POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Como es mi costumbre y norma, empezaré esta clase (perdón, este comentario) con algunas historietas.
¡Cuántas veces habrán oído hablar de MARCO POLO, aquel infatigable comerciante y viajero veneciano del siglo XIII del que se dice que fue el introductor de la pasta (la de comer) en Europa!.
Con mayor o menor detalle él mismo lo insinúa en el libro «IL MILIONE» que, en 1296, escribió a modo de autobiografía y dedicó a su amigo Rusta Pisano, también llamado Rusticiano de Pisa y Rustichello de Pisa.
Usando tales memorias, en 1926, una revista americana (The Macaroni Journal) publicó esta curiosa anécdota, más legendaria que histórica, bajo el título «A saga of Cathay».
Dice así: «Llegando Marco Polo a tierras de la China envió a un marinero a tierra para recoger agua potable. Este vio cómo, en una aldea, una mujer preparaba para su esposo un extraño manjar con forma de largos hilos y que cocía en agua hirviendo. Se enteró de su preparación, que contó a Marco Polo, y, retornados a Venecia, la fórmula se divulgó entre familiares y amigos. Ese marinero se llamaba SPAGHETTI «.
¡Qué cosas ocurren!
Vayamos con otra historia.
Según narra el historiador árabe Idris (Muhammad al-Idrisi, 1100-1166), personaje que vivió en Palermo durante el reinado de Roger II de Sicilia, era en esta comarca italiana donde se elaboraba un cierto tipo de pasta conocida como TRIE y que, pasado el tiempo, dio en llamarse VERMICELLI debido a su forma (delgada y pequeña) que recordaba a la de un gusanito. Avanza el tiempo y con el los medios y métodos de elaboración, y los vermicelli fueron «creciendo en longitud» pareciéndose a un trozo de cuerda o cordel («spago», en italiano) y, por ser muy delgados, SPAGHETTI; es decir, cordelitos.
Bueno, bueno, bueno…
Ayer, para descansar en la redacción de un tema sobre estequiometría de reacciones químicas, me puse a releer un recetario sobre pasta escrito por Iñaki Oyarbide, cuya introducción y comentarios tuve el honor y gusto de redactar. («Las mejores recetas con pasta». Everest S.A: León 1996).
En él se explica una fórmula de «caracolas» acompaña de «vongole», como así llaman los italianos a una salsa de gambas y almejas.
¡Hombre!, me dije. Vamos a cambiar el tercio y sustituir las caracolas por espaguetis y las gambas y almejas por mejillones, que son más baratos.
Así «trabajé el invento»:
Cocí los espaguetis en agua hirviendo con sal y un chorrín de aceite, procurando dejar la pasta un poco «al dente».
Aparte, ya limpios los mejillones de sus barbas, les di un hervor con un poco de agua y un vaso de vino blanco. Ya abiertas las valvas, seleccioné la carne.
Aparte, también, preparé en sartén un pisto con cebolla picada muy fina, pimiento verde (italinano) también picado en menudo, tomate natural (sin piel ni semillas) y, ya en su punto, añadí un poco de salsa de tomate frito.
Llevé este pisto a la cazuela de los espaguetis, previamente escurridos, y rehogué el conjunto durante unos minutos. Seguidamente incorporé los mejillones, mezclando bien, y dejé en reposo durante unos minutos.
Serví de inmediato, bien caliente.
El resultado, como muestra mi foto, está a la vista.
Rico, rico… y a buen precio.