POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Del membrillero cuelgan los frutos moldeados por la luna de septiembre que acabarán dormidos y derramados sobre el almíbar de la sepultura dorada de una lata de Puente Genil. Así está el almanaque que se abre en estos días que cantan la antífona del paraíso de los sabores que llegan. La paleta pinta la luz dorada, atemperada, suave y tamizada del otoño que hoy abre sus puertas. Bajo un cielo azul claro y sin que aún las canales nos ofrezcan un concierto copioso de lluvia que cae. Con la falta que hace para que alivie la sequedad, corra el agua por regatos y riberas proclamando la otoñada. Lo del sábado fue un sí, pero no. Cuatro gotas.
Días que aún saben a vendimia, a racimos de uva, sudor y manos que trajinan. Días de introito de orzas de barro que custodiarán ese punto con sabor y grandeza de las primeras aceitunas aliñadas. Días donde los melones, casados y sumisos son subidos a los doblados para azucararnos las tristezas del invierno. Aunque todavía por San Miguel con sus ferias, mercados y tratos, producirá coletazos a veranillo pegajoso que desea quedarse. En dos semanas nuestra Patrona regresará a su ermita. Llegará el quinario de San Francisco, el Niño besará la Virgen del Rosario y con ellos los gozos de las témporas de octubre. A la granada, desde su timidez, le falta poco para coronarse reina, endulzándonos el bautizo de la vida. Es otoño.