POR APULEYO SOTO PAJARES, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
I.
Pues José de Arimatea
y Nicodemo callaran,
contaré yo aquí la historia
que de ellos se relatara.
Cada golpe del martillo
en sus corazones daba.
Cada suspiro del Cristo
en sus bocas suspiraba.
La Virgen, como era Virgen,
a su Hijo suplicaba
y dejaba hacer a Dios
lo que sólo deja un alma
muerta de amor…Era nona
la hora. Jesús hablaba
desde la cruz con las últimas
y balbucientes palabras.
-Ya todo se ha consumado.
Madre mía, Juan te guarda.
El Domingo te veré
antes de que nazca el alba.
II
El sudario está dispuesto.
La Verónica ha traído
aceites y ramos nuevos
del Monte de los Olivos.
Hay una piedra muy blanca
para hacerle a Dios un sitio
cerca del Calvario. Cae
la noche del sacrificio.
Con María Magdalena,
Marta y Lázaro el Amigo,
la Pascua del pueblo hebreo
va a dar, en verdad, principio.
José recoge los clavos,
Nicodemo oficia el rito.
Pilatos no sabe cómo
lavarse el pecho contrito.
III
¿Dónde están Santiago, Pedro,
Felipe y demás hermanos?
¡Perdón para todos ellos!
¡Misterios del ser humano!
¡Cuánta tiniebla, Dios mío!
¿Dónde fue el Samaritano?
¿Y los cojos, mancos, ciegos,
sordomudos y lisiados
a los que salvó su Gracia?
¡Qué terrible desamparo!
Esta noche no se duerme.
Sólo hay luz en el Calvario.
Con la lanza enrojecida
baja el centurión romano.
La Virgen y el Cirineo
se funden en un abrazo.
-Espera un poquito, Madre,
dice el discípulo amado,
un poquito nada más.
Mañana…, mañana es Sábado.