POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
El Adviento -en latín ‘adventus Redemptoris’, ‘venida del Redentor’- es el primer período del año litúrgico cristiano, un tiempo de preparación espiritual para la celebración del nacimiento de Cristo. Su duración este año es desde el 29 noviembre, al 25 de diciembre, integrado siempre necesariamente por los cuatro domingos más próximos a la festividad de la Natividad.
Durante el Adviento, se coloca en las iglesias y también en algunos hogares una corona de ramas de pino, llamada corona de Adviento, con cuatro velas, una por cada domingo de Adviento. Hay una tradición de Adviento en la que a cada una de esas cuatro velas se le asigna una virtud que hay que mejorar en esa semana, por ejemplo: la primera, el amor; la segunda, la paz; la tercera, la tolerancia y la cuarta, la fe, costumbre ésta que continúan celebrando los nórdicos, que año tras año el primer domingo de Adviento plantan e iluminan un gran abeto en la plaza de la Constitución, y las familias suecas celebran con coronas de Adviento, con cuatro velas, la festividad de Santa Lucía, protectora de la vista e invocada contra la ceguera.
En Torrevieja, destaca en el Adviento el 8 de diciembre, celebración de la festividad de su patrona, la Inmaculada Concepción de María; onomástica de Inmaculadas, Inmas, Concepciones, Conchas, Conchis, Conchitas, Chitines, Purificaciones, Puras y Puritas. Ese día fue el elegido por Pilar Primo de Rivera para festejar “El Día de la Madre” instituyéndolo en los años cuarenta del pasado siglo. Según se escribía en esa época, tenemos tres madres: “la Madre del cielo, la madre de la Tierra y la Madre Patria”, y ese día, además de honrar a “la Madre del cielo honramos también a la madre de la Tierra”. Después fue trasladado al segundo domingo del mes de mayo.
En esos días no queda menos que destacar la cocina familiar de la Vega Baja, que está íntimamente relacionadas con los ciclos estacionales y festivos, así como las materias primas básicas de la tierra.
Siempre en esos días se ha extremado el cuidado y alimentación del pavo que, comprado vivo en el mercado de los viernes, se terminaba de cebar en el corral situado en el patio, para que, una vez alcanzado un buen peso, organizar la matanza y después cocinar el cocido con pelotas del día de la Purísima y el de Navidad. Cocido con pelotas elaboradas con la sangre de pavo, la carne del mismo animal, huevo, perejil, ajo, piñones y miga de pan; esta masa bien removida se cuece lentamente con patatas, garbanzos, verduras, sazonado con azafrán y sal.
Respecto a los dulces destacaban las toñas y los mantecados, que una vez amasados y después de darle redondeada forma, con y sin picos, se ponían en una llanda y se llevaban al horno más próximo para que cocieran hasta tomar su típico color blanquecino-dorado, combinando a la perfección con los ricos alimentos que ha dado esta tierra, destacando en su preparación los cereales, cítricos y lácteos.
La festividad de la Purísima Concepción siempre olió a hornos preparando toñas y mantecados, en cantidad para que aguantaran, cuando menos, hasta San Antón, que por muchas, Pascuas que son; comiéndose entre una algarabía de risas, chismes y copitas de mistela.
La base de esta receta tiene su origen en la llegada de los árabes durante la Edad Media y los cambios que produjeron en la gastronomía al introducir tanto el uso de materias primas propias de su cocina como algunos de sus métodos de elaboración. De esta forma las toñas, al igual que las monas de Pascua, se convirtieron en elaboraciones con gran historia al representar readaptaciones de aquellos primeros dulces árabes.
Los ritos navideños son, quizá, las tradiciones que mejor han aguantado el envite de los tiempos en esta tierra. Todavía es habitual, por ejemplo, que algunas familias cocinen sus propios dulces, cuyas recetas conservan casi inalterables desde hace generaciones. O escuchar el cántico de los aguilandos, la melodía que con más cariño recuerdan sus infancias las gentes del Bajo Segura.
Rememorar las rondas que realizaban cantos de aguilando y villancicos, casa por casa, para recaudar fondos para diferentes destinos. Lo que aconsejaba a los vecinos tener bien dispuesta una mesa, llamada mesa de Pascua, para agasajar a aquellos que entraban a sus hogares para cantarles; mesa donde nunca faltaron el anís dulce, el cantueso y el vino de La Mata y, además de las toñas y mantecados, polvorones, turrón, peladillas y mazapanes que todavía hoy siguen vendiendo, en la calle Azorín, los familiares del legendario Pepe ‘el turronero’ y que desde 1887 endulzan las fiestas de la Purísima y la Navidad a muchos torrevejenses.
Y junto a estos productos casi indispensables para preparar la cercana Pascua, garbanzos de Castilla, bacalao inglés y otros exquisitos coloniales, que sólo se ponían en la mesa en esos días festivos tan especiales. En mi niñez acostumbraba acompañar a mis padres a hacer ‘el costo’ o lote para esas importantes fiestas, los primeros días de diciembre, relamiéndome tan sólo con aquella olor a ultramarinos que se percibía en las tiendas del ‘Bibiano’, en la esquina de la calle Chapaprieta con Carreteros –hoy Diego Ramírez-; Bernardo ‘el Torres’, frente a la plaza de abastos; y la del ‘Chuti’, entre las hoy calles Blasco Ibáñez, Maldonado y Unión Musical. Nadie se resistía a proveerse de viandas para los días grandes de la Pascua: hueva, mojama, sidra, licores, latas de buenas navajas, fiambres y entremeses selectos, que no estaban al alcance de los bolsillos de aquella ápoca, que sólo en esos días, con gran esfuerzo se podían disfrutar.
Y nada más que desearos que estas Fiestas de NAVIDAD estén envueltas en papel-prensa de FELICIDAD y atadas con cinta de AMOR para que perduren todo el NUEVO AÑO.
Fuente: Diario LA VERDAD – VEGA BAJA. Orihuela, 15 de diciembre de 2015