POR ALBERTO GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ
Desde hace días se vive a nivel universal una histeria generalizada de dimensión colosal y consecuencias incalculables, cuya incidencia representará un antes y un después en los modos de vida, economía y otros aspectos en todos los países.
La situación parece grave, pero, desde el desconocimiento de los detalles técnicos, resulta difícil evitar cierto escepticismo frente a la forma en que se está tratando el asunto; como la saturación alarmista y deformada de ciertos medios. Y junto a ello, la sensación de que para algunos no hay mal que por bien no venga. Es decir, que mientras se habla del virus no se habla de los delincuentes catalanes puestos en libertad, por ejemplo.
Y, sobre ese fondo, la impresión de que en Badajoz la histeria no es tan acusada como en otros lugares. Quizá porque, avezados por su historia, plagada de epidemias, desastres y calamidades de toda especie, los badajocenses ven las cosas con cierta socarronería. De epidemias, por ejemplo, la ciudad está bien servida, habiendo padecido muchas que en ocasiones diezmaron la población de forma estremecedora.
Recordemos, por citar solo las más importantes, la famosa de peste negra que a fines del siglo XIV asoló Europa introduciendo importantes cambios económicos, religiosos y culturales, diezmó a Castilla, y quedó prácticamente despoblado a Badajoz.
O la de peste llamada atlántica, que en su paso arrasando España de norte a sur, y regreso, en 1599, paró un par de meses en Badajoz, entonces de gran auge, ocasionando más de 2.000 muertos entre una población de diez mil habitantes; entre ellos, el insigne Rodrigo Dosma, erudito padre de todos los cronistas de la ciudad.
No menos terribles fueron las devastadoras de cólera morbo llegadas de Portugal, que en varias ocasiones se sucedieron durante el siglo XIX, con episodios principales en 1833, 1855, 1859 y 1865, principalmente la primera, activa entre septiembre y octubre, que ocasionó casi 1.500 víctimas, a ritmo en los momentos más graves de cien por día, que obligó a agrandar el cementerio del Cerro del Viento y construir otros adicionales.
Espantosas fueron asimismo la de tifus de 1909, que arrasó a cientos de personas, entre ellas el alcalde Alfonso Soriano Salas, médico de profesión, contagiado en su atención a los enfermos, y único regidor de su rango muerto en acto de servicio en los anales de la ciudad; y la de gripe llamada española de 1917-1918, que en Europa dejó tantos muertos como la Guerra Mundial, y en Badajoz más de mil.
Ya de nuestro tiempo, y aunque del mismo impacto en el histerismo colectivo, sin causar víctimas en Badajoz, fueron las de sida, SARS, MERS y ébola, esta de ayer mismo, 2015, en la que ya apuntaron las psicosis colectivas, la información-desinformación pública, la manipulación política y otras cuestiones que con esta de ahora han alcanzado sus más altos grados de perfección.
Fuente: https://www.hoy.es/