POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA DE PARRES-ARRIONDA (ASTURIAS)
El capitán ovetense Cipriano Rodríguez Santirso nos dejó por escrito todo cuanto vio en aldeas, pueblos y villas del oriente asturiano en la peregrinación que hizo desde Oviedo hasta Covadonga, en el año 1759.
Sucesos de lo más variopinto que nos muestran un panorama muy completo del acontecer diario de aquella Asturias rural.
Nuestro curioso caminante llega, tras bastantes días de ruta, a Següenco, y nos cuenta la fiesta que vio el 4 de octubre.
Dice él que allí veneran una imagen de San Francisco de Asís que le llaman San Pachu.
(Yo añado al comentario sobre mi santo onomástico otros conocidos hipocorísticos de Francisco que, además de Pachu, son: Fran, Francis, Paco, Pancho, Pachi, Quico, Xico, Frasco, Pampico o Curro, entre otros, con sus correspondientes aumentativos y diminutivos).
Pues sigamos con su aventura següenquina, recogida por el minucioso escritor piloñés Eduardo Martínez Hombre en: “Noticias de un peregrino de Oviedo a Covadonga en 1759”, estupendo libro costumbrista de 523 páginas, publicado en 1966.
Cuenta el Capitán que a la procesión de San Pachu acudían los vecinos con todos los animales domésticos que había en el pueblo, sin que se quedase en casa ni uno de ellos.
Dice que el santo era tan querido por los següenquinos que, cuando algún vecino precisaba ausentarse por algún tiempo del lugar, sacaban la imagen de la capilla para que cuidase el ganado del vecino ausente, la colocaban en una pared o montículo de piedras y le ponían comida en unos platos, por si se le apetecía probar de algo, y que protegían dicha imagen de una posible lluvia con ramas, maderos y lienzos…
Como vemos, las supersticiones estaban muy arraigadas en la zona.
Añade el peregrino que el dueño de un café situado en el barrio que -en aquel tiempo- se llamaba de Don Pelayo, en Cangas de Onís, colocó en su negocio a un mozo de Següencu, el cual estaba muy triste y nostálgico de su pueblo y del su San Pachu.
El dueño del café le hablaba, le animaba y le preguntaba cosas y le decía que tenía ganas de conocer al San Pachu del que tanto le hablaba.
Una madrugada, fuertes aldabonazos sonaron en la casa donde dormía el dueño del café y, alarmado, salió a ver quién era. Su sorpresa fue enorme al ver al mozo del café con un saco a sus espaldas. Abierto el saco, asomó la cabeza el mismísimo San Pachu.
Esto levantó muchos comentarios festivos y chistes por toda la comarca; que “si el santu pidió un cafetín caliente porque ya estaba desfallecíu del viaje en el sacu tan de mañana” y no sé cuántas historias más…
El caso es que aumentó la clientela del café y, añade el peregrino, la calidad aromática de dicha bebida…
Tras ésta simpática historia que alguien le contó, se detiene en el relato que él mismo vivió.
Dice que al llegar a Següenco se encontró con un hombre de grandes patillas blancas que traía sobre su hombro un cuervo domesticado. Se quedó muy sorprendido al observar -un poco más alejados- dos osos atados con cadenas, que ya el caballo del capitán había percibido con alarma.
Pues este hombre tenía fama en todo el Concejo de Cangas de Onís de haber sido un temible cazador en su juventud.
En su casa había una gran cantidad de animales, más o menos domesticados. En Següenco vivía como un rey de la creación, conociendo las costumbres, pasos y querencias de osos, rebecos, lobos, zorros, águilas, etc. Con gran habilidad y paciencia se hacía dueño de la voluntad y dominio de todo animal salvaje.
Así era feliz este personaje, cuyo nombre no nos dejó explicitado el Capitán Rodríguez Santirso.
Pero algo le tenía amargado, y es que el cura párroco intentaba convencerle para que dejase a favor de los vecinos y del ganado del pueblo una fuente, de propiedad comunal, que el vecino tuvo la mala ocurrencia de cerrar con muros para su uso particular.
Esto produjo un malestar general en el pueblo. De manera que, este singular personaje següenquino, le propuso al cura que anunciase a los feligreses de Següenco que, de nuevo, la fuente sería para todos si le promete que, el próximo 4 de octubre, pueda ir a la procesión de San Pachu con sus dos osos encadenados y otros animales; de modo que, si se lo permite hacer, se acabará la tirantez con sus convecinos.
Y es que hacía ya cuatro años que no se atrevía a ir a la procesión -como siempre había hecho-, unas veces con pájaros sueltos y otras con una zorra que ya era conocida y amiga de muchos.
Y el cura accedió a su petición, de modo que aquel 4 de octubre de hace exactamente doscientos cincuenta y nueve años, el cazador següenquino se fue a la procesión con sus dos osos, medio salvajes todavía, y se supone que, tras satisfacer su capricho, quedaría resuelta la enemistad vecinal por el asunto de la fuente que, indebidamente, había privatizado indebidamente para su único uso.
Amable lector, ¿no es ésta una bella estampa que parece medieval, aunque la veamos trasladada al siglo XVIII?
¿Quién mejor que San Pachu para presidir su fiesta y procesión anual, rodeado de todo tipo de animales con sus devotos dueños?
¿Fue un terco arrepentido el cazador de este relato?
Porque también San Francisco de Asís, al que llevaban en andas aquel 4 de octubre –igual que siguen haciendo actualmente- fue un joven díscolo, aventurero, soldado, místico y protector de la naturaleza y de los animales.
Con razón fue declarado patrono de los ecologistas hace treinta y nueve años, a los setecientos cincuenta y tres de su muerte.