POR MANUEL LÓPEZ FERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL, CRONISTA OFICIAL DE VILLANUEVA DEL ARZOBISPO (JAÉN)
Antonio Lozano López trae sus recuerdos del internado.
“Mi entrada en el colegio de los Jesuitas que es como mejor se conocía entonces, no fue nada fácil.
Le costó a mi madre muchas visitas, incluso yendo de parte de determinada persona, todo eran pegas, incluso en una de las visitas, el Padre Pérez dijo que era un colegio de niños de pago y que no era posible la entrada.
Hasta que por fin llegó la recomendación adecuada. Pues siempre ha existido la recomendación y existirá. Tal fue la recomendación que cuando nos presentamos recuerdo que dijo el Padre Pérez a mi madre, ”¿pero este niño no estaba ya en el colegio?” y mi madre le contestó “no padre, la última vez que vinimos nos dijo que no podía entrar porque era un colegio de pago” y el Padre Pérez contestó, “tráigalo inmediatamente”.
Los días transcurrían así: nos levantamos, íbamos a misa, desayunábamos, hacíamos nuestras camas y a clase; entre clase y clase un pequeño recreo. El más largo era por la tarde que casi siempre jugábamos a la bandera, un juego compuesto por dos bandos, los amarillos y los rojos (el Padre Pérez siempre era favorito de los amarillos y nunca de los rojos, por aquello de…)
Después del recreo de la tarde íbamos al estudio durante una hora, luego al rosario, la cena, vuelta a la capilla y a la cama sobre la diez de la noche.
Los días lluviosos nos metíamos en el salón de actos o estudio, pues servía para ambas cosas dicho salón. Allí jugábamos al tenis de mesa las damas, ajedrez, parchís etc.
Los domingos y festivos después de la misa y el desayuno nos solían sacar a la calle, casi siempre era por la tarde y nos llevaban a jugar al fútbol principalmente a la plaza de toros, pues era el sitio donde más nos gustaba ir, y si no jugabas al fútbol lo hacías al escondite u otras cosas, nos recorríamos todos los rincones de la plaza. En una ocasión cuando las avionetas empezaron a venir para curar los olivos nos bajaron a la estación del tren (que nunca llegó a funcionar) para que viésemos como despegaban y aterrizaban. Otras veces nos llevaban al santuario de la Virgen y jugábamos por aquellos campos a lo que se nos ocurría
En cuanto a las comidas eran en principio bastante escasas y deficientes, luego fueron mejorando, sobre todo desde que don Atanasio, médico que visitaba al colegio habló con el Padre Pérez y a partir de ahí nos daban 1er. plato, 2º plato y postre.
Los domingos por la mañana nos visitaban nuestros familiares, especialmente nuestra madre y algún hermano si lo tenías, había compañeros que por problemas sobre todo económicos o de distancia no todos los domingos recibían la tan esperada visita. Las madres nos traían alguna cosa, especialmente comida, que la mayoría de las veces se la quitaban ellas de su plato para poder traérselas.
Algunas veces si no nos lo comíamos nos lo guardábamos para la merienda. Yo me acuerdo de una vez que no me comí lo que mi madre me trajo y lo llevé al comedor, lo puse en mi mesa, en mi sitio y don Rogelio lo quitó y lo guardó. Cuando estábamos comiendo vino con él y lo repartió entre todos los de la mesa, y en ese momento no dije nada, no me pareció bien pero me callé, él luego me dijo por qué lo había hecho y con el tiempo le he dado la razón pues como ya he dicho antes no todos recibíamos visita habitualmente y eso inducía a fomentar el compañerismo.
En las vacaciones como no podíamos irnos fuera del pueblo pues nos juntábamos los cuatro o seis más amigos y muchas veces nos íbamos a jugar al colegio y casi todos los días también íbamos a misa; incluso jugábamos al fútbol haciendo nuestros propios equipos, yo jugaba de extremo pues siempre he corrido mucho incluso he tenido mucha resistencia, (todavía me queda algo de esa velocidad y aguante pero el paso de los 60 se nota mucho).
Los amigos más destacados fueron y creo que siguen siendo y por este orden: José Ortega Sánchez, José García Bautista, Dionisio Rodríguez Mejías, Antonio Martínez Mayenco (Externos), José Moreno Cortés, Miguel Cano y otros como Manuel López Fernández que como durante el curso no estábamos juntos la amistad no era tan directa.
Recuerdo la coronación de la Virgen como me convertí en cierto modo en persona de confianza del Padre Pérez, él me dijo que del colegio iríamos niños vestidos de monaguillos, que eligiese a un grupo, entre los que yo tenía que estar. Algunos der los nombres que recuerdo son: José Ortega Sánchez, José García Bautista, José Moreno Cortés y algunos más, y así fue, formamos parte del grupo de monaguillos que acompañaron a Nuestra Sª de la Fuensanta en su coronación.
Después marché a Úbeda 11 y desde el curso 56-57 estuve hasta el 59-60” .
José Luis Carrascosa realiza la siguiente evocación de su vida en el internado:
“Fui externo en los jesuitas de la calle Morales hasta el penúltimo curso (con D. Antonio Sotomayor). Con ocho años pasé al internado, si no me equivoco el curso 1956-1957.
Mi padre tenía mucho interés porque decía que era muy nervioso y los jesuitas en el internado, ”me meterían en vereda”. Mi madre lo aceptó porque siempre pensó que la mejor educación, sobre todo en lo referente a la conducta, se impartía allí.
El padre Pérez y dos profesores me hicieron las pruebas previas de actitud, con algunas operaciones matemáticas y preguntas como “¿quién tardaba menos tiempo en llegar a la estación, la locomotora o el último vagón? “ y “¿de qué color era el caballo blanco de Santiago?“. Por cierto, entonces yo iba con el brazo escayolado, por una fractura que hice saltando sobre los rosales del kiosco de la música, y tuve que escribir en la pizarra con la izquierda.
Don Rogelio era argentino y un día nos dijo en clase que los españoles no teníamos nada de que presumir con nuestra historia y que en Argentina los trigos eran mucho más altos. Aquello me mosqueó y, con el tiempo, me hizo pensar. Contraataqué y le bordé un examen de geografía. Fue mi primera nota destacada.
Siempre que los niños íbamos de clase al campo de juego, al comedor, a la iglesia o a los dormitorios había que marchar en fila de uno, en silencio y mirando hacia delante. Don Rogelio tenía una libreta donde te apuntaba si hacías algo incorrecto. Una vez me sancionó por mirar hacia atrás en fila, con no ver a mis padres en la visita de los domingos durante un mes. Pero mi madre lo arregló (todavía no sé cómo) y pude estar con ellos.
En primavera, como cosa excepcional, nos llevaron en un camión a ver el nacimiento del río Segura. A cada uno nos dieron un bocadillo de jamón. Fue una excursión fantástica, aunque con muchos mareos.
En el salón de estudios el silencio era absoluto. Alguna vez se hizo un acto literario. Recuerdo que Antonio Tornero (era externo) recitó “Margarita está linda la mar” con gran éxito.
En clase compartí pupitre con Faustino Fraile que ya entonces hacía figuras con los trozos de tiza. Todo un artistazo y estupendo amigo. Otro buen compañero fue Matías Molina Navarrete. En cambio uno del Centenillo, me la tenía jurada porque no lo dejé copiar en un examen y trataba de hacerme la vida imposible.
Una vez que me puse malo, las cocineras me hicieron un puré de patatas, con un chorreón de aceite, para cenar. Aquello hizo creer que estaba enchufado.
Me chocaba la pobreza de algunos alumnos internos, casi todos de fuera de Villanueva. Uno que era bastante bruto en los recreos me dijo: ”dame algo”, cuando vio que guardaba algunas cosas de comer que me había traído mi madre. Aquello también me impactó mucho.
El día del Corpus salimos en la procesión del pueblo y yo conseguí ir de monaguillo, con unas campanillas triples que me encantaban.
Las fiestas de fin de curso eran apoteósicas. Se unían internos y externos y venían los familiares. A mí no me premiaron nunca, por mi comportamiento “rebelde”, lo que contrariaba a mis padres que me lo echaban en cara: “Con lo listo que eres y vas y lo estropeas”. A lo máximo que llegué fue a cantar en el coro.
Al acabar el curso nos dijeron que se cerraba el internado. Estaba previsto que yo estuviese un año más y marchase a Úbeda a la Formación Profesional. Los planes cambiaron y, gracias a eso, tuve de profesor a don Ricardo en las Escuelas Nuevas. Un año sensacional, que acabó con el aprobado del ingreso en Bachillerato.
El año del internado en los jesuitas me marcó pero, al contrario que Almodóvar, no pienso que aquello fuese “La mala educación”. No presencié ni tuve noticia de ningún episodio de abuso sexual. Sí que recuerdo que me asustaba bastante con lo del demonio y el infierno. En todo caso, el sentido de la disciplina, que me ha sido valiosísimo en la vida, lo adquirí aquel año. Así mismo el gusto por la lectura y la capacidad de concentración. El balance, por lo tanto, me parece ahora de notable alto”.