POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
El origen de los carnavales o carnestolendas echa sus raíces en la Edad Media, muy rígida en cuestiones de ayunos, penitencias y cumplimientos religiosos. Puesto que se imponían 40 días de inflexible religiosidad y de prohibición absoluta de comer carne, el pueblo decidió apurar los días previos para fiestas y regocijos varios. Del latín medieval “carnelevale” que significaba “quitar la carne”, surgió el nombre dado a estos días. Es, sin duda, la fiesta pagana que más pueblos celebran a lo largo de todo el mundo.
Su celebración varía de año en año, pues tiene que preceder al llamado Miércoles de Ceniza, jornada que abre el ciclo cuaresmal de los 40 días que anteceden al Domingo de Ramos -que en este año 2020 será el día 5 de abril- fiesta movible, de acuerdo con la primera luna llena de la primavera que rige el día de la Pascua de Resurrección, siete días después.
Bien es cierto que en algunas poblaciones las fiestas de Carnaval se celebran desde hace años sin atenerse matemáticamente a estas fechas preestablecidas, dado que vemos su convocatoria hasta un mes después de los días que les corresponderían; la razón es que los carnavales de las diversas localidades no coincidan en una misma jornada.
La intransigencia religiosa y política siempre se llevó mal con el carnaval e hizo cuanto estaba de su mano para prohibirlo, silenciarlo, amedrentarlo o aminorar su influencia. El aparente desorden social reinante en estas fechas siempre fue temido por las autoridades.
¿No es curioso que el martes de carnaval se “entierre” una sardina (en Arriondas un salmón, el próximo domingo, día 1.º de marzo), simbólicos en ambos casos, en vez de una gallina, por ejemplo?
Venía ésta a ser una especie de pública protesta, cuya finalidad era subvertir el orden que debía regir a partir del Miércoles de Ceniza, puesto que durante los 40 días siguientes el pescado pasaba a ser el rey obligatorio en la mesa.
En tiempos pretéritos estaban prohibidos hasta los lácteos -un rigor extremo- y el ayuno y abstinencia regían diariamente hasta que se ponía el sol, pues -a partir de ese momento- se permitía una cena suave llamada “colación”.
Pero ¿por qué se prohibían también los lácteos?
Veamos qué le escribió San Gregorio a San Agustín de Cantorbery: “Nos abstenemos de carne y de todo aquello que viene de la carne, como la leche y los huevos”; de forma que los derivados como el queso y la mantequilla entraban también en la prohibición.
A veces a cambio de un estipendio económico para una obra eclesial o de caridad se permitía tomar alguno de esos alimentos.
Así, no es de extrañar que hasta algunas de las torres de las impresionantes catedrales francesas de Rouen y Bourges sean conocidas como “Torres de la Mantequilla”.
Por otra parte -aquí en Asturias- las conocidas fiestas de Pascua de los “Huevos Pintos”, en Pola de Siero y Sama, tienen su origen en la acumulación de huevos durante la cuaresma.
Nuestros antepasados estuvieron obligados a guardar abstinencia todos los viernes del año, así como ayuno en la víspera de muchas otras festividades a lo largo del mismo, ¿o no sigue siendo costumbre comer besugo el día de Nochebuena? La víspera de Navidad no se podía comer carne.
Algunos recordarán que la Iglesia distribuía entre sus fieles un documento al que llamaban “Bula de la Santa Cruzada”, una especie de indulto que liberaba a quien la adquiría de algunas de las 52 jornadas sólo de abstinencia y, otras 24 más, que también lo eran de ayuno, a lo largo del año; además, permitía comer huevos, leche y sus derivados; a cambio se pagaba un estipendio que iba entre una y diez pesetas. Por supuesto que había dispensas para niños, ancianos y enfermos.
Este tema de las bulas daría para un muy largo comentario pues -incluso- hasta había bulas para difuntos, las cuales otorgaban indulgencias para personas fallecidas. Así fue hasta hace menos de 50 años.
La sociedad va evolucionando y las mentes tridentinas e inquisitoriales han sido barridas casi hasta de la memoria colectiva.
Y -tras los festejos y celebraciones de carnaval-, llega el llamado Miércoles de Ceniza; así se inicia la cuaresma que precede a la Semana Santa.
Desde los primeros tiempos de la Iglesia era costumbre implorar el perdón de los pecados cubriendo la cabeza con cenizas y vistiendo un rudimentario ropaje hecho de saco o tela muy pobre.
En esta jornada algunos fieles acuden al templo para que les sea impuesta en su frente una pequeña señal de la cruz, hecha con ceniza. La ceniza se habrá recogido tras quemar algunos ramos o palmas procedentes del Domingo de Ramos del año anterior.
Durante siglos (no ahora) en este rito de la imposición de la ceniza el celebrante pronunciaba las admonitorias palabras del Génesis: “Memento, homo, quia pulvis es, et in púlverem revertéris” (“Recuerda, hombre, que eres polvo y en polvo te has de volver”), signo y memoria de que todo humano tendrá un mismo final, sea pobre o rico, humilde o poderoso.