POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS).
¿Por qué sus dos torres se parecen a la de la basílica de Lourdes?
Cumple ahora 123 años la basílica de Santa. María la Real de Covadonga, en piedra caliza rosácea del cercano lugar de Peñalba, consagrada por cinco obispos el día 7 de septiembre de 1901.
Fue el 9 de septiembre de 1874 -día del estreno del Camarín de la Cueva, como vimos la semana pasada en este periódico- cuando el obispo de Oviedo, Benito Sanz y Forés, anunció a los fieles su intención de levantar en Covadonga un templo monumental. Tuvieron que pasar 27 años para verlo concluido, aunque él falleció cinco años antes.
El “alemán de Corao” proyectaba, dibujaba y era el responsable artístico, pero después era el obispo quien decidía el resultado final, dirigiendo realmente el proyecto.
Sanz y Forés encargó a su amigo Roberto Frassinelli -alemán residente en Corao (Asturias)- que realizara los estudios pertinentes y los planos necesarios.
Elegir el cerro de El Cueto para el emplazamiento de la basílica fue un acierto, al situar el templo en un lugar original y pintoresco
El día 30 de julio de 1877 el Rey Alfonso XII -acompañado de su hermana Isabel, Princesa de Asturias- disparó el primer barreno que pondría en marcha el desmonte del citado cerro y el vaciado del mismo para construir la cripta que se pensaba utilizar como sacristía.
Los proyectos para el templo se sucedieron, primero con una fachada de dos torres y un atrio entre ellas que recordase el prerrománico asturiano y el reciente Camarín de Frassinelli en la Cueva.
El resto del templo seguiría cánones románicos, con tres naves y crucero. Añadió Frassinelli después dos torres más a la cabecera de la basílica, hasta contar con un total de cuatro, como era habitual en las catedrales alemanas.
El “alemán de Corao” proyectaba, dibujaba y era el responsable artístico, pero después era el obispo quien decidía el resultado final, dirigiendo realmente el proyecto.
Llama mucho la atención que ni el obispo ni su “mano derecha” informasen de esta monumental obra a la Real Academia de San Fernando ni a la Comisión Provincial de Monumentos, como era preceptivo. Por otra parte parece que el alemán tenía titulación de ingeniero, pero no de arquitecto, y esa fue una de las razones para apartarlo del proyecto.
Con la llegada a Oviedo de un nuevo obispo -Fray Ramón Martínez Vigil- se retomarían las obras tras 16 meses paradas, sobre todo por falta de dinero.
Martínez Vigil pidió ayuda a la Familia Real, al Gobierno, a los fieles españoles y de países hispanoamericanos, y convenció a su amigo el arquitecto valenciano Federico Aparici para que se hiciese cargo del proyecto.
Martínez Vigil pidió ayuda a la Familia Real, al Gobierno, a los fieles españoles y de países hispanoamericanos, y convenció a su amigo el arquitecto valenciano Federico Aparici para que se hiciese cargo del proyecto.
Desde ese momento -en 1884, hasta su conclusión en 1901- las obras ya no se detendrían más.
Como cuenta José Barrado Barquilla -eminente religioso de la Orden de Predicadores- en su libro sobre la biografía del obispo Martínez Vigil, este había visitado en 1877 el famoso santuario de Lourdes, precisamente cuando la torre central de la basílica francesa acababa de ser concluida y -ocho años después, ya en la sede ovetense- todo indica que acordó con el arquitecto Aparici que las dos torres del imafronte de la basílica de Covadonga recreasen de alguna manera la del santuario de la basílica de la Inmaculada Concepción del santuario francés.
Es evidente que el último piso y el chapitel de las dos torres gemelas de Covadonga tienen un notable parecido con la torre que 25 años antes de su finalización- se había levantado en Lourdes.
La basílica del Real Sitio conserva del proyecto de Roberto Frassinelli y de Sanz y Forés la cripta, el atrio de acceso y la disposición de la plaza con las almenas que la circundan; mientras que a Federico Aparici y al obispo Martínez Vigil le debemos todo el resto de la misma, con las dos torres gemelas que hoy nos han ocupado, ya sin la visión germánica de los primeros proyectos.
Puede afirmarse que el resultado final de la neorrománica basílica presenta -en su conjunto- una evidente unidad armónica y estilística, a pesar de haberle cambiado todas las cubiertas exteriores de naves y ábside -que eran de color gris desde sus orígenes- por otras de sorprendente color rojizo.