POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES- ARRIONDAS (ASTURIAS)
El próximo día 14 de febrero se cumplirán sesenta años de la muerte del que fuera secretario del Ayuntamiento de Parres durante cuarenta y cinco años.
Enrique de la Grana Valdés tomó nota en miles de actas del devenir parragués, batiendo todos los récords, y convivió con trece alcaldes de todas las tendencias: conservadores, progresistas, monárquicos, republicanos y franquistas, desde 1905 hasta 1950.
A quien escribe estas líneas y acaba de dedicar dos años a revisar una a una las 8.000 actas de los plenos municipales de los últimos ciento cincuenta años (entre 1835 y 1985), Enrique de la Grana le ha ocupado la tercera parte de las actas de esa dedicación.
Abogado y siempre atento a lo que ocurría dentro y fuera del consistorio, se desconoce su lugar de nacimiento y de defunción, pues no constan en nuestro Registro Civil.
Sabemos que tenía dos hijas, Elvira y Felisa de la Grana Fernández, las cuales se presentaron en el Ayuntamiento de Parres el día 20 de agosto de 1959 para solicitar la pensión de orfandad que la ley les concedía, 953 pesetas, que era lo que cobraba su padre como jubilado hasta su muerte, acaecida el 14 de febrero de ese mismo año, como ellas mismas indicaron.
El secretario siempre era el funcionario de más alto rango, de forma que el sueldo de Enrique fue durante cuarenta y cinco años el más elevado, muy por encima de los médicos titulares y de otros trabajadores del Ayuntamiento, como interventores y depositarios.
Ese día 20 de agosto de 1959, la Corporación Municipal que presidía José Cayarga de la Parte, decidió por unanimidad acceder a la petición de Elvira y Felisa por las siguientes razones:
“Teniendo en cuenta las excepcionales condiciones personales que concurren en este caso, y habiendo sido este secretario quien organizó la Hacienda Municipal y desempeñó el cargo con extraordinario celo, no solo en su función directora como funcionario municipal, sino también trabajando materialmente como el más humilde de los funcionarios, por todo lo cual es acreedor a que sus hijas perciban la pensión dicha”.
Como Enrique sobrevivió a tantas corporaciones, había veces que se veía obligado a puntualizar temas que los nuevos alcaldes y concejales desconocían.
Veamos un solo caso como ejemplo. El 18 de septiembre de 1928 el alcalde José Aquilino Pando Blanco regresó de unas pequeñas vacaciones que había pasado en el balneario de La Hermida, en Santander, (hoy diríamos en Cantabria).
Al incorporarse a su despacho en el consistorio comentó que se había enterado en la calle por varios comentarios de que a la gente no le gustaba la decisión que había tomado la Corporación que él presidía el día 28 de agosto, en el sentido de haberle puesto a la plaza del Ayuntamiento el nombre del General Miguel Primo de Rivera, Presidente del Consejo de Ministros del gobierno de la dictadura en la España de aquellos años (entre 1923 y 1930).
Al alcalde no le gustaron los comentarios de los vecinos en el sentido de que era una desconsideración para quien donó los terrenos de la plaza, Venancio Pando, y que tanto a él -que además era sobrino carnal del donante, puntualizó- como a cualquiera de los otros alcaldes, sus predecesores, a los que se les hubiese pedido dar el nombre de Venancio Pando a la plaza, lo hubiesen propuesto a la Corporación con todo interés, pero que a nadie se le había ocurrido tal cosa hasta ahora, cuando el primer nombre “oficial” que la Corporación le impuso era el del General Miguel Primo de Rivera.
En ese momento intervino el secretario que nos trae hoy a este artículo, Enrique de la Grana, para señalar algo que desconocían los presentes, al hacerles saber que hacía dieciocho años ya a la plaza del Mercado la habían “bautizado”, pues un concejal tuvo la ocurrencia de solicitar al resto de la Corporación en 1910 que se le pusiese a la plaza el nombre del médico titular del concejo -Diego González Miranda- que acababa de fallecer. Como no se puso placa ni rótulo en la plaza, ni nadie hizo comentario alguno en contra, así se quedó el asunto, puntualizó el secretario que lo había vivido y anotado.
De modo que Enrique cruzó durante cuarenta y cinco años la plaza que -sucesivamente- fue llamada del Mercado, del Ayuntamiento, médico Diego González Miranda, General Primo de Rivera y Venancio Pando, (algunos visitantes y turistas la conocen ahora como la plaza del Cañón).
Del proyecto para hacer en la plaza una especie de auditorio para audiciones musicales, una fuente monumental y un mapa en relieve, hablaremos cuando lleguemos al alcalde que lo propuso…antes de ser cesado en extrañas circunstancias y fulminantemente por un decreto del Gobernador Civil que dejó atónitos a vecinos y concejales.
¡Ah! y al finalizar esta reunión de la comisión Municipal Permanente de 1928, a Enrique de la Grana Valdés se le concedieron ocho días de licencia que había solicitado, sustituyéndole Manuel Longo Miyares.