POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Muchos de ellos eran murcianos recientes que apenas habían descubierto la ciudad. Pero habían llegado para quedarse y, con el paso de los siglos, determinar que nuestra Murcia actual no sea una provincia andaluza más. Se trata de aquellas huestes que acompañaron al Rey Jaime I durante la Reconquista del antiguo reino y que repoblaron estas tierras que pronto les maravillaron. Entre los primeros pobladores, un gran número era de origen catalán. Y no resulta muy complicado descubrir su herencia e influencia, aunque a través de la historia haya sido a menudo silenciada.
La mayoría de los autores siempre se han basado en la ‘Crónica’ de Alfonso X, quien unas veces resta trascendencia a la intervención de Jaime I y otras incluso inventa datos y varía la cronología. Ya durante la celebración del 700º aniversario de la creación del Concejo de Murcia, hace ahora medio siglo, resultó evidente la presencia de alusiones al rey castellano, aunque algunos investigadores advirtieron en los papeles periódicos que, más que armas castellanas, fueron aragonesas y catalanas las que conquistaron Murcia.
En un interesante artículo titulado ‘¿Murcia, un país catalán frustrado?’, el catedrático de Geografía de la Universidad de Valencia Vicens M. Roselló identifica incontables términos murcianos cuyas raíces se hunden en palabras catalanas. De entrada, recuerda el autor que junto a la puerta por donde Jaime I entró a Murcia ordenó levantar la parroquia de Santa Olalla de los Catalanes, la actual Santa Eulalia, y cuya sola existencia prueba el origen de quienes se erigieron como nuevos amos de la ciudad. A este detalle se añade, por aportar otro ejemplo, que aún se utiliza el nombre de Almudí para referirse al antiguo pósito, luego audiencia, término identificado como un arabismo catalán que significaba «viejo granero». O la claustra de la Catedral, hoy ocupada por un museo. Eso, sin contar el nombre de la principal calle de Murcia, la Trapería, que proviene de la Drapería que citara el cronista Ramón Muntaner, nacido en Aragón en 1265.
Alrededor de 1325, este autor escribiría en su ‘Crónica’, concretamente en el capítulo XVI, que los habitantes de la ciudad de Murcia «son catalanes y hablan el más bello catalán del mundo». A esta destacada referencia se le podría sumar otra posterior realizada en 1296, más de 30 años después de la conquista de la ciudad, cuando Jaime II de Aragón se hizo con el «Reino de Murcia, y por consejo de los de la tierra, que eran catalanes, diérosenle todas las villas y castillos». Así lo reflejó la ‘Crónica’ de Fernando IV, escrita alrededor del año 1340.
De la ‘llanda’ al ‘abercoque’
Entonces, ¿por qué se defiende la herencia castellana y aragonesa sobre todas las cosas? Autores como el erudito Javier Fuentes y Ponte contribuyeron a afirmar esa teoría en su obra ‘Murcia que se fue’, allá por 1872, y donde advertía de la presencia de voces aragonesas en Murcia. Si bien admitía que, en los orígenes, el pueblo llano hablaba provenzal, esto es, catalán.
Otra prueba es la llamada palatalización de la ele de algunas palabras, como llanda, chulla, bambolla o llampo, tan populares en los campos de Cartagena y Murcia. O los vocablos que provienen del catalán ‘pols’ (polvo), ‘rebuig’ (rechazo) o ‘trenc’ (rayar) y que dieron lugar en la Región de Murcia a voces como ‘rebuche’, ‘polsaguera’, rebusco o trinque.
Justo García Soriano, en su ‘Vocabulario del Dialecto Murciano’, editado en Madrid en 1932, concluía que «casi la mitad del léxico peculiar de la región es de origen catalán». Pero nadie le hizo caso. Entre las palabras que citaba este y otros autores se encuentran abocar (volcar una bolsa o recipiente en otro), ‘corcón’, correntía, esclafar, robín (óxido), puncha y punchar, saín, rujiar (de ruixar), ‘terratremol’ (terremoto), cuco (de cuc) o ‘trespol’ (especie de desván), entre otros cientos de ejemplos.
Por si fuera poco, los autores también señalan como catalanes términos sin los que no podría entenderse la huerta murciana, tal es el caso de esparteña, boria, alhábega, aceña, caballón (de cavalló), gobén (de govern, pieza del caro), pésol (guisante), olivera, ‘fangue’, garbillar, ‘regle’ y paleta, mota y hasta los mismísimos ‘abercoques’, que ya eran citados en catalán allá por el año 1331 como ‘albarcoqueros’.
Eso, sin contar otros vocablos catalanes hasta la médula como Isla Grosa, Calnegre, Calblanque o Calarreona. Curiosamente, muchos de esos términos han sido aceptados por la Real Academia Española de la Lengua como murcianismos.
Apellidos para la historia
Si los diccionarios no probaran la penetración catalana en la Región, la lista de apellidos tan catalanes como históricos que poblaron esta tierra es indiscutible. Según recordó Roselló, el 40% de los pobladores que aparecen en el ‘Repartimiento’ de Murcia provenían de aquellas tierras. De hecho, recién abordada por entonces la repoblación de Sevilla, no había tantos castellanos para enviar a estas latitudes. El erudito Torres Fontes establecía en un 39% la cifra de catalanes y solo en un 18% la de castellanos. Casi nada.
El Licenciado Cascales también escribió que, de 102 regidores que tenía la ciudad, hasta 40 tenían apellidos de origen catalán. Entre ellos Pujante, Borgoñós, Bienvingud, Tallante, Guirao, Guillamón, Durante, Reverte, Riquelme, Puche, Pujalte, Capel, Cerdán, Arnao, Noguera, Meseguer, Miralles, Ballester, Nogués, Soler, Virgili, Vinader, Viudes…
De muchos de ellos dependería el futuro de Murcia en los siguientes siglos, una parte de su lengua y sus símbolos. Igual aquellos catalanes que vinieron con Jaime I acercaron a Murcia la costumbre del célebre pan con tomate, que luego los murcianos volvieron a llevar a Barcelona mientras construían el metro de la ciudad.
Fuente: http://blogs.laverdad.es/