POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA DE LAGOS DE MORENO, JALISCO (MÉXICO)
Si bien en la familia ha habido varias incursiones en la vida conventual, temporales o definitivas, hay una que es de llamar poderosamente la atención, injustamente ignorada; se trata de María de los Dolores Rivera y Sanromán; hermana menor de don Agustín Rivera, quien nació en Lagos en 1835, dos años antes de la muerte de su padre, el ilustre oficial andaluz Pedro Rivera Jiménez, de quien ya hemos hablado.
Dolores ingresó al monasterio de Santa María de Gracia en Guadalajara a los 19 años, profesando dos años después con el nombre de Sor María de los Dolores de la Llagas de Nuestro Señor Jesucristo; escribió la historia de su convento de la que arranco algunas líneas relativas a la Guerra de Reforma que se vive de manera increíble dentro de aquel convento.
Inicialmente, en 1846, durante el levantamiento de Paredes Arrillaga: “…se cerró la portería y se atrancó -hasta con las cruces de madera que servían los viernes para la penitencia-. El día 14 del mismo mes entró el General D. José María González Arévalo con mucha tropa y plebe a la media noche haciendo una horadación en la huerta para meter un cañón; rompieron todas las puertas de los patios que caían para el sitio del campo y comenzaron a tirar la puerta de la sala anterior al Coro a fuerza de hacha; ¿Cuál sería la aflicción de las religiosas al ver tanta tropa y con hachones encendidos en el peso de la noche?”.
De las tropas de Arévalo, mientras unos sostenían el tiroteo, otros se acostaban en los corredores rendidos por el cansancio; religiosas, colegialas y sirvientas se enerraron sin abrir puertas ni ventanas.
“…todas en una gran aflicción y llenas de miedo, y éste se aumentó cuando sintieron la sorpresa que recibieron todos los soldados, viendo a sus enemigos sobre ellos, entonces todos se bajaron al patio y tocaron con la corneta el uso del arma blanca y allí fue la refriega; algunos soldados se dejaban caer desde la altura hasta abajo con todo y bayoneta con lo que quedaban todos desquebrajados y aun muertos; este patio se convirtió en campo de batalla, que duró desde las doce y media hasta las cuatro y media de la tarde: los heridos empezaron a pedir padre y demás auxilios y entonces fue necesario abrir las puertas para que salieran los padres Capellanes -que estaban adentro por orden de la Mitra- a confesarlos; las religiosas de más valor salieron a darles medicinas y a vendarles las heridas y como algún batallón del Centro se subió a la altura de nuestra iglesia para seguir el combate con los que estaban en los puntos del Hospicio y Belén, seguían cayendo balas, les daban a las religiosas en los hábitos sin tocar sus cuerpos”.
Para 1858, fecha en que entran las tropas liberales a Guadalajara, ella ya se ha transformado en veterana de guerra y experta en balística:
“En esta guerra volvimos a sufrir mucho las religiosas, la escasez de víveres, los sustos por las balas y más las de cañón de a 24 y granadas, con lo que quedó el cimborrio de la Iglesia y todo el edificio sumamente maltratado.
El día 1º de noviembre por la noche incendiaron –la torre- con el fin, según se supo de llamar la atención, de que se comunicara el fuego al Convento, para que se salieran las monjas y apoderarse ellos del edificio; el fuego duró hasta las tres de la mañana y para que no se pudiera apagar quitaron el agua de la cañería de la fuente que existía en el patio interior, por lo que fue necesario tomarla de dos pozos que hay muy profundos y distantes uno de otro, pero que esa noche dieron toda el agua que se necesitó para apagar el fuego; volvieron los liberales a apoderarse de todo el Convento, exigieron que se les entregaran todas las llaves so pretexto de que no creían que las mujeres solas hubieran sacado tanta agua la noche anterior; que eso era trabajo de hombres y que venían por ellos; cuando entraron estaba la Comunidad reunida en el Coro, llamaron a la Madre Priora Sor Ma. Vicenta y le ordenaron que hiciera salir a las religiosas de una en una para pasar revista; así se hizo y ellos sentados en las bancas en la sala anterior nos miraban de hito en hito, desde la cabeza a los pies, con el fin o pretexto (según decían) de cerciorarse de que no había hombres disfrazados entre la Comunidad; ya que ninguna quedó en el Coro nos formaron a lo soldado en dicha sala y varios entraron con pistola y espada en mano, a registrar por si alguien se hubiera ocultado en el mismo Coro y los demás se quedaron cuidándonos; desde el primer día pusieron centinelas en todas partes por dentro y por fuera y cuando acabaron de pasarnos revista a su placer”.
El día 24 del mismo mes de noviembre regresaron las tropas al convento, recibiendo las monjas presiones e incluso tortura psicológica, misma que libran con aplomo inesperado, atemorizando a su vez con las llamas del infierno a los oficiales de tropa.
“…querían quedarse solos con la Madre Priora quien consiguió con dificultad que le dejaran por compañera a otra religiosa; y al peso de la noche tomó de la mano D. Refugio González a la Madre Priora y la llevó sola a un ambulatorio oscurísimo que ni de día penetraba la luz en donde, entre otras muchas amenazas, le hizo la de que, se le desterraría si no decía dónde estaba el parque (dinero) pero no habiendo conseguido lo que deseaba, hizo lo mismo con la otra religiosa y a ésta la amenazó con que le quitaría la vida y fusilaría a los Padres Capellanes si no entregaba el parque, a lo que contestó la religiosa que si tal cosa sucedía ya se les llegaría la hora de morir.
Y a todas las alumbraba con un cerillo y les decía que vieran la cara de un hombre muy malo. Siguieron las amenazas de que entraría la plebe a saquear; en presencia de las religiosas hincaron a los mozos para fusilarlos; porque no les decían en dónde estaba el parque y el tesoro; y todo esto para amedrentarnos y atemorizarnos, para obligarnos a dejar la casa sola para robar con toda libertad”.
La comunidad finalmente se habitúa a las escenas de violencia cotidianas propias de la época, siguiendo con sus actividades de costumbre.
“En todas estas guerras que sufrimos no se interrumpió la distribución de asistencia, a Coro, al rezo del oficio divino, aun a las horas del tiroteo, que a veces era tan activo el fuego, que se alumbraba el Coro de las granadas y balas de cañón que caían en las bóvedas de la Iglesia y por todas partes”.
Finalmente se expide el decreto de exclaustración de monjas dando ocho días de término para que se sacaran sus muebles personales.
“Entre la multitud de mozos que entraban se metió una chusma de bandidos que querían sacarnos a las monjas más jóvenes y la M. Sor Mariana del Refugio que era la prelada, tuvo que encerrarnos en una pieza para librarnos de semejante desgracia. El día 19 -de marzo de 1863- comenzamos a salir en coches, acompañadas de los señores de las casas a donde nos llevaban; y el día 20 fueron las últimas quienes presenciaron que se consumiera al Santísimo y se cerrara el Convento; que todo esto fue muy terrible; con la abundancia de lágrimas que los P.P. Capellanes no podían enjugar y a algunas les dieron ataques ocasionados del grande sufrimiento”.
Fueron entonces hospedadas en diferentes casas de familias apegadas a la religión; en la de la familia Vizcaíno sucedió lo siguiente:
“Sor Mariana del Refugio en compañía de otras dos religiosas y su hermana doña Victoriana Vizcaíno, sufrieron una cosa terrible; porque el bandido D. Refugio González acompañado de otros, tuvo el atrevimiento de meterse a la casa, se apoderó de todas las llaves y se encerró con las religiosas en una pieza; y las hizo que se desvistieran amenazándolas con una pistola si no lo hacían hasta dejarlas en paños menores; y todavía quería se desnudaran completamente; entonces las religiosas prefirieron mejor morir y le dijeron que mejor les diera un tiro y les quitara la vida. Esto lo hizo porque dizque hasta en las ligas de las medias traían cartas de los reaccionarios o conservadores; lo que era falsísimo. La señora de la casa estando en esta grande aflicción dispuso que las sirvientas se brincaran por medio de escaleras a las casas vecinas para que dieran parte a la jefatura, de donde vinieron y se los llevaron presos”.
El primero de enero de 1867 se dicta la Ley de Exclaustración definitiva, que motiva la decisión de ocuparse en la educación de las niñas y jóvenes.
Es así que pide el permiso junto con una de sus compañeras exclaustradas, para trasladarse a la diócesis de Chiapas a fin de dedicarse a la enseñanza de las niñas. El Papa Pío IX autorizó la solicitud, despidiéndose las monjas de Guadalajara el tres de diciembre de 1870; tardarán ocho días en su camino a la Ciudad de México; al pasar por Lagos saluda Dolores a sus hermanos; el doce de diciembre acuden a La Villa de Guadalupe y les es permitido besar el ayate como concesión por el viaje y gran peligro que habrían de correr. Hacen un día en tren hacia Puebla; en diligencia van a Orizaba; luego rumbo a Paso del Macho tomando de ahí el tren en dirección al puerto de Veracruz en donde esperan cinco días la llegada de un buque, conociendo asombradas el mar y luego, siendo animadas a bañarse en él.
El primero de enero de 1871 toman el vapor “Tabasco” para llegar dos días después hasta San Juan Bautista, entonces capital del estado de Tabasco. Ahí se detienen ocho días; a caballo harán tres días hasta Pichucalco y ocho más en los que tamemes les llevan cargadas en sillas con brazos en que la persona va acostada boca arriba, sobre las espaldas del cargador. Llegarán así hasta San Juan Chamula para trepar luego a caballo haciendo su arribo final hasta la ciudad de San Cristobal -entonces capital de Chiapas- el 29 de enero.
El 17 de abril de ese año abren su colegio, en el que se impartirán las materias de lectura, escritura, gramática, aritmética, geografía, historia sagrada y profana, canto y música de piano, costuras, bordados y flores, permaneciendo ahí durantes seis años, para regresar a Lagos. El obispo de Tepic, Ignacio Díaz Macedo, conocedor de su prodigiosa memoria y erudición, le pide escriba la historia del Convento, lo que realizó bajo el título de: Noticias históricas de la fundación del convento de religiosas dominicas de Santa María de Gracia de Guadalajara y hechos más notables acaecidos en él”, solicitando a su vez sean disimuladas sus faltas “tratándose de una pobre mujer sin estudios”; que es como cierra sus Noticias históricas, el 24 de agosto de 1904, obra que se puede consultar en línea.
Monja, mujer valiente, de lectura, enseñanza y buena pluma, murió el 27 de abril de 1907, a los 71 años. Su hermano Agustín, once años mayor que ella, le sobrevivirá otros nueve. Son ellos el alfa y omega de los Rivera Sanromán, núcleo formado en la Nueva Galicia, testigo de su transformación en el libre y soberano estado de Jalisco, cuyos primeros miembros, nacerán en Santa María de los Lagos, los últimos ya en lo que es en Lagos de Moreno. Su sobrino político, Mariano Azuela, fue su médico de cabecera en sus últimos años de vida.
De los claustros que tuvo el famoso monasterio en Guadalajara sobreviven dos: uno es el actual Palacio de Justicia; el otro en la actual Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara.
La obra de sor María de los Dolores sería autorizada para impresión por el formidable enemigo de su hermano Agustín, el obispo Francisco Orozco y Jiménez en 1924, el mismo que le excomulgó, pero esa es, otra historia.
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