POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Encarnación Pascual habría de descubrir, con veintitrés años cumplidos, que en realidad era un hombre. La barba y el bigote, pese a todo, ya eran evidentes, pero otras partes de su cuerpo ofrecían serias y muy abultadas dudas. Sea como fuere, Encarnación Pascual protagonizó a comienzos del siglo XIX una divertida anécdota que, cuando parecía ya agotada, se tiñó de sangre. Esta es la historia del más célebre hermafrodita murciano de todos los tiempos.
Todo comenzó el 17 de octubre de 1900, cuando Encarnación Pascual Buitrago se trasladó a Murcia desde su Cieza natal para tratarse una dolencia en su mano. El diario ‘Las Provincias de Levante’, con el título de ‘El hombre-mujer’, informó al día siguiente de que la protagonista tenía «un aspecto varonil y la cara muy afeitada».
Encarnación era amiga del organista de la parroquia de El Carmen, Antonio Fuentes, en cuya casa «tiene la costumbre de afeitarse cuando viene a Murcia», continuaba el rotativo. La mujer, nada más llegar a la ciudad, se dirigió a la parroquia carmelitana para saludar a su conocido, quien se encontraba «tirando de los fuelles» en la iglesia. Sin embargo, cuando Encarnación subió al coro, un parroquiano creyó que era un hombre disfrazado de mujer y dio la voz de alarma.
Los guardias no tardaron en acudir al templo, rodeados por la inevitable multitud de curiosos y desocupados. Unos decían que Encarnación era un hombre que vestía como mujer por una promesa; otros que era hombre y mujer al mismo tiempo; y no faltó quien supuso que «era un gran criminal». Y allí en medio, la pobre Encarnación, aguantando mecha.
Como nadie se aclaraba, los guardias detuvieron a la mujer. Y de nada sirvió que su amigo insistiera en que la conocía, que en Cieza mantenía una panadería, «que está en buena posición y que ha venido a curarse una mano». A la mañana siguiente, ya en el hospital, varios médicos inspeccionaron el cuerpo de la mujer y, como publicó ‘Las Provincias’, el resultado fue «un gran fenómeno».
Los médicos concluyeron, para sorpresa general, que Encarnación «es hombre y mujer al mismo tiempo, exponiendo razones que no consignamos por motivos fáciles de comprender». Y de bulto, insisto. Resuelto el misterio, «ha sido operada u operado» de la afección que sufría en la mano. Pero aquella historia apenas había comenzado.
Los periódicos dieron cuenta al día siguiente de quién era Encarnación. Al parecer, tenía 23 años, su voz y aspecto eran varoniles «y él se cree que es más bien hombre que mujer». Hasta los siete años de edad había recibido clases de costura con un grupo de niñas. En alguna ocasión vestía ropas masculinas y se hacía llamar Pascual. Eso sí, también reconocía que no llevaba con soltura trajes de hombres.
Encarnación, quien sabía escribir y leer a la perfección, jamás quiso comprometerse con nadie, aunque presumía de haber tenido buenas proposiciones para contraer matrimonio. Sobre el incidente en El Carmen, lo único que deseaba era regresar a Cieza, «pero vestido de mujer, porque no se pondrá traje de hombre, aunque lo despedacen», señalaba el periódico.
«Por lo que pueda tronar»
La historia del ‘hombre-mujer’ de Murcia, como era de prever, pronto acaparó las galeradas de otros muchos periódicos en España. Incluso un mes después de estos hechos aún daba vueltas la historia. Así lo prueba un artículo publicado en ‘La Opinión’ de Santa Cruz de Tenerife el 17 de noviembre de 1900. En él se aclaraba que al nacer Encarnación se suscitaron dudas acerca de su sexo, pero los médicos optaron por considerarla mujer y como tal fue bautizada con dicho nombre. Aunque «se añadió en la pila bautismal el de Pascual, por lo que pudiera tronar». En realidad, la mujer se llamaba María Encarnación Buitrago Marín y nació un 14 de noviembre de 1877, como ya destacó en su día el cronista Ricardo Montes.
Pese a su filiación, su aspecto era el de un hombre por su cara y su voz, y además tenía que afeitarse con frecuencia para evitar que le creciese la barba y el bigote. Apuntaba ‘La Opinión’ que Encarnación había desfilado disfrazada de hombre en el último carnaval de Cieza, «y como tal pasó sin llamar la atención de nadie». Hasta que llegó a Murcia y la revisaron los médicos, quienes concluyeron que, al considerarla un hombre, «debe desaparecer el disfraz femenino y el defecto físico, origen del error padecido que podría ser corregido mediante una operación seguramente dolorosa». Por último, el diario aseguraba que Encarnación estaba dispuesta a someterse a aquella intervención, sobre la que el pudor de la época impidió publicar más datos, aunque no retornaría enseguida a Cieza pues aquel «cambio de decoración» sería allí objeto de pública curiosidad y extrañeza.
Aunque su naturaleza hermafrodita hubiera bastado para que ocupara un lugar en la historia, Encarnación aún habría de pasar a ella por causas menos dignas, tras formar parte de una banda de forajidos que asaltaba casas de campo y desvalijaba a cuantos encontraba a su paso. Hay autores que incluso mantienen que ella dirigía la gavilla. Pero se les fue la mano en la noche del 25 de enero de 1901 cuando asesinaron, de forma brutal y cobarde, a una joven viuda, Piedad Ortega, y a su hijo de dos años. Tras golpear a la madre con un mazo le quemaron la cara. El pequeño, quien padeció otra paliza, fallecería unos días después. Y todo por robarles las 7.000 pesetas que había en la casa.
En 1902 también se anunciaba otra causa contra ella por los delitos de robo y asesinato, aunque el fiscal pidió el sobreseimiento libre para «el famoso neutro, hombre-mujer». A finales de aquel año, mientras andaba presa en la cárcel, se le diagnosticó una tuberculosis pulmonar que, al final, le costaría la vida. Los otros tres implicados en el crimen fueron condenados a muerte en 1904, aunque más tarde lograron el indulto. Al comienzo del juicio, los diarios recordarían la reciente muerte de «aquel que no se sabía si era hombre o mujer».
Fuente: http://www.laverdad.es/