ENRIQUE AZUELA RIVERA
Abr 07 2020

POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA DE LAGOS DE MORENO, JALISCO (MÉXICO)

Enrique Azuela Rivera (1920-1985) desembarcando de alguno de sus incontables viajes.
Impredecible totalmente… aquí en Granada, España, en su primer viaje a Europa, en 1965

Enrique, el último de los hermanos Azuela Rivera, nació en 1920 en el barrio bravo de Tlatelolco; siempre engallado contra los mayores -Salvador y Mariano- quienes le criticaban por su afición al futbol que: “lo mejor que sabía hacer lo hacía con los pies” a quienes él tildaba de mediocres provincianos, dejando de paso sus medias de futbolista recién sudadas -en los campos de Río Consulado-, debajo de sus almohadas.

Genial, único, entregado totalmente al cuidado de su madre hasta su misma muerte, recibió el título de abogado ya bastante entrado en años; ya cincuentón, hizo su Primera Comunión para dar gusto a ella frente a su propio lecho de muerte días antes de su partida.

El último de los hermanos Azuela Rivera, nacido en 1920; solamente él y Antonio -tomado del brazo por su padre- nacieron en la Ciudad de México.

A la muerte de ella fue a vivir con una anciana en la calle de Amores, en la colonia Del Valle, que seguramente representaba para él la figura recién ausente; fue entonces que su gran amigo Pancho Liguori le compuso este epigrama:

«Enrique Azuela no pide ayuda,
ama la vida, odia el trabajo;
vive en amores con una viuda,
y anda de juerga con Los de Abajo».

Solterón empedernido, partió a vivir durante siete años a Europa, residiendo gran parte de ese tiempo en Roma y Florencia, en donde estudió Historia del Arte y daba clases a los europeos acerca del arte mexicano. Conoció Atenas, Egipto, Turquía, Túnez -se hacía pasar por sordomudo para evitar a los comerciantes que se le acercaban-, todo con unos pocos pesos en la bolsa gracias a su gran inteligencia y audacia. Cuando vivía en Italia ya no era el Maestro Azuela, sino el Maestro Rivera, pues había inventado que era tío del futbolista Gianni Rivera, “El Bambino de Oro”, por lo que recibía todo tipo de invitaciones. A punto estuvo de ser casado y cazado en su viaje a Tierra Santa, cuando su grupo de amigos quiso forzar el enlace con la novia con la que en ese entonces viajaba, quien alguna vez comentó que los países del Tercer Mundo “éramos pobres por flojos”; ese fue el pretexto que bastó para que declarara muy solemne: “Yo no puedo casarme con quien ofende así a mi patria”.

Regresó a México finalmente a vivir al tercer y último piso de casa de mi madre, en donde se sentía en total libertad, rodeado de sus libros y fantasías. Para entonces el epigrama de Liguori era:

«Hubo un moderno don Juan, que en los cotos del amor,
era un hábil cazador, por discreto y por galán.
Con elegante ademán, mil palomas recogía,
pues mucha suerte tenía en las cosas del amor.
Mas con el tiempo el doncel, se convirtió en pinche viejo
y su femenil cortejo, pronto se alejó de él.
De palomas al tropel, huyó a palomar lejano,
y al mirarse casi anciano, contrito se lamentó,
porque la edad lo dejó, ¡con el pájaro en la mano!»

en la Plaza de San Marcos de Venecia, con mi querido primo Ricardo Toral Azuela, gran músico, en su época de rockero.

En junio de 1985 sufrió un infarto muriendo poco después. Todos los sobrinos, que fuimos como sus hijos postizos, comentábamos lo bueno que fue su partida antes del terremoto de ese año, pues hubiera muerto de tristeza como testigo de las condiciones en que quedaba su amada Ciudad de México.

Se podría escribir todo un libro con sus anécdotas, sea este un sencillo recuerdo para la existencia de ese tío Enrique que parece extraído de la leyenda.

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