POR MANUEL LÓPEZ FERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE VILLANUEVA DEL ARZOBISPO (JAÉN)
Finalizado el periodo de la Escuela de Maestros se creyó oportuno continuar con la labor del internado, pero aplicado a la Enseñanza Primaria.
El Padre Villoslada mantenía una honda preocupación por los niños más necesitados y consiguió de su gran amigo, D. Blas Pérez, Ministro de la Gobernación el envío de niños para el internado. En el curso 1949-50 se acogió a un grupo de 75, de distintas poblaciones cercanas y algunos de la localidad, con una baja economía familiar, que residían en el palacete de la calle Fuensanta.
En nota consultada en el archivo de SAFA, hemos podido leer, que los primeros alumnos: “… llegaron procedentes de un albergue de Vera pueblo de Almería, en pésimas condiciones higiénicas, morales y físicas, ya que casi todos padecen de tracoma por lo que tuvieron que ser atendidos y reconocidos por distintos médicos”. Posteriormente, deducimos, serían llevados la mayoría al lugar de procedencia.
Al frente del Internado y de todo el centro quedó el Padre Fernando Pérez Romero, antiguo P. Espiritual del Seminario de Maestros. Aquí quedó hasta el año 1961. Debemos recordar también a los Padres Manosalbas, Pardo, Fernández Marín y Lacave.
La crisis económica de 1958 motivó la supresión del internado de Villanueva.
De los alumnos del internado debemos recordar sus salidas a Villanueva en perfecta formación de dos en dos, con sus trajes de pana negros, o todo blanco en verano, causaba cierta envidia entre los alumnos externos. Más aún si estas salidas eran a la Plaza de Toros, donde hubo un torero, Luis Lucena, que siempre les brindaba un toro; o al campo de fútbol, donde jugaban algunos partidos. Su perfecto entrenamiento hacía que en los enfrentamientos con los alumnos de la calle Morales, siempre les goleasen. Estos partidos se celebraban especialmente el día de San Fernando, 30 de mayo, día del Padre Pérez. En uno de estos encuentros el resultado fue de 6-0 a favor del internado.
Luego, en los actos finales de curso, coincidían en los diferentes juegos, y tablas de gimnasia. El coro de los internos dirigido por D. Rogelio, y el de los externos o grupo de armónicas, preparados por el músico D. Francisco Navarro.
Después llegaban los nombramientos de dignidades: Príncipe, Regulador o Edil de cada una de las clases. El Padre Pérez iba nombrando solemnemente, a los alumnos, formando dos grupos diferentes, que en torno a una mesa, eran inmortalizados por las cámaras de foto LUX, Roldán, Manolo, o algunos de los excelentes profesionales de la fotografía.
Dionisio Rodríguez Mejías en su libro: ”Safa, Historias y Retratos”, nos describe la vida de aquellos años. De este libro lleno de recuerdos, de gran fidelidad histórica y humana extraemos un resumen en su narración del internado de Villanueva:
“El silbato de Don Rogelio ponía fin a nuestro corretear por el escaso campo de juegos del Colegio. Dos toques de silbato seguidos, el primero de aviso y el segundo corto y enérgico, enmudecían aquella tropa que en silencio corría a formar filas ante el mástil de la bandera. A la cabeza de las filas, Don Antonio, Don Carmelo y D. José Alarcón, los maestros que a continuación nos acompañaban a nuestras clases.
Un alumno entonaba el himno de España y todos lo cantábamos a coro con respeto y solemnidad, mientras Fernando, príncipe del Colegio, izaba la gran enseña que, flameando sobre su mástil blanco presidía nuestra actividad, hasta última hora de la tarde.
A una indicación del profesor entrábamos en el aula y ocupábamos nuestros viejos pupitres. Las clases eran frías, húmedas y tristes. Don José explicaba la historia de los Reyes Católicos y el Descubrimiento de América.
Alto, muy alto, con gafas, ojos claros, cabello castaño rizado y una sonrisa franca que nunca se apartaba de su rostro, Don José Alarcón, era para nosotros un ser maravilloso y extraordinario que sabía de memoria la lista de los hijos de Jacob, los profetas mayores y menores, los ríos, los cabos y los golfos de España. Que nunca se equivocaba en la regla de tres. Cuando preguntaba el Credo, la tabla de multiplicar, la historia de Aníbal y los elefantes, de Viriato y sus capitanes disfrutaba tanto como nosotros si respondíamos acertadamente.
El Padre Lacave dirigía los Ejercicios Espirituales. Durante los tres días que duraban estos, debíamos permanecer en absoluto silencio. En el jardín, bajo una gran morera u ocultos entre la profunda vegetación meditábamos.
El mes de mayo, mes de María, con sus plegarias, sus canciones y sus perfumes, será inolvidables para nosotros.
Nuestros uniformes de pana negra se guardaban en la ropería hasta el siguiente año y en su lugar lucíamos el de verano compuesto de un pantalón y una camisa de manga corta blancos.
Solíamos hacer excursiones al Guadalquivir, Iznatoraf o al Santuario de la Virgen de la Fuensanta. Otras más alejadas a Río Madera, al nacimiento del río Mundo o al Pantano del Tranco; éstas en camión. Los alumnos y profesores nos colocábamos en la parte trasera y los Padres en la cabina del vehículo. Al pasar por los pueblos cantábamos las canciones que Don Rogelio nos había enseñado durante el curso: “De colores se visten los campos”, “Sierra de Mariola”…
A la vuelta todos traíamos algún que otro tesoro: una mariposa, un fósil, un renacuajo o una flauta de caña. Estos trofeos eran suficientes para hacernos sentir felices plenamente. A veces visitábamos algunos de los pueblos por los que pasábamos, La Puerta, Siles, Orcera… las familias de nuestros compañeros venían a la Plaza, saludaban a los Padres y profesores y nos acompañaban en nuestra breve visita a la Iglesia del pueblo. Después de cantar una Salve a la Virgen continuábamos nuestro camino.
Recuerdo la visita a la Plaza de Toros de “El Sansón del Siglo XX”, que arrastraba con los dientes un camión y doblaba barras de hierro, como si fueran de mantequilla.
A primeros de Junio, los últimos repasos antes de los exámenes, las recomendaciones de los Padres y Profesores para el verano, el calor, los ensayos de la tabla de gimnasia, que habíamos de representar ante nuestras familias, la preparación de canciones y poesías para la gran fiesta de Fin de Curso.
El día más deseado del año, llegaba al fin.
Por la mañana Luis, el jardinero, regaba el patio de juego varias veces para evitar que se levantara la habitual polvareda. Todo el recinto estaba engalanado con banderas que ponían una nota de color festivo en el ambiente. En la parte superior del patio se colocaba un gran escenario donde tenían lugar las actuaciones, que con tanta ilusión habíamos preparado las últimas semanas. Frente a la entrada se colocaba la tribuna, presidida por los sacerdotes del Centro, las autoridades locales y el médico, que nos permitía “comer de todo”, D. Gabriel Tera. Al fondo se colocaban nuestras familias y el centro del recinto quedaba libre para las demostraciones deportivas y de entretenimiento.
A los compases de una marcha militar comenzaba el desfile de la mayoría de los alumnos, al que seguía una tabla de gimnasia rítmica, dirigida por Don Rogelio.
A continuación daban comienzo las carreras de sacos, los aros, el juego de la maleta… después canciones, poemas… “La pedrada” de Gabriel y Galán, recitada por Marcos Megina, yo recité “A la Virgen del Recuerdo”.