POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA.
En estos días de abril del 24, se cumplen los enormes 700 años del castillo de Cifuentes. Un aniversario que merece la pena celebrar, y que lo ha empezado a hacer el Ayuntamiento de la Villa, y la Asociación de Hijos y Amigos de la misma. Aquí vengo a recordar someramente esta efemérides, porque con ella se demuestra lo vivo que está, y lo latiente que se mantiene entre el pueblo, este patrimonio multisecular de la Alcarria.
Es Cifuentes un pueblo señero, una villa cargada de historia y densa de aconteceres, a la que conviene viajar de vez en cuando, y en ella admirar lo que guarda –como testimonio vivo– de esa vida cuajada que tuvo, y aún mantiene.
De orígenes inciertos, pero prehistóricos, el arroyo que nace bajo las peñas del castillo y se remansa en su famosa Balsa fue siempre como un pilar fundamental que ha sostenido historias y memorias. Su nombre es de repoblación, y es explícito. Viene a significar las siete fuentes que manan bajo su castillo (hay quien dice que son cien esas fuentes, pero con siete bastan para hacer grande a un río que, parando en el Tajo 8 kilómetros después, dio para poner en sus orillas cinco molinos, una piscifactoría, un jardín de estilo inglés junto a una fábrica de papeles, y hasta al poeta García Marquina le dio y aún le sobró para escribir todo un libro, ese “El río de las cien fuentes” que aún nos asombra.
El origen de este pueblo alcarreño, situado en el corazón geográfico de la tierra de Guadalajara, puede situarse fácilmente en los primeros años de la repoblación de este territorio, tras la reconquista de la tierra alcarreña a cargo del reino cristiano de Castilla. Dicha reconquista se consumaría hacia 1085, por Alfonso vi, formando parte de lo que entonces se llamó la Transierra de Castilla que llegaba hasta el Tajo. En principio fue una pequeña aldea del Común de Atienza. En 1177, a raíz de la reconquista de Cuenca, creció todavía más Cifuentes, y de esa época data la creación de un denso y nutrido mercado, destacándose ya como núcleo importante comarcal, y en él se hace alusión, por parte del rey Fernando iii, a la importancia de ese mercado.
La villa en sus inicios, en plena Edad Media, fue del señorío real, desgajada del gran alfoz de Atienza, y pronto con vida propia. En 1255 el rey Alfonso X el Sabio se lo donó (cargado de amor y beneficios) a su antigua amante, doña Mayor Guillén de Guzmán, para que se lo diera en herencia a su hija Beatriz, y esta se lo pasar después a la suya, doña Blanca, quien finalmente en 1317 se lo vendió a don Juan Manuel, que en ella se instaló y vivió por temporadas, encarnando el espírtitu medieval de la contienda permanente, marcando día a día la leye de los fuertes y de los atrevidos.
Este señor, que se encontró con una villa desarrollada, económicamente potente, y rodeada de muralla desde pocos años antes, decidió iniciar la construcción de un castillo en la loma que a mediodía protegía al pueblo. Fue exactamente en abril del año 1324, según un antiguo documento que recoge Layna Serrano en su “Historia de la villa de Cifuentes” explica en un claro latín procesal: “Eodem mense incepit Dns Joannes Castellum de Centfontibus”. Hace de ello justo ahora siete siglos.
En las manos de don Juan Manuel, que puso su escudo tallado en piedra caliza sobre la puerta de entrada, como aún hoy puede verse, se mantuvo toda la vida del magnate, que lo usó muy a menudo, más que otros castillos de los que lo que dí en denominar “Estado itinerante” del infante Juan Manuel, y que ha sido luego objeto de detenidos estudios. Aquí vivió y aquí escribió algunos de sus libros de ejemplos y relatos. Tras haberlo heredado su hija Blanca, y pasar luego por bodas y raptos a la casa real de Trastámara, vino a caer en manos de don Enrique de Aragón el Nigromántico, de quien, por carecer de sucesión, pasó nuevamente a poder de la corona castellana. Y al fin fue don Juan el segundoquien lo entregó en tenencia y alcaldía a su valido don Álvaro de Luna, cediéndoselo este posteriormente a su amigo don Juan de Silva, en 1431. Este gentilhombre es nombrado por el monarca Juan ii, primer conde de Cifuentes. En esta familia seguiría la villa y su amplio alfoz, progresivamente ampliado por compras y trueques, hasta la abolición de los señoríos en 1812.
Siempre objeto de asombros, de misteriosas consejas, hasta Pérez Galdós en sus “Episodios Nacionales” puso allí la residencia de una señora –por supuesto imaginada– que alienta los amores de su hija (Inés, una princesa liberal) con el protagonista inicial de los Episodios, Gabriel de Araceli.
El castillo de Cifuentes es un lugar espléndido. Arrastrando su decadencia de siglos, pero cuidado y recientemente remozado, para que no se venga del todo al suelo. En estos meses, incluso, ha recibido del Ayuntamiento cifontino el acertado cuidado de limpiar de árboles la ladera en que asienta, y que en un equivocado sentido de apoyo a la Naturaleza, hace unos 50 años se repobló de pinos que habían llegado, en su fragor verdoso, a tapar de la vista la fortaleza manuelina.
No se comprendería el castillo sin saber que era el apéndice, en alto, de toda una inmensa muralla que rodeaba al pueblo. Mandada construir por doña Blanca Alfonso en 1312. Esta muralla que circundaba al burgo, enlazaba con la del recinto exterior, del que aún quedan algunos vestigios de sus muros y torreones. Era obra de simple argamasa y barro prensado, y daba lugar en su interior a un enorme espacio cuestudo bajo el castillo que don Juan Manuel hizo construir sobre anterior atalaya o pequeña alcazaba. De fuerte y toscamente labrada piedra caliza, su forma es cuadrangular, presentando entre sus muros, y en las esquinas, varias torres que le dan un aspecto de irreductibilidad y soberana potencia. De ellas, una es cilíndrica, la del nordeste, y pentagonal la del homenaje, situada a sudeste, con escalera de caracol que asciende hasta su altura. Esta fortaleza tiene única entrada a través de dos arcos apuntados que se abren en la torre que media el muro de poniente. Sobre uno de ellos aparece tallado el escudo de su constructor, el infante don Juan Manuel. En el interior, y tras pasar angosto zaguán, se ve el vacío patio con otras puertas de paso a las torres, en algunas de las cuales se conservan estancias abovedadas.
Hace muy pocos años, el mal estado de su torre del homenaje estimuló una intervención restauradora que supuso su consolidación, y un polémico añadido de recrecimiento que se hizo, siguiendo las normas actuales de la tecnología restauradora, en un material y estructura visiblemente diferente del original. Ello fue el inicio de una serie de actuaciones que se anuncian para un futuro inmediato, y que devolverán al castillo su prestancia inicial.
En estos días de aniversario, por iniciativa de la Asociación de Hijos y Amigos de la Villa de Cifuentes, y bajo la batuta del Cronista Oficial de la Villa, el profesor Fernando Bermejo Batanero, se ha completado un estudio monumental sobre este castillo, que ha dado como resultado la edición de un libro que va a servir para conmemorar este séptimo centenario de la mejor forma que puede hacerse: con estudios, análisis, y conclusiones que ayuden a mejorar la edificación y mantener viva su historia. En él han colaborado estudiosos del edificio, del personaje que lo creó, y de la época en que estuvo vivo. Nombres de la talla de Miguel Angel Cuadrado Prieto, Enrique Daza Pardo, Luis Fernando Abril Urmente, Gonzalo López-Muñiz Moragas, entre otros y otras muchos, conceden valor a este libro que en un futuro será referencia del alcázar cifontino, ahora aplaudido y mirada con nuevos ojos, por seguir tan vivo setecientos años después de su construcción.