ENTREVISTA A BLAS MUÑOZ, POETA DE GRAN TRAYECTORIA (LEÓN)
Cómo se siente Blas Muñoz tras haberse alzado con el XXX Premio Nacional de Poesía Conrado Blanco. Cuéntanos por qué este es un premio tan importante y especial.
Me siento feliz por una circunstancia personal que hace especial la obtención de este premio: en repetidas ocasiones he afirmado que prefiero la vida a la escritura y que nada me cuesta quedarme en silencio si el no hacerlo supone forzarme a escribir. Ya me mantuve veintiséis años, desde 1981 hasta 2007, sin escribir y sin publicar; ahora estaba de nuevo en esa situación desde hace cuatro, situación rota solo circunstancialmente para atender la demanda de algunas revistas que me han solicitado inéditos en estos últimos meses. He ganado el premio de la Fundación Conrado Blanco con un poema antiguo, pero, aun así, siento que estoy otra vez de regreso.
En cuanto a la mayor o menor importancia de los premios, conviene atender para su valoración a la honestidad del fallo, a la calidad del jurado, a su amplitud, al prestigio de los anteriores ganadores del premio, y también a su dotación, de la que depende, como es lógico, su poder de convocatoria. Esto vale tanto para los certámenes de libros como para los de poemas sueltos. Pero en lo que toca a la honestidad, hay una diferencia fundamental a favor de estos últimos ya que no suele haber detrás de ellos los intereses editoriales o de intercambio de favores que pueden darse —y que, de hecho, se dan en algunos de los mejor dotados, como es sabido— en los premios a poemarios.
Este premio otorgado por la Fundación Conrado Blanco de La Bañeza está, por todos esos aspectos, entre los más relevantes de los que actualmente se conceden en España a un solo poema, al nivel de los premios Alcaraván, Ciudad de Archidona o Laguna de Duero, por citar únicamente algunos de los que he recibido anteriormente.
Qué es la poesía para ti. Y qué podemos encontrar con total seguridad dentro de la tuya.
Si hablara como profesor, diría que la poesía exige la transgresión del lenguaje que se da al romperse la unidad de un significado y de su significante para crear, en esa grieta abierta en el signo (palabra, poema, obra), una nueva y, por ello, más intensa significación. Pero sería insuficiente, entre otras razones porque la forma por sí sola también significa; es decir, que también existe una significación del propio significante. Y esto conviene recordarlo ahora que se escribe tanta supuesta poesía (prosa emocional, recortada en fragmentos arbitrarios) sin atender a sus aspectos formales.
De todos modos, la poesía no se agota en ninguna definición, y menos aún si se pide brevedad. En el acto poético, de escritura o de lectura, la realidad re/creada en él debe mostrarse como una revelación intensa por la que una inteligencia emocionada crece en conocimiento y en comunicación.
Por eso, lo que espero que el lector encuentre siempre en mi obra es lo que intento al escribirla: ante la página en blanco sólo prevalece en mí una actitud, la de hacer un poema formalmente perfecto. No es que no me importe qué se dice en él: es que sólo puede importarme lo que se dice si está dicho como sólo puede decirse, si se cumple en mí (como lector de una obra ajena y como lector y corrector de mi misma obra, mientras la escribo) el estremecimiento del hallazgo, la fulguración del misterio, la salvación de su necesaria retórica, mejor cuanto menos visible.
El lenguaje poético, transgresor por definición, debe salvar la realidad transcendiéndola, y depositarla, encendida, iluminada, en un lector preparado. Y el primer lector es, tiene que serlo, el propio autor.
La poesía no se agota en ninguna definición
Si pudieras salvar solo algunos versos del fuego de otros poetas, salvarías sobre todo versos algunos como los siguientes. Pon, por favor, algunos ejemplos:
Difícil elección, por no decir imposible. Además, escribo estas respuestas lejos de mi casa y de mi biblioteca personal y sólo puedo recurrir a mi memoria. Citaré solamente estos: de Virgilio, una intraducible y maravillosa hipálage: Ibant obscuri sola sub nocte per umbram; de Garcilaso: …mi alma os ha cortado a su medida; de San Juan de la Cruz: …un no sé qué que quedan balbuciendo; de Lope de Vega: ¡Siempre mañana, y nunca mañanamos!; de Quevedo: …soy un fue y un será y un es cansado; o: …serán ceniza, mas tendrá sentido;/ polvo serán, mas polvo enamorado; de Góngora: …infame turba de nocturnas aves,/ gimiendo tristes y volando graves; de Francisco López de Zárate, autor olvidado, el mejor ejemplo de sinestesia que recuerdo: En colores sonoros suspendidos/ oyen los ojos, miran los oídos. Y, por saltar varios siglos dejando de lado a Rosalía, a Bécquer, a Rubén, a Lorca, a Cernuda, a Miguel Hernández… citaré sólo dos más: éste de Luis Rosales: Gracias, Señor, la casa está encendida; y los iniciales de «Don de la ebriedad» de Claudio Rodríguez: Siempre la claridad viene del cielo;/ es un don: no se halla entre las cosas.
Y si solo pudieras salvar del fuego un poema breve de los que has escrito o unos pocos versos de tu autoría serían aquellos que escribiste cuando… y que son….
Como poema breve, elegiría tal vez una décima titulada «El poeta y la bañista», que ganó por sí sola el premio «Fray Luis de León», o «La mano pensativa», un soneto clásico. Ambos poemas aun me sorprenden sin comprender cómo pude escribirlos. Pero, en realidad, preferiría salvar alguno de mis poemas más extensos (como «La danza», noventa versos alejandrinos) porque en ellos da un poeta la verdadera medida de sus posibilidades sin que sus carencias puedan esconderse en la brillantez de una ocurrencia casual o de un pensamiento breve e ingenioso. En ese sentido, para salvarlos, elegiría los versos finales de otro poema de amplio aliento, «Estación de término», que dicen así:
Tal vez aún quede tiempo
para que, de la calle,
saliendo de las sombras, alguien llegue en silencio
y me toque en el hombro,
y me coja la mano como un hijo la coge
y me diga:
“No es hora todavía
aunque es muy tarde ya.
Vamos a casa”.
Sé que perteneces a un grupo importante de poetas llamado El Limonero de Homero, en qué te ha ayudado el ser parte de esta asociación tan conocida en Valencia.
Es cierto que nuestra actividad en los últimos once o doce años, ha sido intensa y pródiga en publicaciones y en recitales, pero no somos una asociación, sino una tertulia de cinco amigos profesores ya jubilados, un reducido grupo poético formado inicialmente a finales de 2006 por Vicente Barberá, Joaquín Riñón y yo mismo al que casi inmediatamente se unieron Antonio Mayor y José Luis Prieto, quien puso nombre al grupo. Hace seis años, invitamos a María Teresa Espasa, al darse de baja José Luis.
En mi caso, fue fundamental este hecho para que regresara a la escritura tras un larguísimo silencio de años, ya comentado. La reunión semanal en el Ateneo Mercantil de Valencia, a la que debíamos llevar nuestros poemas para su lectura y corrección, constituyó una obligación y un estímulo. Casi toda mi obra reciente (seis libros de poesía individuales, una antología, y cuatro poemarios colectivos con mis poemas premiados) ha sido producida en el breve periodo de siete años que va desde entonces al 2014.
Eres un autor premiado. Qué es aquello en lo que suele coincidir a menudo el jurado acerca de tu obra.
En las actas no suele argumentarse la razón del fallo. Puedo citar, sin embargo, estas palabras del jurado del premio «Miguel Labordeta» del Gobierno de Aragón concedido a mi libro «La herida de los días» (que luego obtuvo el premio de la Crítica Literaria Valenciana), en la que se valoraban «su gran dominio de la forma, sentido del ritmo y admirable elegancia léxica en un poemario altamente expresivo, y capaz de trascender la experiencia individual, convirtiéndola en un valor humano ecuménico y fundado en una serena meditación sobre el paso del tiempo». O estas otras, del jurado del premio de La Herradura, en Granada, al destacar de la obra premiada, «Díptico de las edades», la coherencia interna y la cohesión de «un poema muy bien resuelto en el que se aúnan tradición y modernidad con toda naturalidad».
Eres algo más que poeta, ya que también eres profesor, por lo tanto, te gusta la enseñanza y qué otras cosas son importantes en tu vida.
Importante son mi familia y mi círculo pequeñísimo de amigos. Y la poesía como medio natural en el que vivo. En otro sentido, supongo que me gustan, más que me importan, las mismas cosas que les gustan a otros muchos, no sin contradicciones en mi caso: la lectura y, sin embargo, también la televisión: en la lectura, poesía sobre todo y relato corto, sin poder omitir ni un solo día la lectura de un diario en papel; en televisión, informativos, algunas series y fútbol. Se añaden los viajes, no necesariamente lejanos, y, por el contrario, el dolce far niente: ver la naturaleza y la vida, sin más, que sucede a mi alrededor. Y añado, no sin un punto de contrición, que me encanta perder el tiempo, así, absolutamente, navegando por las redes sociales y por los meandros de internet.
Cómo sería más o menos un día cualquiera en tu vida. Qué es lo que más te gusta del día a día.
Casi queda contestada esta pregunta con la respuesta a la anterior. En plena temporada literaria, la vida social se intensifica con la asistencia a presentaciones y actos literarios. Vivo, pues, cumpliendo gustosamente con la difícil compaginación de mis obligaciones personales, familiares y sociales. Si me obligo, escribo por la noche y me acuesto ya de madrugada. Y si no escribo, también. Suelo, pues, levantarme algo más tarde de lo que lo hacen los demás mortales y la mañana pasa como un soplo. No tengo perdón.
¿Literariamente o personalmente te queda a corto plazo alguna meta por cumplir?
No, porque, al no planteármelas, ya no tengo metas que cumplir. Espero lo que venga sin estrategia alguna. No estuve en los años en los que se creaban círculos de poder y se forjaban las complicidades literarias. El canon ya está hecho y tampoco sé si tengo una obra como para reclamar mi presencia en futuras antologías esenciales. El tiempo dirá. Ahora hay demasiada obra innecesaria publicada. Además, no existe la crítica en sentido estricto, formada, desinteresada y exigente. Sólo hay confusión.
Comparte con nosotros, si eres tan amable, un poema cualquiera de tus libros. Y me despido ya, no sin antes haberte dado las gracias por tu sinceridad y amabilidad al contestar todas y cada de mis preguntas. Isabel Altaar
Por elegir uno que puede valer como una poética, comparto éste que, aunque no pertenece a ninguno de mis poemarios, está incluido en «De la luz al olvido» mi antología personal publicada hace tres años:
SI DE MÍ HABLO
Nunca hablo de mí si de mí hablo
como tampoco lo hace el manantial
que de sí brota sin saberse, sin
tan siquiera saber que al ir manando
se hace y se deshace en su nombrarse.
Nunca hablo de mí si de mí hablo,
porque hablo del otro, del que espera
saberse en el después, tras el poema,
cuando el agua calmada y transparente
refleja en el silencio del remanso
el rostro de quien mira y, sorprendido,
descubre a un ser extraño en su mirada.