POR BIZÉN D’O RÍO MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE LA HOYA DE HUESCA
Año tras año, las gentes altoaragonesas se unen en las celebraciones populares de dolor que acompañan a la llamada hebdoma sancta, Semana Santa, con lo que posiblemente son las celebraciones religiosas más arraigadas en el sentir popular de las gentes, quienes rompen la hora con el ronco estallido de los tambores que recuerdan el momento de la crucifixión, siguiendo horas en las que por toda la geografía aragonesa, el pueblo expresa su dolor con el sonido de los tambores, pero también con otros sonidos mucho más antiguos. Porque, a este estruendo que envuelve nuestros pueblos, se une el golpear y crujir de la madera, sonido diferente que es lamento y llanto doloroso, porque es el clamor que surge en el Oficio de Tinieblas, celebración tradicional en los templos para rezar los maitines y laudes a cierta hora de la tarde o noche. Oficio de origen primitivo en la Iglesia que incluye himnos y ciertas fórmulas, pero el detalle mas notable del ritual, aparte del hermoso canto que proclama las “Lamentaciones de Jeremías” con unos textos que la Iglesia incorporó a este Oficio en la Edad Media, es el momento de apagar gradualmente, mientras avanza el rito, las quince velas que en el Túmulo de Tinieblas arden en el candelabro o tenebrario triangular de cirios amarillos, representando a los 11 apóstoles (excluyendo a Judas), las tres Marías, y la Virgen, cuyo cirio es mal alto que los otros, hasta llegar al último que se esconde sin apagar tras el altar. Momento en el que todo el interior del templo queda en tinieblas, y con el que se simboliza la entrada de Jesús en el sepulcro, siendo entonces, cuando es entonada la gran súplica dolorosa, “Misericordia Señor, misericordia……” es el canto del Miserere, a cuyo término los fieles producen un horroroso estruendo con las matracas y carraclas, penitenciales golpeando además, con mazos de madera los bancos y suelo del templo produciendo así un ruido ensordecedor, expresión de las gentes que muestran su disgusto y desacuerdo por la tragedia del Gólgota y reproducen el estruendo del cataclismo de la tierra tras la muerte de Jesús. Cuando este ruido amaina, la vela encendida es colocada nuevamente en su sitio y la comunidad se retira en silencio, solamente se escucha el acompasado sonido rítmico del golpear de los macillos de las matracas y el roce o carrasqueo producido por las lengüetas de las carraclas.
Las campanas que con su sonido festivo de metal llamaban y convocaban a los fieles de la comunidad, a partir de este momento, se quedan enmudecidas y son sustituidas por los carraclones, o las grandes matracas de macillos, que con su sordo y lastimero sonar, desde las torres campanario, recuerdan los momentos de dolor que se viven en todos los rincones de esa comunidad rememorando la Pasión y muerte del Señor, sonido que es respondido en las calles por las matracas y carraclas, piezas más pequeñas que en manos de los penitentes acompañaron mucho antes que el tambor, el desfile devocional de unas imágenes, que nos hacen revivir a todos el doloroso proceso de la Redención dentro de esa Semana de Luto que vive la comunidad.
Mueren las campanas, pero… ¡habla la madera!, se ha dicho desde tiempo inmemorial en Aragón, porque solo quedaban los leños para golpear y producir ruido, esa madera cuya simbología representa al árbol de la cruz de Cristo y que andando los tiempos se transformará en carraclas y matracas, sin quedar templo, convento o monasterio de nuestra geografía que no tuviera uno de estos instrumentos, aunque de grandes dimensiones y sonido potente, para usarlo en estos días, como igualmente usado para llamar a maitines en los conventos cuando se producía la muerte de un religioso.
En el interior de los templos, en el coro, un carraclón de grandes proporciones, con su rueda dentada de madera que giraba libre por un eje, resbalando sus dientes sobre el canto de una lengüeta a la que hace sonar produciendo un sonido que es mas bien un roce lastimero, como si de arrastrar una pena se tratara, sonando después de una hora y media de salmos, antífonas y responsorios lúgubres. También hubo algunos carraclones de dos y tres ruedas y sus correspondientes lengüetas instalados en torres campanarios, movidos horas y horas por los mozos que se turnaban en el esfuerzo de hacerlos girar por medio de una manivela. Instrumentos que entrañaban una conservación y que fueron deteriorándose por el paso del tiempo hasta llegar casi a desaparecer.
La matraca, también llamada matrácula, parece probable que llegara a Europa a través de España gracias a la civilización árabe, algo que parece confirmarse por la voz matraca que proviene de “mitraqa”, es decir, martillo, sabemos con certeza que adaptada en la España medieval, a partir del siglo XIII llega por medio de la Corona de Aragón a sus posesiones de Córcega, Cerdeña, Sicilia, y como mátracula, de grandes dimensiones en los campanarios de sus templos hacía las veces de carrillón durante la Semana Santa. En cuanto a la que podemos denominar matraca penitencial, es un idiófono percutido que consta de un cuerpo de madera al que se unen los martilletes móviles de madera que golpean sobre un cuerpo plano, siendo portátiles que se toman por medio de un asa o mango, y fueron usadas generalmente por las cofradías penitenciales, uniéndose con su acompasado sonar al paso de los porteadores de las Sagradas Imágenes en los desfiles penitenciales, téngase en cuenta, que durante siglos las cofradías de la Sangre de Cristo eran de flagelantes que se azotaban durante su caminar nocturno por las calles, después, la iglesia, mas la reforma llevada a cabo por San Vicente Ferrer, ocupará las manos de los penitentes con un cirio, pasando a ser Cofradías de luz, poniendo además en su otra mano la matraca, que marca el sonido lastimero en su caminar. Otra modificación impuesta por Pio XII, traerá nuevas adaptaciones de las ceremonias litúrgicas, adaptadas en tiempo, a los acontecimientos de la Pasión, las cofradías, tuvieron que ajustar sus procesiones a los nuevos horarios de los actos litúrgicos, para los cuales dejaron de ser usados los carraclones como llamada a los fieles, se suprimieron los ruidos estridentes en las ceremonias que recordaban el seísmo que, aseguran las escrituras siguió a la muerte del Crucificado.
Los expertos musicólogos aseguran que tanto el conjunto literario como el musical del Oficio de Tinieblas era lo mas bello y sublime de la liturgia católica. Los antropólogos confirman que pocos ambientes tan sobrecogedores y con mas carga ritual y simbólica que la irrupción en el Oficio del estallido de las matracas y carraclas.
Por ello pues, dichoso el pueblo que se viste de luto en estos días y deja sonar o hablar a la madera, porque celebra sus actos acompañado del golpear de los macillos y el restregar de las lengüetas, sones de unos instrumentos que durante siglos acompañaron a sus antepasados en estos días, componentes y actos que saben conservar y transmitir, pues no en vano, forman parte de sus más ancestrales tradiciones.
Dentro de la congoja y aislamiento en que nos toca vivir, esperemos un año más, que nos lleguen los sonidos de la madera que desde las torres campanario nos llamen a la oración.