís, los cuales y sus otorgantes lo firmaron de su nombre “los que supieron”, según anotó y dio fe el escribano Cosme Rodríguez.
El documento mencionado ya fue estudiado hace un siglo por Ceferino Alonso Fernández, quien publicó en 1915 una reseña histórico-descriptiva del monasterio y parroquia de San Pedro de Villanueva, libro de obligada consulta.
¿Se cumplió el contrato arriba estipulado y bien pormenorizado? Baste echar un vistazo al claustro que hoy conocemos -el mismo que se inició en 1674- para comprobar que no fue así, puesto que en los elementos arquitectónicos principales como son columnas, capiteles, frisos o cornisas no se utilizó el pactado orden corintio, el más elegante y ornamentado de los órdenes arquitectónicos clásicos; por el contrario, acabó siendo un claustro de adusta y sencillísima traza, con fuertes pilares rectangulares y pequeñas cornisas de donde arrancan los arcos.
¿Qué habrá ocurrido para que las condiciones del contrato fuesen incumplidas?
Que se sepa hasta ahora no hay constancia de la razón. Puede que la enfermedad o fallecimiento del principal maestro de obras, Pedro Nocedo, puesto que si el que mejor manejaba los conocimientos de la arquitectura no estaba presente, los demás no pudieran o supieran ejecutar lo firmado. Puede que las condiciones económicas pactadas no se ajustasen a lo previsto y el coste se hubiese elevado más de lo que los canteros pensaban.
Los monjes tenían sus ideas, pero la realidad fue por otro camino, como cuando se levantó la nueva torre y se destrozaron para ello elementos arquitectónicos muy valiosos.
No nos alargaremos más sobre qué paso con los otros tres paños del claustro, hasta dejarlo completo. Fray Benito Losada (1682) hizo la escalera principal que va del claustro bajo al alto, y le sucedió Fray Benito Martínez en 1685, quien ordenó demoler la vieja torre y apuntalar el claustro antiguo, porque no ofrecían condiciones de seguridad.
Fue este quien mandó hacer los escudos que se encuentran en la entrada del monasterio, para los que trajo de Corao la piedras y pagó 255 reales por labrar “los cuatro leones y armas de la religión y el San Pedro que están en la portería, además de otro 95 reales y cuartillo por desfardar y asentar los escudos y leones y limpiar el escudo viejo”.
El mismo abad ordenó abrir cuatro balcones en la fachada, además de contratar a unos campaneros “de la Montaña” (hoy Cantabria) para que fundiesen dos campanas, y mandó construir la cocina y la gran chimenea que hoy conocemos.
En 1689, el abad Fray Manuel Enríquez (Manrique dice en otros documentos) y el maestro de cantería Toribio Sánchez, firmaron un contrato para hacer otros dos paños del claustro y levantar la torre.
Otro contrato lo firmó el abad Fray Francisco Sanz (1693) con el mismo Toribio Sánchez para hacer el cuarto y último paño del claustro, “el que da al campo de San Pedro, con dos ventanas y sus rejas de hierro”, esto ya entre 1690 y 1694, y mandó hacer las dos puertas de nogal de la iglesia.
De modo que el actual claustro tardó veinte años en concluirse.
Se citan en los documentos conservados los alimentos a dar a los jornaleros y otros detalles.
La primera de aquellas obras costó 3.600 reales -como ya hemos visto-; los otros dos paños y parte de la torre costaron 4.000 reales y el último paño del claustro costó 2.300 reales.
De modo que si los tres últimos paños del claustro hubiesen costado lo mismo que el primero, la suma total hubiese sido de 14.400 reales, una cantidad muy elevada para aquella época.
La torre nueva la concluyó el abad Fr. José Ladrón, quien también levantó la casa que existió hasta no hace muchos años delante del convento, junto al cementerio ya desaparecido.
Y concluimos volviendo al inicio y recordando que se cumplen estos días los 1.278 inviernos desde que -supuestamente- Alfonso I promoviese la fundación de este monasterio (hoy parador nacional de turismo) y lo hizo en memoria de su cuñado el rey Favila, hijo de don Pelayo y de la esposa de este la reina Gaudiosa.