POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA (ALICANTE).
Llevamos un mes de marzo lluvioso, de los que más precipitaciones de agua han recogido desde el año 1950. En la actualidad conocemos de un modo relativamente fiable cual ha sido la realidad climática en los diferentes períodos históricos merced a las investigaciones llevadas a cabo por algunos estudiosos preocupados por estas cuestiones. El interés por las mismas no resulta ocioso, pues está fuera de duda que las variaciones climáticas han influido poderosamente en el devenir de los pueblos y, en ocasiones, han llegado a desempeñar un papel determinante en acontecimientos históricos de cierta trascendencia. Hace ya bastantes años Domínguez Ortiz llamaba la atención acerca del enorme interés que podía tener para los historiadores el estudio de las oscilaciones climáticas a la hora de hallar explicaciones a la coyuntura agrícola y pesquera.
De indudable interés son la celebración de plegarias y rogativas, recogidas durante los siglos XVIII y XIX en algunos vetustos libros de las diversas parroquias de Orihuela. En ellos se recogen los deseos de las gentes de la Vega Baja para que cesaran las lluvias que inundaban sus huertas, los ruegos para que finalizaran algunas terribles sequias que no dejaban germinar las semillas para que dieran fruto y que por fin llegara la lluvia a sus campos. Un estudio pormenorizado de estos documentos podría indicarnos con bastante certeza no sólo el clima y los fenómenos atmosféricos, sino también la desgracia, desdicha o alegría de los entonces habitantes de Torrevieja, pendientes siempre de que el agua caída del cielo no arruinara las cosechas de la sal, casi único trabajo y sustento de nuestros antepasados. Pendiente de realizar queda este interesante trabajo.
En aquella época, la presencia de eventos meteorológicos ajenos a lo que se consideraba buen tiempo estaban penados con una terrible carga supersticiosa. Hoy sabemos que la superstición es un vano presagio sobre cosas fortuitas, pero hace siglos, la presencia de lluvia en una boda se tenía como augurio de desgracias para la nueva familia, que harían llorar a la novia durante el resto de su vida.
En los siglos XVIII y XIX Torrevieja comienza a formarse como población, las noticias relativas a las condiciones climáticas coinciden con los valores reconstruidos de temperaturas y precipitaciones, de carácter suave, pero teniendo que tener en cuenta las adversidades climáticas que tenían que sufrir los barcos que del norte de Europa y sus tripulaciones, que navegaban hasta Torrevieja para cargar el preciado cargamento de sal.
Las mayores tragedias para la población de Torrevieja estaban producidas, -además de por las lluvias de primavera y otoño que arruinaban las cosechas de las salinas-, por los fuertes temporales de viento de levante, que hicieron naufragar o producir graves averías a numerosos buques, tanto españoles como extranjeros, al no disponer de puerto ni de otros puntos de resguardo.
A principios del siglo XIX se puede considerar que hubo en Torrevieja un clima moderado y, aunque en esta zona no se han reconstruido variables climáticas, hubo considerables sequías en la región levantina en el período comprendido entre los años 1801 a 1812 que favorecieron grandes recolecciones de sal y de muy buena calidad. Es a partir de este último año cuando a las penurias ocasionadas por el estado de guerra contra la invasión francesa se añadió la ausencia de cosecha de sal, posiblemente por causas climatológicas adversas y dificultades de comercialización. Esta negativa situación se mantuvo hasta 1820.
El 3 de agosto de 1830, hubo en Torrevieja un furioso huracán que se llegó a pensar que iban a morir todos sus habitantes. El viento arrastró las “chinas” y otras piedras, llevándolas muy lejos. El patrón de una embarcación tuvo que pasar con su barco entre tres “mangueras” de agua y así navegó más de una legua esperando irse a pique de un momento a otro.
En las décadas de los cincuenta y setenta del siglo XIX, se dieron los períodos de sequía más pertinaz, no por ello exentos de fatales accidentes, como el que ocurrió el 25 de mayo de 1859, cuando cayó un rayo, dejando muerto en el acto a un pobre labrador que estaba sacando agua de un pozo.
Otro incidente sin consecuencias personales producido por un relámpago sucedió el sábado 8 de septiembre de 1888, descargando una chispa eléctrica en casa de un tal señor Inglada que, penetrando por una ventana del patio y rompiendo un espejo, acabó taladrando después una pared. A causa del temporal y por efecto de las lluvias también se cayeron dos barracas, causando graves lesiones a un anciano.
FUENTE: https://www.informacion.es/vega-baja/2022/03/26/marzo-lluvioso-abril-64323356.html