POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Hace unos días, con motivo de celebrarse el día de «Todos los Santos», acudí al cementerio de mi localidad para visitar la tumba de mis seres queridos y recordarles tal y como eran antes de marcharse de este mundo.
Tras estar un buen rato en silencio, junto a su tumba, evocando vivencias de tiempos pasados, inicié un peregrinaje por las calles del camposanto y contemplé los panteones individuales y familiares, con sus lápidas resplandecientes y con la efigie de los difuntos cuando tenían unos pocos años menos que cuando fallecieron.
Sí, había ramos de flores en coquetos jarrones en muchas lápidas, junto a sus fotos, figuraban «epitafios» sencillos y ocurrentes.
Me detuve en uno de ellos, especial, en cuyo interior reposaban los restos mortales de una mujer joven que fue paciente mía y, como médico, le asistí durante todo el proceso de su enfermedad.
Sin embargo, me llamó la atención que en su «epitafio» rezumara la alegría con la que vivió su periplo vital.
Decía así:
He vivido feliz y lo sigo siendo.
Por tal motivo, os digo que no lloréis mi muerte.
Pero, si no podéis pasar sin llorar, hacedlo en silencio.
Quiero que sepáis que sigo siendo feliz.
Por tanto, os reitero, llorad, sí, pero «llorad de alegría».