POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
En plena cuesta, un poco después de pasar el Mirador de Tere, a la izquierda del camino según se sube, estaba la fuente de Ruper. Allí homenajearon sus compañeros y amigos a Pedro García Piedra hace ya quince años. En un pequeño recoleto, llano para variar, uno tenía la posibilidad de recuperar las fuerzas agostadas por la escarpada cuesta. De su caño brotaba agua bendita para los que, paso a paso, tratábamos de alcanzar el chozo de Fuente Infantes, Poyo Judío, los Espartales del arroyo Morete, el Puerto del Reventón, o Peña Buitreras, donde una vez se encaramó Martín Rico, hace ya más de ciento cincuenta años, para retratar la belleza salvaje del Real Sitio de San Ildefonso.
Todo ello, la fuente y el recoleto, el paso, las sombras y los pinos; el Mirador de Tere, los Espartales del Morete, Fuente Infantes y su chozo; el paso para el Reventón y las praderas de yerba cervuna; todo habrá desaparecido por el criminal infierno desatado el 4 de agosto de 2019. Nada quedará del casetón construido para el cobro de montazgos y arbitrios varios ni de los bosquetes de pinos repoblados hace menos de cincuenta años. Los duros tojos y piornos, la delicada brecina y los retorcidos y vetustos pinos padres, habrán sucumbido a las aterradoras llamas que, impotentes, hemos tenido que contemplar con el llanto ahogado en la rabia de quien pierde sus recuerdos, su infancia, parte de su vida.
Y, a pesar del inmenso dolor que abrasa nuestros pechos, como Cronista Oficial de estos Reales Sitios, he de tragarme la bilis y buscar en el pasado, en la historia de nuestro Paraíso, la esperanza que nos hará afrontar el día siguiente a la extinción del infierno. Trataré de hacer ver a mis vecinos, a los que aman estos Reales Sitios, que el Palacio de Valsaín, joya de la arquitectura borgoñona en España, perdió sus tejados en el incendio de 1682. Mis queridos vecinos, en aquel percance, sacaron del edificio todas los tesoros habidos y por haber, incluido el Calvario de Rogier van der Weyden que tan bien luce a día de hoy en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial. El palacio se recuperó a principios del siglo XVIII y fue utilizado con frecuencia hasta que, hacia 1835, cayó en manos privadas, acelerándose el terrible deterioro al que la falta de compromiso público ha llevado.
En 1918, el primer día del año, otra vez el condenado fuego asoló una parte importante del Palacio Real de San Ildefonso, destruyendo cubiertas y estancias, mientras los vecinos, una vez más, se afanaron en sacar de allí todo el mobiliario, obras de arte y demás joyas atesoradas en su interior. A pesar de la nevada, de las dificultades inherentes a la pertinaz falta de recursos, los vecinos del Real Sitio fueron capaces de contener el desastre y mantener el sueño de lugar único, como puede comprobarse al pasear por las estancias completamente restauradas del Palacio Real.
En 1985, un accidente aislado prendió la techumbre de la Casa de los Infantes, proyectada por Carlos III y llevada a cabo por José Díaz Gamones para los infantes Gabriel y Antonio Pascual, consumiéndola ante la impotencia de los vecinos allí congregados y el esfuerzo enconado de bomberos venidos de todas partes. Y, ya ven, hoy alberga uno de los paradores de turismo más espectaculares del país.
De modo que, queridos lectores, los de este Paraíso hemos enfrentado el maldito fuego tantas veces que ya no podemos contarlas. Desde los dos incendios en las primeras Fábricas de Cristales a los padecidos por la Casa de Canónigos, hasta en tres ocasiones devorada por el temible leviatán; los dos sufridos por la Casa de Oficios, uno en el siglo XVIII y otro en 1990; los destructores del Real Aserrío, Maderval, la fábrica de harinas o la Cárcel Pública. A todos ellos nos hemos repuesto. Hemos dado respuesta a su destrucción y renovado la negrura con belleza y esperanza.
Por todo ello, estoy totalmente seguro de que volveremos a sentarnos en el banquillo de la Fuente de Ruper. El agua manará, juguetona y salvadora de sofocos merecidos, oasis de caminantes, ciclistas y seteros. El paisaje glorioso nos henchirá, una vez más, orgullosos de lo que tenemos delante. De lo que nos acoge. De lo que formamos parte, pues, no tengan duda, todo ello, lo bello y hermoso; el esfuerzo y el sufrimiento; todo ello, vive en nosotros.
Y en un día cercano, sonreiremos con el viento serrano de cara, convencidos de que, una vez más, el Paraíso ha prevalecido.
Fuente: http://www.eladelantado.com/