ENTREGA DE PREMIOS Y PROCLAMACIÓN DE DIGNIDADES
Ene 11 2019

POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)

Foto correspondiente a la entrega de premios 1953 yo fui galardonado como «Excelencia» y «Mejor Calificación en Conjunto» del curso 3º de bachiller. Tuve «Primer Premio» en casi todas las asignaturas.

Se ha dicho muchas veces que la formación jesuítica orienta su pedagogía hacia «el logro de la excelencia», «el servicio a los demás» y «la responsabilidad en el trabajo». Probablemente deje en el olvido otros objetivos que, aunque quizá menos relevantes, no por eso carecen de importancia.

Ahora bien, la discusión (aquí y ahora) no está en los FINES propuestos sino en los MEDIOS Y MÉTODOS para alcanzarlos, lo que supone un permanente dinamismo educativo siempre adaptado a las condiciones de exigencia en cada momento.

Y es aquí, en este contexto, donde encaja mi comentario en recuerdo de nuestra etapa estudiantil en el Colegio de la Inmaculada (PP. Jesuitas- Gijón).

Etapa en la que el «reconocimiento a la excelencia» se manifestaba en la ENTREGA DE PREMIOS y la PROCLAMACIÓN DE DIGNIDADES.

La ENTREGA DE PREMIOS tenía lugar en el «Salón de Actos» del Colegio con asistencia de autoridades colegiales y locales, familias y, por supuesto, todo el alumnado.

El Prefecto de Estudios, con manteo de gala, iniciaba así su discurso: «A mayor gloria de Dios, honor de la virtud, esplendor de las ciencias y de las letras, galardón y estímulo de los alumnos del Colegio de la Inmaculada, se proclaman los nombres de quienes por su ejemplar conducta y aplicación constante se han hecho dignos de honorífica mención».

Después se entregaban, curso por curso y asignatura por asignatura, las medallas acreditativas con sus «estrellas» de premio.

Y los padres y abuelos, tíos, hermanos y demás familia aplaudían emocionados…

La PROCLAMACIÓN DE DIGNIDADES tenía un marco similar en teatralidad, presidencia y asistencia. En este caso se proclamaban los alumnos que, por su conducta y capacidad de liderazgo, destacaban en cada curso.

La mayor «dignidad» en cada curso era la de BRIGADIER y la menor, la de JEFE DE FILAS.

La máxima dignidad colegial era la de PRÍNCIPE DEL COLEGIO.

Y otra vez más, padres, madres, abuelos, tíos, hermanos y demás familia regalaban aplausos de emoción.

¿Era recomendable este sistema de reconocimiento público de las personas y de sus virtudes?

Pues no lo sé. En tiempos de hoy no lo vería ni oportuno ni conveniente (la vida, en sus vaivenes, ya hace selecciones no siempre justas), pero sí reconozco la necesidad de educar en la excelencia y en la responsabilidad.

Comprendo que con mis comentarios me convierto en protagonista de los mismos. Pido perdón por ello.

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