POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
El Domingo de Ramos aunque no salga la Burrita, ni veamos niños con capirotes verdes, ni oigamos sonidos de tambores y trompetas, ni agitemos palmas y ramos de olivos, será Domingo de Ramos, y entrará Jesús en Jerusalén. Nuestro Padre Jesús Nazareno, el Miércoles Santo, no llevará brezo en su paso, ni subirá la cuesta de la calle de Arriba. Pero recordará que una madrugada transparente y fría, allá por diciembre, quiso hacerse carne habitando desde entonces entre nosotros. El Jueves Santo, aunque el Cristo de la Agonía no baje la Avenida sobre un monte de claveles rojos y la Banda de Música no toque la Saeta; y los estandartes, las insignias, los nazarenos, las mantillas y la luz de los cirios no se reflejen en los cristales de los escaparates, será Jueves Santo y el Señor cenará con sus discípulos, instituirá la Eucaristía, será traicionado por Judas, prendido y condenado a la cruz.
En la madrugada no saldrá el Cristo de las Misericordias de la Vera-Cruz, que presidió durante años la capilla del Cementerio Municipal, no pudiendo por ello escuchar el tintineo de su campanilla, ni el sonido penetrante de las horquillas de sus costaleros, ni podrá visitar la capilla del convento de las clarisas. El Viernes Santo, no golpeará el llamador, ni brillará la plata, ni sangrarán los claveles, ni verterán cera líquida los hachones ante el misterio de la muerte, ante el silencio de una boca muerta, bajo la luz apagada de los ojos, mostrándonos el costado abierto por donde se le fue la vida al Cristo Yacente del Santo Entierro. Pero se producirá en Jerusalén un fuerte tsunami desde el Monte Calvario: “Todo se ha cumplido”.
No habrá procesión de la Soledad, a pesar de que cumple doscientos cincuenta años de historia, pero el pueblo que intuye lo que va a pasar seguirá diciendo: “Virgen de la Soledad, no tengas pena ninguna, que tu Hijo resucita entre las doce y la una”. Llegará la Vigilia Pascual, la gran vigilia, pregonando la liturgia, en la hora que apunta a clara luz de madrugada, simbolizada en el ardiente cirio la irrupción de la vida en todo el universo.
Y el Domingo de Resurrección el Hijo de Dios habrá cumplido su anuncio dejando el sepulcro vacío para confirmar que, quien cree en Él, vivirá siempre. Aunque no haya trajes festivos, saludos y aplausos en la Plaza de España, ni salgan para celebrarlo y encontrarse las imágenes de San Juan, María Magdalena, Ntra. Señora del Rosario y Cristo Resucitado.
Las cofradías y hermandades recogerán los enseres y a esperar otro año. Bendita paciencia que obliga a pagar el peaje del confinamiento, bajo el remedio de estar en casa. Pero en esta clausura sonarán las palabras que le dijeron a Lázaro, resucitando así la vida arrebatada donde ahora residimos por culpa de esta bacteria llamada Coronavirus, que ni de estatus ni de fronteras, ni ideologías y creencias sabe esta pandemia, que no discrimina a nadie y ha corrido de modo veloz hacia todos los rincones del planeta Tierra. Calma, cofrades. Calma, luz y esperanza.