POR ANTONIO SÁNCHEZ MOLLEDO, CRONISTA OFICIAL DE MALANQUILLA (ZARAGOZA)
El 26 de agosto pasado nos dejaba, próximo a cumplir 87 años, Víctor Nievas, conocido entre su familia y amigos de infancia como Ángel.
Víctor Ángel Nievas Sánchez había nacido en Malanquilla el 21 de octubre de 1929, en una familia de ocho hermanos, y pasó los catorce primeros años de su vida en la fábrica de harinas de Las Casas, en el mojón de Berdejo y Bijuesca, que regentaban su padre Matías y el primo carnal de éste, Cristóbal Nievas. Ingeniero Técnico Industrial de profesión.
Víctor fue director técnico de la empresa Pretensados de Zaragoza. Casó con Celia Gómez, con quien tuvo tres hijos: Maribel, Miguel Ángel y Alberto. Durante unos años fue un activo organizador en el seno de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Zaragoza, a cuya Junta perteneció en calidad de vocal de excursiones.
Sus deudos le han dedicado una sobria, bella y emotiva oración fúnebre, que han tenido la cortesía de facilitarme, y uno de cuyos pasajes me permito reproducir a continuación, porque se me antoja la mejor semblanza que podría publicarse en memoria del amigo desaparecido: “Lo malo no es morir, lo malo es no haber vivido. Y mi padre ha vivido. Sin pretender ser quien no era, ha sido director de fábrica y apicultor, agricultor, encuadernador, genealogista, organizador de excursiones y hasta se ha atrevido a dar alguna clase de informática y ajedrez.
Ha criado palomas, ha escrito la crónica de la familia, cuentos y coplas, y los ha encuadernado él mismo. Ha pintado infinidad de flechas amarillas para mantener el camino de Santiago. Ha tenido amigos japoneses con los que se escribía… ¡en esperanto! Le ha gustado leer, escribir, viajar y sobre todo caminar. Nada de todo esto merece una línea en la prensa de hoy, pero todo eso es vida”.
Puedo dar fe de la veracidad de la penúltima frase, que encierra todo aquello que nos aproximó e hizo amigos a lo largo de la segunda mitad de los años 90 del pasado siglo. Porque compartíamos el gusto por la lectura, la escritura y el patear el campo, especialmente si afectaba a nuestra común segunda residencia, que es este rincón del orbe llamado Malanquilla, en el quicio de las tierras de Calatayud y Soria.
Pues hemos intercambiado publicaciones –su escrito inédito sobre sus recuerdos de la vida en la fábrica del río Manubles, Yo recordé…, proporcionó no pocas noticias interesantes al libro de Jesús Marín Crónica Sentimental de Malanquilla, cuya preparación para edición teníamos entre manos Jesús y yo por aquellos años-; hemos charlado –de palabra o epistolarmente- un montón de veces sobre lugares y personas de su historia familiar de cierta trascendencia para la historia local, como los desamortizados monte Cajigal y Dehesas de Bijuesca, o su tío segundo Cristóbal, auténtico prócer del Novecento malanquillano; y hemos compartido alguna que otra caminata, como aquella que echamos una buena mañana al hogar de su infancia, la fábrica de Las Casas.
Y su hospitalidad me obliga a ser agradecido, pues ante estancias mías en Zaragoza por dos veces me facilitó alojamiento en su casa; la primera recién licenciado yo en Historia, cuando insistió en que viniera a ver a la Lonja la exposición “El Año de Trajano”, en otoño de 1998.
Pero si traigo el recuerdo de Víctor a este blog –quizá abusando, vista la extensión de mis palabras, de la amabilidad de su titular, el cronista oficial de Malanquilla- es, ante todo, para dejar constancia de su amor al pueblo que lo vio nacer en forma de trabajos impresos o de la proposición de iniciativas culturales. Ya que en cuanto a publicaciones, hay que señalar que en 1997 fue autor, en colaboración con Cristina Artal, María Jesús Esteban, Margarita Felipe, María Luisa Gascón y Cristina Soria, de un opúsculo sobre la última “saca” de la Virgen del Castillo de Bijuesca, acaecida en 1996, y bien recientemente –en 2015 pero ahora en solitario- de otro simpático opúsculo divulgativo: Malanquilla…
Conóceme. (Algunos apuntes para conseguirlo). Tampoco puedo dejar de referirme a un par de iniciativas promovidas por Víctor bien recientemente, y que por desgracia ya no podrá ver hechas realidad, caso de materializarse algún día: la primera –ya transmitida al Ayuntamiento-, su deseo de donar la recaudación de la venta de ejemplares de su segundo opúsculo para la colocación de un letrero sobre la puerta de la ermita anunciando al visitante el nombre del Santo Cristo del Humilladero; la segunda –que ha quedado inédita-, proponiendo a la corporación municipal, con ocasión del fin de la primera fase de la restauración de la ermita románica de Santa María, la organización de una visita popular a los monumentos más singulares del pueblo, a guiar por Antonio Sánchez Molledo y por quien esto subscribe. Víctor, que ya caminaba auxiliado de un bastón y pronto caería en silla de ruedas, me entregó en mano, una tarde de paseo a finales de agosto de 2015 y junto a la propia Santa María, el borrador de anuncio de esa visita, con cierta ansia por su parte porque el acto se llevara a cabo en lo que quedaba de año.
Aunque tomé esa prisa a mal presagio, no pensaba, en verdad, que su enfermedad –cuya naturaleza cancerígena he desconocido hasta el último momento- fuera a tener tan rápido desenlace.
Treinta y ocho años de edad nos separaban, pero la afinidad de nuestras motivaciones por el pueblo y su espíritu dinámico y jovial, salvaban toda distancia generacional.
Por encima de todo era un buen amigo, una amistad de calidad, y de un hombre culto y amante de su pueblo como fue Víctor es de justicia que alguien consigne su contribución, sea cual sea su alcance, a la preservación y difusión de su patrimonio monumental y costumbres. En vida de él me he honrado con su amistad, como me honra ahora laudar póstumamente sus aportaciones a la cultura y a la memoria colectiva de Malanquilla.
Hasta siempre, Víctor. Miguel Ángel Solà Martín.