POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Suelen dejarse caer en las fiestas mateínas con atracciones no oficiales, prohibidas incluso; antes llegaban con una mesa plegable, tres cubiletes y un dado que, tras sencilla prestidigitación, escondían para que el pigarra acertase dónde y, a continuación, cayera en la trampa el incauto que se las daba de lince. Ladrones de la vanidad. Ahora proliferan los ladrones de la intimidad, menos creativos: van detrás de las mozas con vestido y, aprovechando el mástil del Nokia, asaltan la bastilla, bajo la falda, y, con dedo indecente, disparan contrapicados de la diosa Ocasión, rizosa, que a veces pintan calva; “Da-y, Manulín da-y, ya nun me rompas las medias”. Luego proyectan el corto en una furnia, bajo la Losa, ópera de bajos fondos para nostálgicos de la sombra, la humedad y el pirichi. De modo tan rastrero pretenden airear las entretelas del Oviedín del alma.
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