POR JESÚS MARÍA SANCHIDRÍAN GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE ÁVILA.
El pasado 23 de abril, Día del libro, Ávila homenajeó en la feria instalada en la plaza del Mercado Grande a uno de sus hijos más ilustres, Don Claudio Sánchez Albornoz Menduiña (1893-1984), en el cuarenta aniversario de su muerte. Con tal motivo impartimos una conferencia y publicamos en el Diario de Ávila cuatro amplios reportajes sobre su figura.
Además, dicho evento se producía por sus destacadas cualidades personales y méritos acreditados y reconocidos en sucesivas condecoraciones municipales, y por los servicios prestados en beneficio, mejora y honor de Ávila, tal y como se pone de manifiesto en las distintas celebraciones institucionales que han tendido lugar desde 1976.
Ahora, con el ánimo de saber más de aquella etapa histórica que le tocó vivir a don Claudio, acudimos a la memoria y experiencia de su hijo, el historiador y profesor Nicolás Sánchez Albornoz Aboín (nac. 1926), con quien nos citamos en su residencia madrileña. Hizo de cicerone José Luis Blázquez Canales, antiguo concejal de Ávila y promotor en 1980 de la concesión de la Medalla de Oro de Ávila a su padre.
Sentados entonces en la animada terraza del Bar Jumi-Rosa de la calle Doctor Esquerdo, esquina con Sainz de Baranda, en el distrito madrileño de Retiro, era como si estuviéramos en la plaza del Mercado Grande, dijo Nicolás. Cierto, puede que en el bar “Pepillo”. Aquí también conversamos con la prima Sonsoles Araoz Sánchez-Albornoz y su marido Metodio Andrés Caro, de Arévalo, recordando con este la famosa bodega del arriero de Marolo Perotas, y con ambos el viaje de 1980 que hicieron los 38 abulenses a la Argentina para la entrega a don Claudio de las Medallas de Oro de la ciudad y la provincia. Sobre la mesa, el reportaje de prensa con una antigua, pero reconocible, fotografía familiar de los Sánchez Albornoz.
Enseguida apunté que uno de los motivos de este oportuno encuentro era el planteamiento municipal de restituir el nombramiento como Hijo Adoptivo de la ciudad de Ávila a don Claudio. La cuestión había surgido en el sencillo homenaje rendido a su memoria en la última Feria del Libro de Ávila, donde se advirtió la necesidad de resolver una rémora que se se lastraba en su remebranza desde 1937.
En aquel año, en plena Guerra Civil, la Comisión gestora del consistorio abulense, en sesión celebrada el 13 de febrero, acordó retirarle la distinción como Hijo Adoptivo de la ciudad, título que le había sido otorgado por unanimidad del pleno con fecha 26 de abril de 1924. Por ello, se hacía necesaria una declaración municipal de restitución y reconocimiento a título póstumo de dicho nombramiento.
«Pasar página sin antes conocer los hechos constituye una mutilación a la que el historiador responsable que creo ser no puede prestarse. No cabe pasar página sin leerla antes», había escrito Nicolás con el añadido de que «ventilar las heridas evita la gangrena».
Ahí está la respuesta sobre el motivo que nos lleva a tratar de nuevo en estas fechas sobre la herencia sociocultural y política en Ávila de aquel insigne personaje, incluso después de cuarenta años de su muerte. Y es que todavía sigue vigente en las actas municipales aquel acuerdo de “destitución” como Hijo Adoptivo, a pesar de haber sido objeto de todo tipo de homenajes y reconocimientos, y de que la reivindicación de su fuerte personalidad todavía sigue presente en la memoria colectiva.
En dicho contexto, la recuperación intelectual y literaria de la memoria don Claudio, de la cual ya nos habíamos ocupado, nos llevó también de forma inexorable a la reivindicación de la figura de su hijo, el historiador Nicolás Sánchez-Albornoz Aboín, testigo vivo del ideario paterno, quien también pagó con el exilio y la expatriación su compromiso en defensa de la libertad
Así pues, por un lado, en la intensa trayectoria intelectual y vital de don Claudio, donde siempre estuvo presente Ávila, descubrimos parte del enigma histórico de España que tanto le obsesionaba en sus investigaciones, su paso por la política y su vida en el destierro. Mientras que, por otra parte, en el hijo Nicolás advertimos la voz de los quebrantos y experiencias de la generación siguiente: «Conozco la muerte, el encierro, la tortura, la humillación… prodigados entonces», ha escrito.
De su agitada vida, el profesor Nicolás Sánchez Albornoz Aboín nos ha dejado testimonios directos de su niñez entre Ávila y Madrid, del aprendizaje en el Instituto Escuela de la Institución Libre de Enseñanza, del bachiller en el Liceo Francés de Madrid y en el Instituto Vallespín abulense, de la guerra, de la expatriación, del activismo estudiantil, de la cárcel, del exilio, de los conflictos y la docencia en las facultades argentinas, del magisterio en la universidad estadounidense, de la investigación histórica y del deseo inequívoco de regresar del exilio una vez muerto Franco:
«En Madrid, dejé señales inequívocas de mi intención de volver: compré un piso. Mis hijos quedaron en él estudiando. Desde entonces no desaproveché invitación alguna a participar en congresos, paneles, simposios, cursos de verano, no rechacé dar conferencias y pasé aquí sabáticos o vacaciones de verano», escribió en el libro de la historia de su trayectoria vital (Cárceles y exilios, Ed. Anagrama, 2012).
En todo este tiempo, Ávila, donde descansan los restos mortales de sus mayores, fue casa de veraneo familiar en la infancia de Nicolás, y también fue casa de sustento en la posguerra:
«En España, yo me enfrentaba a un medio que resultaba ajeno y hostil a pesar de que el entorno familiar me salvó de pasar penurias comunes en la posguerra, empezando por las alimenticias. De mi abuelo materno, mis hermanas y yo habíamos heredado una finca cerca de la ciudad de Ávila [El Gansino] que nos aseguró subsistencia», lugar este que se convirtió en casa vacacional esporádica y de reposo del guerrero al regreso definitivo del exilio.
El 4 de mayo de 1976, Ávila acogió con honores a don Claudio, lo cual supuso el fin de exilio, que no de la expatriación. Y ahí estaba Nicolás con sus hermanas y demás familia, a su lado, como fuerte apoyo y sostén, cargados ambos con la pesada mochila de la otra España. Lo mismo que ocurrió en nuevas visitas y recepciones públicas que se produjeron en la ciudad al regreso definitivo de don Claudio en 1983 y en el sepelio de 1984.
En estos años, en Ávila, a modo anecdótico, y a título indicativo, anotamos la participación de Nicolás en la clausura del curso académico 1982-1983 de las Aulas de la Tercera Edad, donde pronunció una lección magistral con el título «Evolución económica de Castilla, 1850-1930»; en las actividades y cursos de historiadores de la recién creada «Fundación Claudio Sánchez Albornoz», de la que formaba parte (1984-2010); y en la celebración del noventa aniversario del Diario de Ávila (1988) apostando por el futuro de la ciudad y la provincia.
En 1991, Nicolás asiste a la emotiva despedida del obispo don Felipe Fernández, recordando su implicación personal presidiendo el funeral y enterramiento de su padre en la catedral. En 1993, participa en la presentación del libro «Ávila en Claudio Sánchez Albornoz», editado por el Diario de Ávila. con ocasión del centenario del nacimiento de su padre, donde se reúnen la mayoría de textos y ensayos en un rico anecdotario sobre su patria abulense.
En 1993, interviene en la publicación del libro «Ávila 1851 según las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada», cuya introducción firma en «El Gansino». En 1994, participa en la celebración del décimo aniversario de la muerte de don Claudio; y también en este año es galardonado en Guisando con el premio Gredos.
Ya en el nuevo milienio, en 2006, su compromiso social y político y su trayectoria académica le hizo merecedor del premio Pablo Iglesias de la UGT de Ávila. En 2016, asiste a la colocación de un busto de su padre en el Archivo Histórico Provincial. Finalmente, en 2023, participa en las Jornadas de Memoria Histórica organizadas por la Fundación Jesús Pereda, en las que se proyectó la película Los años bárbaros (1998), de Fernando Colomo, que trata sobre su fuga con Manuel Lamana del “campo de concentración” de Cuelgamuros, según el guión que en Ávila contrastó con director y guionistas.
Retomando la conversación con Nicolás, observamos que los capítulos de su biografía fueron recogidos con excelente narrativa en Cárceles y exilios, texto ya citadoal que seguimos con citas entrecomilladas, lo que es fácil contrastar ahora con su discurso fresco de viva voz, el cual enriquece su relato y relevancia histórica, igual que su presencia y participación en numerosos eventos y actos públicos a los que es convocado le convierten en un testigo de excepción de la España en el exilio del periodo 1936-1976.
En esta tesitura, surgen los recuerdos y reminiscencias sobre la etapa escolar, los primeros meses de la Guerra civil, el reagrupamiento familiar en Lisboa, el exilio republicano en Burdeos, el regreso a España, los estudios de bachiller y universidad, la cárcel, el segundo exilio forzoso como prófugo del régimen, el asilo en Argentina, el tercer exilio porteño en Nueva York, la vuelta a España y el asiento estival en «El Gansino» de Ávila.
GUERRA.
El alzamiento Nacional de 1936 le sorprendió a Nicolás Sánchez Albornoz en su casa de la Calle Ferraz nº 2, esquina a la Plaza de España, de Madrid. La misma vivienda familiar que «los falangistas madrileños me la saquearon rudamente en 1939, cuando entraron en Madrid», rememoraba con frecuencia don Claudio (Con un pie en el estribo, 1974). Sobre ello, recordamos las declaraciones de Nicolás a elDiario.es:
«Mi familia fue expoliada al finalizar la guerra, durante la dictadura. Mientras estábamos en Francia, mis abuelos quedaron al cuidado de la casa de la calle Ferraz, donde vivíamos, hasta que se convirtió en frente y tuvieron que marcharse. Llevaron los muebles y los cuadros a un guardamuebles y durante el depósito entró un comando y se lo llevaron todo». De estos cuadros, han sido localizados en el Parador de Almagro dos pinturas atribuidas Felipe Diricksen (1590-1679), que representan a una dama y un caballero con la cruz de Calatrava, y que se espera su pronta devolución.
En el 36, don Claudio acompañado de sus hijas se encontraba en Lisboa, donde había sido nombrado embajador. Nicolás no había podido acompañarlos por estar enfermo, «cuando [el 20 de julio] desde la cama se escuchan los estruendos de las bombas en la toma del Cuartel de la Montaña», recuerda. «Este bombardeo constituyó mi bautizo de fuego aéreo», dice, así que, añade: «mi padre, inquieto por la suerte que corría su familia, me reclamaba insistentemente junto a él en Lisboa».
El viaje a Portugal fue toda una aventura, pues no pudo hacerse en ferrocarril por Extremadura. Así pues, acompañado de su tío Luis, se embarcó el 7 de septiembre de 1936 en el buque insignia de la armada lusa, el Alfonso de Alburquerque, atracado en Alicante. Ello le permitió observar en la ensenada de Cartagena cómo la marinería había frustrado el levantamiento de la oficialidad contra el gobierno, y en Lisboa «ser testigo de los prolegómenos de la sublevación de la marinería contra Salazar y en favor de la República española», suceso este que contó José Saramago en su novela O ano da morte de Ricardo reis (1984) de una forma distinta a la impresión que tuvo el propio Nicolás.
Hoy, en el presente encuentro, ochenta y ocho años después, escuchamos de nuevo por boca de Nicolás, miembro de la Academia de la Historia de Portugal, el relato de aquellos años, a la vez que brota el recuerdo festivo del 50 aniversario de la Revolución de los Claveles de Portugal (1974-2024), a cuyos actos estaba invitado, si bien los achaques de la edad no le permitieron asistir.
Expulsados de Portugal, al comienzo del otoño de 1936, la familia se embarca al exilio y recala en Francia, instalándose en Caudéran, cerca de Burdeos, durante tres años y medio. En este tiempo, don Claudio da clases en la Universidad y el joven Nicolás ingresa en el Licée Longchamps para estudiar el bachillerato.
Todo parecía tranquilo hasta la llegada de los alemanes en 1940, lo que propició la separación familiar. Don Claudio partió en un viaje rocambolesco hacia Argentina, los abuelos regresaron a Ávila, y los niños se disponían también para retornar a casa.
Con anterioridad, don Claudio, el 5 de febrero de 1940, había otorgado ante un notario de Burdeos un poder de representación a favor de su cuñado, Ángel Araoz Pérez, por entonces Ingeniero jefe de Obras Públicas de Ávila, para actuar en su nombre como progenitor de sus hijos menores de edad, María Cruz, María Concepción y Nicolás, de 16, 14 y 11 años, en la partición de la herencia de los condes de Montefrío, sus abuelos maternos, que habían fallecido en 1937 y 1939.
La vuelta del exilio juvenil en Francia de los tres hermanos fue otra de las revelaciones de Nicolás en este encuentro, una proeza que ya ha contado en otras ocasiones. Y aunque Sonsoles Araoz Sánchez Albornoz recuerda que, según se comentaba en su casa, dice, su padre, Ángel Araoz, intervino en la traída a España a los hijos de don Claudio, lo cierto es que finalmente fue el tío Mariano Sánchez Albornoz quien los recogió del campo de concentración de Fuenterrabía, donde se internaban a los niños que llegaban en tren por el paso de Hendaya huyendo de la Francia ocupada por los nazis.
En España, Nicolás retoma sus estudios de bachillerato en el Liceo Francés, los cuales completa por libre en el Instituto Vallespín de Ávila, superando con creces la reválida de la que se examinó en Salamanca. Posteriormente, cursó estudios de Filosofía y Letras y Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, donde “milita” en la Federación Universitaria Escolar (FUE): «Se trataba de jóvenes de 18 años que retomábamos las ideas de la FUE. Fue un fenómeno paralelo a lo que ocurrió en otros niveles con los jóvenes socialistas, anarquistas y comunistas que trataban de reorganizar su partido. El grupo nuestro, de Madrid, llegó a durar año y medio, con acciones limitadas, claro» (El País, 27/06/1976).
CÁRCEL Y FUGA.
Después de comer en «La Rollerie – La Terrasse» de Sainz de Baranda nos acercamos a casa del profesor. Sobre la mesa de salón, una copia de la Causa 140.189 instruida contra los universitarios de la FUE por el Juzgado Especial de los Delitos de Comunismo y Espionaje, dependiente de la Sección Justicia de la Capitanía General de la Primera Región (Juzgado Militar de Comunismo) que reúne el expediente que se conserva en el Archivo del Tribunal Militar Territorial Primero de Madrid. El desencadenante de la causa que provocó la detención de los estudiantes, fue la pintada que hicieron con nitrato de plata en la fachada de la Facultad de Filosofía y Letras con la leyenda: «Viva la Universidad Libre. Machado. Lorca. Hernández. FUE».
La sentencia dictada entonces por el Consejo de guerra contra los miembros de la FUE, fechada el 12 de diciembre de 1947, impuso seis años de cárcel a Nicolás Sánchez Albornoz por rebelión y auxilio a la rebelión, quien después de pasar por las cárceles de Alcalá de Henares y Carabanchel fue trasladado al Destacamento Penal de Cuelgamuros para cumplir la condena. Ante esta nueva situación, Nicolás no se resigna: «Dispuesto a no aguantar los años que me restaban, pedí auxilio a los compañeros de la delegación de la FUE en París», haciendo de enlace Aurora, la novia de Manuel Lamana, su compañero en la evasión.
La fuga del campo de trabajos forzosos de El Escorial de Nicolás Sánchez Albornoz y de Manuel Lamana fue toda una heroicidad que sorprendió a propios y extraños. Para ello contaron con la ayuda de Paco Benet Goitia, compañero de curso de Nicolás y hermano del escritor Juan Benet, quien lo planeó en Francia con el escritor Norman Mailer, contando con la participación directa de la hermana de este, Bárbara Mailer, y de Bárbara Probst Solomon, quienes recogieron y llevaron a los fugados hasta los Pirineos en un «automóvil Reanult minúsculo de color oscuro» en un accidentado periplo:
«A las jóvenes neoyorquinas les sobraba atrevimiento y les motivaba la exaltación romántica de la posguerra mundial de colaborar en la liberación de un par de jóvenes antifascistas», anota Nicolás en el relato de su vida.
Cuarenta y seis años después, la historia de aquella epopeya la contaron los protagonistas en la Residencia de Estudiantes de Madrid en 1993. «Lo real es lo absurdo», dijo Manuel Lamana. «Fue un plan ingenuo, pero eficaz», añadió Barbara Probst Solomon. «La fuga tuvo éxito porque no estuvo organizada. Uno de los puntos fundamentales de nuestro éxito fue que nuestro grupo era tan pequeño que era imposible que hubiera infiltrados», señaló Nicolás Sánchez Albornoz (El País, 4/02/1993). Todo ello lo incluyen los protagonistas en los libros titulados Otros hombres (M. Lamana, 1956), Los felices 40 (Bárbara Probst, 1978) y Cárceles y exilios (N. Sánchez Albornoz, 2012), lo mismo que se versiona en la película de Los años bárbaros (Fernando Colomo, 1998).
A propósito de ello, José Luis Blázquez Canales y Nicolás rememoran la travesía de la fuga por los Pirineos que han vuelto a recorrer varias veces en los últimos años. Lo mismo que en 1988 hicieron Nicolás y Manolo Lamana para el reportaje que publicó el semanario El Globo (22/08/1988). La ruta parte de Collada de Toses (Ripoll – Puigcerdà), hasta el pueblo francés de Valcebollère, la tierra de acogida en aquella odisea del domingo 8 de agosto de 1948:
«Guardo de Valcebollère un cariñoso muy justificado… Mi gratitud personal se ha acrecentado al enterarme recientemente de que Valcebollère ha prestado otros servicios a españoles en su huída… Valcebollère, abrigo de desamparados», recuerda Nicolás.
EXILIO.
Ya libre en Francia, Nicolás Sánchez Albornoz Aboín comienza un nuevo exilio que prolonga en Argentina. Para allá se embarca y llega a Buenos Aires el 6 de diciembre de 1948: «Mi padre me esperaba a la salida de la aduana porteña, ansioso por cerrar un abrazo efusivo ocho años de separación y largos meses de continuos sobresaltos provocados por las noticias de mi detención, prisión y fuga». Días después, siguieron las presentaciones a amigos, correligionarios y personalidades:
«Estrechar la mano, por ejemplo, del eminente jurista Luis Jiménez de Asúa, redactor de la Constitución de la República, o del afamado poeta Rafael Alberti, entre otros, no pudo menos que impresionarme».
Finalizado el verano austral, que Padre e hijo aprovecharon para visitar la región lacustre de la Patagonia, combinando vacaciones con merodeo arqueológico, es hora de reanudar los estudios. Para ello, Nicolás tuvo que pasar primero un examen general de bachillerato y luego iniciar los estudios universitarios, ya que no le convalidación ninguna de las asignaturas cursadas en Madrid: «En suma, vuelta a partir de cero, igual que cuando regresé de Francia a España».
En esta nueva etapa, Nicolás vivió el peronismo, en el que «torturas, asesinatos, detenciones y exilios políticos no faltaron», y participó activamente en el movimiento estudiantil reformista e independiente. A partir de 1955 se suceden los golpes de estado y otros tantos cambios presidenciales y de gobiernos militares y civiles. En este periodo de 1955-1966, Nicolás ejerce como profesor en las universidades de Bahía Blanca y Rosario, donde publica La crisis de subsistencias de España en el siglo XIX, y temporalmente en La Plata y Buenos Aires. Una beca de la Fundación Rockefeller le permitió, entre septiembre de 1959 y marzo de 1961, ampliar sus investigaciones sobre la historia económica de la España del siglo XIX en París y Londres.
En este viaje, le acompañaron su mujer de entonces, la escritora y política Marha Evelina Mercader, y sus dos hijos pequeños, Evelina y Claudio, quienes «pudieron conocer a su extensa familia española». Además, en este tiempo participó en la fundación en París de la editorial «Ruedo Ibérico» con la siguiente idea: «Optamos por desafiar al régimen en el terreno intelectual y cultural… Combatir el autoritarismo con libros es idea recurrente en la España contemporánea».
En 1966, el golpe del teniente general Juan Carlos Onganía y los sucesos de la «noche de los bastones largos» del 29 de julio de 1966, fecha en que las universidades fueron ocupadas e intervenidas militarmente y el profesorado depurado, provocaron el cese de Nicolás. Durante los dos años de cesantía publicó España hace un siglo: una economía dual (reed. Alianza, 1977) y la Población de América latina (reed, Alianza, 1973 y ss). Posteriormente, fue contratado por la Universidad de Nueva York, donde permaneció durante un cuarto de siglo como profesor desde 1968 y catedrático de Historia desde 1972.
Por último, en el periodo 1991-1996, Nicolás Sánchez Albornoz fue el primer director del Instituto Cervantes, lo que recordamos visionando una entrevista que le hizo el actual director Luis García Montero. Con la llegada del nuevo siglo, es nombrado doctor honoris causa por las Universidades Autónoma de Barcelona, Carlos III de Madrid, Jaume I de Castellón, Pablo de Olavide de Sevilla y la de Oviedo. También ingresa como miembro de las Reales Academias de la Historia de España, Portugal, Argentina y Ecuador, y es distinguido con la Orden del Mérito Civil, entre otros premios.
LIBROS A MANO.
Volviendo al escenario de la casa madrileña de Nicolás, junto al sumario de condena del Consejo de Guerra que vimos antes, ojeamos el libro Madrid bombardeado, 1936-1939. Cartografía de una destrucción, de los arquitectos Enrique Bordes y Luis de Sobrón (Cátedra, 2021). La minuciosa planimetría identifica el caserío que sufrió los bombardeos sistemáticos de la Legión Cóndor, cuya base se encontraba en el conocido campo de aviación de Ávila.
Extendido el mapa, Nicolás hace notar que las zonas menos afectadas eran las de los ricos barrios residenciales del centro madrileño. Otro libro de cabecera que vemos es El orden el día, de Éric Vuillard, Premio Concourt 2017, que trata de los entresijos del inicio de la Segunda Guerra Mundial y la implicación de los empresarios en el ascenso de Hitler al poder (Tusquets, 2018).
También arropa a la causa del Juzgado Militar del Comunismo que condenó a Nicolás el libro Mojar la pólvora, de Alfonso Domingo (La Esfera, 2024), sobre la historia de la UMD (Unión Militar Democrática) y la revolución de los claveles de Portugal, un tema que rememora aquel viaje a Lisboa de Nicolás en 1936 en el buque Alfonso de Alburquerque y la alegría envidiable por el triunfo de los capitanes sobre el salazarismo, lo que contrasta con el trato dado en España a la UMD.
Otro título que reposa en la mesa del salón es Mientras sale la luna (Renacimiento, 2024), un alegato humanista contra los totalitarismo y la represión de Ricardo Bastid Peris (1919-1966), novelista, traductor, editor y pintor, además de compañero y amigo de la FUE, con quien Nicolás compartió cárcel y luego el exilio en Buenos Aires. Su pintura luce en las paredes del salón de la casa, aparte del retrato que le hizo en 1957continuando los apuntes que le tomó en 1947 en la cárcel de Alcalá, y que es portada del libro de sus memorias. Igualmente, Bastid también retrató a don Claudio y a Luis Jiménez de Asúa, símbolos del la República en el exilio.
Un libro más con el que nos sorprendió Nicolás fue la edición china de la Historia mínima de la población de América latina publicada por la Universidad de Ciencia y Tecnología de Huazhong (2020), cuyo precio es de 8 euros al cambio. El libro es el fruto de su investigación sobre la demografía histórica de América Latina que escribió en 1968, el cual ha sido reelaborado y reeditado sucesivamente (Alianza Editorial, 1973, 1977 y 1994), lo que le consagró como el mayor experto en la materia.
Dichos libros, que citamos como anécdota, son las últimas lecturas a mano que advertimos de pasada, pues el grueso de la biblioteca personal de Nicolás Sánchez Albornoz (6.000 libros) fue cedido en 2014 a la Biblioteca de Ciencias Sociales y Jurídicas de la Universidad Carlos III de Madrid.
También señorea las paredes un acrílico de arte pop de Eduardo Úrculo de 1986, el cual representa al típico viajero errabundo. Otros cuadros son del pintor argentino César Paternosto (nac. 1931), hoy afincado en Segovia después una larga etapa en Nueva York, quien cultiva un estilo propio con variaciones geométricas que componen formas lineales trazadas con densos colores primarios, de similares perfiles a los del escultor Alexander Calder. Paternosto es amigo desde hace décadas de Nicolás, con quien visitó Ávila en 1999. De la misma manera, en este espacio habitacional, una escultura africana recuerda la enorme labor que realiza la ONG «Amizade Guinea-Bisau España» fundada y presidida por su hija Evelina.
Finalmente, además de cuanto ha quedado dicho, con Nicolás hablamos de Ávila, de la “Casa de la marrana” (Palacio de los Verdugo) y los verracos de la Serna, y del antepasado Campomanes; del obispo “abulense” Prisciliano, que tiene jardín en Ávila, tema que ha estudiado José Luis B. Canales para las interesantes tertulias de Torrelodones en las que participa; de la boda de su hermana Mari Cruz con Máximo Cabeza en San Antonio a la que asistió; del Museo de Ávila, lugar que hoy acoge una significativa muestra de medallas, títulos, condecoraciones y premios concedidos a su padre; de las oportunidades perdidas por la inactividad actual de la Fundación Claudio Sánchez Albornoz; del antiguo hotel Inglés, luego Continental y hoy abandonado; de la dehesa de «El Gansino» y otras del entorno de Ávila (Garoza y las pinturas de Ibarrola, Pancaliente, Penarros, Pedro Cojo, etc); del concierto de Baciero en el órgano de la Encarnación; de las pinturas abulenses de López Mezquita y Benjamín Palencia; y del Museo Caprotti que bien podría funcionar como el “Esteban Vicente” de Segovia.
Por último, quedamos emplazados para el acto de reconocimiento y restitución del título de Hijo Adoptivo concedido al padre, Claudio Sánchez Albornoz Menduiña, que tendrá lugar el próximo 8 de julio de 2024, en el cuarenta aniversario de su muerte, en un pleno municipal extraordinario.