POR BIZÉN D´O RÍO MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE HOYA DE HUESCA.
De camino a San Juan de la Peña, cuna de la Reconquista de Aragón, el viajero se sumerge en un rico y curioso territorio, el Sodoruel, allí se encuentra Ena la población mas norteña de la Hoya de Huesca, y cabecera de un amplio valle que contó desde tiempos pasados con un grupo elevado de pardinas en su término: Nublas, Especiello, Casanova, Madianeta, Ordaniso, Cerzún y Altasobre, que nos hablan de un tiempo en el que la economía de montaña se fijaba en gran parte gracias a estas explotaciones agrícolas y ganaderas sucesoras de aquellos “fundus” romanos que se asentaron o aprovecharon explotaciones indígenas anteriores, como lo atestiguan los yacimientos arqueológicos de su término.
Allí en el invierno, silbando el viento por los esquinazos de sus casas y entreverau por los callizos, se deslizaban a su amparo las brujas que intentaban escalar por los tejados de piedra compuestos de losetas o plateras para descender y penetrar en las casas por las camineras. Sobre estas, una piedra tallada toscamente con forma de cruz, una cara humana llamada “motilón”, como en otras, donde una piedra de tres aristas acabada en punta, llamada “filerazo” preservaban a los moradores y ahuyentaban o “chorrontaban “ las brujas.
Hoy es un auténtico placer hacer un recorrido por las chimeneas de Ena, todas están restauradas y conservan estas huellas inequívocas de una cultura ancestral que subyace en el fondo de todos sus moradores. Pero también puede el viajero recorrer esta población que se asienta entre dos barrancos, sobre una arruga gastada del terreno, caminar despacio por su casco urbano dividido en dos barriadas, contemplar una maravillosa arquitectura popular, cuidada y restaurada; el edificio civil de la cárcel municipal, la fuente abrevadero, alguna casa con balcón y palomar en el hastial, su extraordinario templo parroquial dedicado a San Pedro levantado en el siglo XVII, los molinos harineros, y tomando un paseo, la ermita de la Virgen del Camino.
Lugar comprometido con el Voto de San Indalecio, que aglutina a 238 poblaciones desde 1187, como ejemplo de compromiso y devoción secular que perdura en todas las casas y se transmite de generación en generación. Pero también, lugar que recibe el influjo de creencias y ritos ancestrales que están patentes en esos cardos dorados que lucen clavados en los dinteles de las puertas, como un complemento del exconjuro de las chimeneas .
FUENTE: CRONISTA