POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
De aquel robo nunca más se supo. Hasta hace dos días. Y entonces adquirió actualidad la frase que publicara el periodista Ismael Galiana el 12 de enero de 1977 en ‘ABC’: «Las piedras preciosas sustraídas [en el robo a la Catedral de Murcia] no tendrán fácil venta en nuestro país, como no fuera a largo plazo». Desde luego, ha sido a muy largo plazo. Exactamente 38 años.
Los faroles de viático, como su nombre indica, iluminaban antaño a los curas que acercaban la comunión a los enfermos, sobre todo a aquellos que estaban en peligro de muerte. Pero el descubrimiento de una de estas piezas, que la Guardia Civil identificó como robada del tesoro de la Catedral, a quienes pone en peligro ahora, si es que viven, es a los ladrones que hace casi 40 años asaltaron el primer templo de la diócesis.
La operación reviste gran importancia si tenemos en cuenta que es el primero de los objetos que se ha recuperado. Quedan, al menos, otros 22. Sin contar las coronas de la Fuensanta y su Niño.
La operación, denominada ‘Farol de Plata’, ha sido llevada a cabo por el Grupo de Patrimonio Histórico de la Guardia Civil. Todo comenzó cuando el avispado profesor del departamento de Prehistoria, Arqueología, Historia Antigua, Historia Medieval y Ciencias y Técnicas Historiográficas de la UMU, Francisco Marsilla, descubrió que el farol iba a ser subastado en la sede madrileña de Subastas Goya. El precio de salida oscilaba entre los 1.500 y los 2.000 euros.
El farol fue donado por los marqueses de Torre Pacheco en 1732 a la Catedral y, desde entonces, forma parte del tesoro, según figura en los inventarios realizados en 1907 y 1915. Hasta el momento, según la Benemérita, el objeto ha cambiado de manos en diversas ocasiones y se ha adquirido «de buena fe». Habrá que investigar el camino inverso que ha realizado el farol para, con suerte, identificar al autor o autores del robo que más conmoción ha causado en la historia de la ciudad de Murcia.
Todo sucedió recién comenzado el año 1977, cuando se cumplía el 50º aniversario de la coronación canónica de la Patrona. Todavía no eran las siete de la mañana cuando el sacristán descubrió que la puerta de la sacristía había sido forzada. Unos segundos después, boquiabierto, comprobó que las vitrinas donde se custodiaba el tesoro estaban vacías. Una veintena larga de piezas, valoradas en unos 300 millones de las antiguas pesetas, habían desaparecido, entre ellas un anillo y una cruz pectoral de Belluga.
Pero el valor sentimental de la corona de la Patrona y del Niño, que fueron adquiridas por suscripción popular entre todos los murcianos, eclipsó el inventario que cerró la Policía. Ambas piezas contaban con un total de 7.621 piedras preciosas, entre las que destacaban brillantes, diamantes, zafiros, esmeraldas, rubíes y topacios.
La movilización de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado fue inmediata. A los pocos minutos de conocerse el asalto se dispusieron controles en puertos y aeropuertos y se vigilaron las fronteras. Todos los indicios apuntaban a que los autores, sin duda especializados, intentarían sacar cuanto antes del país su valioso botín. Algo que, como ha probado ahora el descubrimiento del farol, no era del todo cierto.
Por la capilla de los Vélez
La realización de unas obras en la capilla de los Vélez y la colocación de andamios ofreció a los cacos un lugar espléndido para moverse por el interior del templo poco después de la medianoche del 8 de enero de 1977. Los ladrones forzaron la llamada puerta del Pozo y, desde la Torre, se deslizaron por las bóvedas hasta la capilla. Queda aún por aclarar si conocían la existencia de la escalera de caracol que les permitió bajar hasta el suelo. Ni entonces ni ahora era conocida por muchos.
Durante varias horas pudieron admirar y seleccionar qué piezas del tesoro se llevarían. Quizá en esos momentos bromearon recordando las veces que el Cabildo de la Catedral había advertido de que las medidas de seguridad eran pésimas. Pero, señores, aquella Murcia era la misma de ahora, la de «ya mañana, si eso, lo vemos». Así que solo unos barrotes de hierro protegían joyas de valor incalculable. Para más inri, ni siquiera estaban aseguradas.
Mientras la Brigada de Investigación Criminal intentaba reconstruir el ‘iter criminis’, cientos de murcianos se acercaron al templo para asegurarse de que, realmente, eran ciertos los rumores. La conmoción fue absoluta y el obispo Roca Cabanellas, como es natural, adelantó su regreso de Madrid, donde se encontraba.
La presión policial pronto dio sus frutos con la detención en Elda de un supuesto ladrón de joyas, Juan Gil, a quien antes habían acusado de otro asalto en Salamanca, aunque la falta de pruebas obligó a ponerlo en libertad sin cargos. También hubo algún otro arresto e incluso se desarticuló una banda internacional de ladrones de alhajas. Nada. Lo robado en Murcia jamás apareció. Hasta que el otro día intentaron vender una de las piezas que se creía perdida.
En la época fueron interrogados también los obreros que trabajaban en la capilla, sin resultado. Y se investigó otra pista que apuntaba al norte de España. Todas las líneas de investigación concluyeron en fracaso. Apenas unos días más tarde, el 12 de enero, los diarios de todo el país anunciaron que el caso «entraba en punto muerto».
Los cacos sabían qué querían llevarse. Por eso solo cargaron con aquellas piezas que contaban con piedras preciosas, para luego desengastarlas y fundir los metales que adornaban. Prueba de este extremo es que no robaron -o acaso olvidaron- la gran custodia del Corpus Christi que está formada por tres kilos de oro.
El farol recuperado, aunque hayan pasado 38 años, volverá a ocupar un lugar de excepción en el Museo de la Catedral, en esta ocasión (espero) bajo imponentes medidas de seguridad. Pero su descubrimiento evidencia que el resto de objetos quizá no estén tan lejos como en su día creyó la Policía.
Fuente: http://www.laverdad.es/