EN TIEMPOS DE CONFINAMIENTO, GUANTES Y MASCARILLAS
Abr 06 2020

POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)

“De vez en cuando la vida, nos gasta una broma y nos despertamos sin saber qué pasa”. Canción que fue compuesta y la canta Joan Manuel Serrat. El cantante, en su premonición, no se equivocó. Hemos ido por la vida, desde la rutina cotidiana, cada uno a nuestros asuntos ¿Quién podía vencer a la poderosa humanidad global del primer tercio del siglo XXI? China estaba tan lejos ¿verdad? Miremos el balance terrible desde finales de febrero para acá. Un virus nos hurtó de un plumazo la vida, trayendo un tsunami de noticias devastadoras. Así que ahora toca una larga espera desde el confinamiento. Será muy lenta la espera hasta que recuperemos el pulso cotidiano de la vida diaria.

Estamos en un largo Oficio de Tinieblas, el más oscuro que hemos vivido quienes no conocimos la incivil guerra de 1936. Son días de mucha muerte y mucho sufrimiento. También son días de animarnos unos a otros; pero, ciertamente, de mucho desconsuelo. Ante esta desmesurada tribulación, reconozcamos lo frágil que son nuestras pretensiones, afanes y ambiciones. Éramos vulnerables y seguiremos siéndolo, aunque aparezca el remedio eficaz para la sanación. Somos ‘Flor de un día’, que diría el recién desaparecido Luis Eduardo Aute, quien también sentenció en una de sus canciones: “Siempre de paso, de paso, de paso”. Somos in ictu oculi.

Llegan decisiones que las autoridades toman sobre lo que conviene para el bien de la población. No me gustaría estar en la piel de cada uno de los responsables que están al frente de las instituciones. Tengamos presente que la política es fundamental. Aristóteles dijo que “es la más arquitectónica de las ciencias, pues organiza lo público y lo colectivo, los estados y la justicia, y permite la lucha por la igualdad”. Que siempre sea así como dijo el filósofo griego.

También, hace pocos días, el filósofo Emilio Lledó señaló: “Ojalá el virus nos haga salir de la caverna de la oscuridad y las sombras”. Seguro que saldremos de esta encerrona, obligada y necesaria. Las autoridades deben dar soluciones a las gravísimas secuelas, que aún con los socorros precisos, arruinará a personas, negocios y empresas. A España la coge con una deuda pública de un billón doscientos mil millones de euros. Situaciones que van, en medio de este gravísimo fracaso, en busca de la rotundidad de la frase de Vicente Ferrer (Barcelona 1920-Anantapur, India 2009): “No hay mayor sufrimiento e injusticia que la miseria económica y moral, y cuando hay miseria económica la moral se hunde hasta lo más profundo”.

Se dice que todo va a cambiar, que tras la pandemia enmendaremos el paso cambiado con el que íbamos. Hace poco, el columnista sevillano, Carlos Colón, decía en su análisis: “Si no nos cambiaron las grandes guerras mundiales, reproduciéndose tras ellas todos los indeseables comportamientos individuales y colectivos -políticos, sociales y económicos- que las provocaron, no lo hará esta tragedia”. Quisiera como dice Lledó que cambiáramos tras esta ruina, pero sin ocultar las faltas y errores cometidos. Las hemerotecas hablan por sí solas, no hay que añadir más.

Vivimos desde casa una oleada de información, noticias, muchas de ellas falsas, otras manipuladas y alarmistas, junto con opiniones, críticas, descréditos y desencuentros. Pido que nos ayudemos unos a otros sin mirar colores, creencias y pasiones. Nadie está en posesión de la verdad absoluta. No debemos ser fanáticos de ninguna ideología. El fanatismo nos hace seres intolerables y hay seguidores que obedecen ciegamente. Pido que saquemos lo mejor que tengamos cada uno de nosotros por el bien colectivo. Seamos conscientes de lo que ocurre. Hay que quedarse en casa. Mirad cómo, en actitud de servicio, trabajan tantos compatriotas nuestros, para atendernos, cuidarnos y salvarnos. Porque todos tenemos una misión universal: hacer el bien.

Pido que seamos críticos, leyendo, escuchando y pensando más. Usando la razón para luego reflexionar, juzgar y valorar. Pido un no rotundo a las maniobras de la indecencia que pulula por la vida social y política. También pido que sea tenida en cuenta la definición que el escritor y novelista Mateo Alemán explicitó sobre la mentira, a la que tanto nos han acostumbrado: “Quien quiere mentir, engaña y el que quiere engañar, miente”.

Todo llegará a su tiempo, pues parafraseando el libro del Eclesiastés, todo retornará a su momento: Tiempo de matar, tiempo de sanar. Tiempo de destruir, tiempo de construir. Tiempo de llorar, tiempo de reír. Tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar. Tiempo de callar, tiempo de hablar.

El pasado viernes por la tarde, una pareja de cigüeñas, en el espacio más alto de la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol de Montijo, estaba en lo suyo, en sus costumbres. Viviendo y procreando en la torre. ¿Se extrañarán de ver un pueblo en el que sus habitantes no andan por las calles, ni corretean, ni juegan los niños y no hay tertulias de mayores? ¿Sabrán de coronavirus? ¿Se preguntarán dónde está la gente? ¿Sabrán que aquí estamos de paso? Y es que, ante esta parálisis humana, la naturaleza sigue su curso sin apenas inmutarse.

Gracias a mi amigo Dionisio Sánchez Durán (Estudio Infinito) por enviarme esta hermosa fotografía que él ha captado con su cámara desde su atalaya en la Avenida. Es una instantánea de una vida ajena a la alerta sanitaria que sufrimos. La fotografía ha sido el motivo e inspiración de estas reflexiones que ahora comparto en tiempos de confinamiento, guantes y mascarillas.

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