POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Han pasado los años, muchos años y, rememorando los pasajes de la historia de nuestro pueblo y sus uleanos sencillos y meritorios, me encuentro con un ramillete de labradores abnegados que trabajaron para poder subsistir y dejaron la impronta de su enorme valía, como personas laboriosas; «verdaderos artistas de cuanto hacían», y de gran humanidad.
Mal vestidos y con una alimentación deficiente, sacaron todo cuanto habían aprendido de sus antepasados, hasta tal punto; que brillaron con luz propia. Verdaderamente, cada uno en su faceta o especialidad, demostraron en sus tertulias, que eran verdaderos sabios de la agricultura y ganadería del paraje de «los tollos», en Ulea.
Un ramillete de ellos, reseñados con anterioridad, explicando en el Sanedrín de oradores de las tertulias, bajo el almendro de la familia Ríos Torrecillas y, auspiciadas por Pepe Ríos Carrillo, quedan reseñados en los capítulos previos y, pasados más de sesenta años, los evoco con perfecta nitidez.
Por tal motivo, he reseñado la historia de aquellos legendarios uleanos que brillaron con luz propia, en aquellos años de la post-guerra ya que, los políticos, clérigos y mandamases de aquellos años, no fueron sensibles a las cualidades y calidades de sus ciudadanos: ¡¡Una verdadera lástima!!
Hoy, en mi Atalaya y mirando por el retrovisor del tiempo, he descrito la sabiduría, sencillez y generosidad, de un grupo, bastante numeroso, de uleanos y uleanas que vivieron o trabajaron; o ambas cosas a la vez, «en el paraje de los tollos».
Evocando su recuerdo, así como la labor casera y abnegada de sus madres, mujeres, hijas… que no trabajaban en las tareas de la huerta y el campo, siendo asalariadas; aunque no paraban de realizar faenas en sus casas; me encuentro con un ramillete de uleanos-antepasados nuestros, que parecían verdaderos profesores, dando clase a sus alumnos, aunque la mayoría eran iletrados. Entre esos afortunados alumnos me encontraba yo… y sigo encontrándome; porque el legado que nos dejaron, no caduca nunca; está presente, de forma permanente. Sí, de hecho, parecen estar escritos de forma indeleble, en nuestras mentes.
Por fortuna, aunque era un niño de corta edad, reconocí los grandes valores humanos de aquellos labradores tertulianos. Por tal motivo, cada vez que los evoco no puedo menos que recordarles y rendirles pleitesía.
Verdaderamente, fueron unos magníficos «Maestros de la vida» y yo:»un alumno alevín agradecido».
FUENTE: JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA