POR FELICIANO CORREA, CRONISTA OFICIAL DE JEREZ DE LOS CABALLEROS (BADAJOZ)
Quisiera tener el don de lengua, la inteligencia preclara y la certeza en el decir para poder trasladar a los lectores el pesar que soporto como español ante este vaho pegajoso y cutre que ha inundado los registros de nuestra sociedad. Somos ciudadanos de un gran país ahora carcomido, contrapunto de otras épocas de relumbre y gloria. Pulula sin respeto una colección de forajidos enroscados a ese beneficio que propicia pertenecer a una clase política que ha hecho de los desvaríos el notición nuestro de cada día.
España lleva una mala racha, y no sólo ni principalmente por la quebrada situación económica.
Sufrimos durante siete años la incompetencia manifiesta de un improvisado presidente; un tipo sin formación ni cautela, cuya pata de conejo para resolver problemas era la sonrisa fácil de un bamby de algodón, permitiéndose el lujo de repartir, consentir y ejercitarse en permisividades para adobar una apología incansable del “buenismo”. Era lo suyo una retórica hueca y torva, huérfana de rigor. Para ZP algunos valores eran sólo palabras, vocablos sin contenido, de tal forma que el relativismo inundó torpemente el articulado de sus decisiones políticas. La fórmula era ideal para camuflar la torpeza y hacer de la bufa improvisación un riesgo ante el que tiraba por el suelo la reflexión y el buen juicio de quienes se han molestado en elevar a conceptos pensados los valores entendidos en una sociedad sabia. Para él la lógica, el discurrir de su nación en la historia, los principios y las viejas virtudes sociales como la misma patria, eran “conceptos discutidos y discutibles”. En este reparto de prebendas sucedió que Cataluña, nuestro gran problema político-jurídico, podía traer a Madrid cualquier modelo de Estatuto seguros de que su buenismo militante lo aprobarían. Así, agrietando la ley, regalando aquello de lo que sólo es un administrador temporal, y usando la transigencia irreflexiva como el invento madre de un estadista de guiñol, sus maneras propiciando la subversión del extremismo rompedor.
Del buenismo hemos pasado al mutismo. Rajoy es un presidente de efecto retardado; parafraseando el a Quevedo, es “un hombre pegado a un folio”; carente de garra se despacha con una frase el desatino catalán, “no habrá consulta fuera de la ley”. Y nada más ¿Acaso no merece la cuestión un repaso riguroso y templado de lo que hemos hecho entre todos? España es resultado de lo que fuimos capaces de articular, es un proyecto de nación hace ya cinco siglos y se renovó de una manera fehaciente con el protagonismo del pueblo a comienzos del siglo XIX, pergeñando el primer texto que es base de nuestro constitucionalismo histórico. Hoy vivimos tiempos distintos y, en efecto, hemos de desterrar el añejado slogan del mesianismo imperial como base de la patria, pero no renunciemos a aprender en la trayectoria de logros y en las virtudes colectivas. Pero la pose no sirve por sí misma; se ha de tener algo que decir y la fuerza entusiasmada para expresarlo, además de beber en las fuentes que manan argumentos. El jesuita Juan de Mariana comenzaba en 1592 la publicación de su Historia de Rebus Hispaniae, donde glosa la importancia de España, descubriéndola por haber peregrinado fuera de ella. Un líder de nuestro tiempo para un país en solfa ha de conocer el pensamiento de los que pensaron, ha de tirar de fuentes y asentar su argumentario en el principio de modernidad que entiende como único sujeto de soberanía al pueblo, fundamento que empieza a tomar cuerpo en el armazón jurídico de las revoluciones de EE UU en 1776 y de Francia en 1789.
Todo pueblo es reo de los errores del pasado, es verdad, pero el conductor de una nación tan compleja y difícil ha de apalancar su gestión en las ideas, huir de las faenas de aliño y tener el coraje de encarar los problemas con sentido del tiempo en el que vive. El caso catalán merece descuartizar la exhibición de agravios que enarbolan aquellos gobernantes para justificar una huída hacia una independencia sumamente problemática. Sólo repasando la historia del franquismo se aprecia el mimo, el agasajo y la dedicación económica de aquel régimen con quienes ahora quieren dar la espantada. Siguiendo esa estela de generosidades, los gobiernos democráticos han primado a los catalanes y los han hecho cómplices de la gobernación sin que ellos se mancharan las manos, usándolas para levantarla y apoyar al gobierno de turno previa dispensación de talonario. Por ello es hoy pertinente recordar el pensamiento de Sánchez Allbornoz cuando escribía sobre la modernización desequilibrada española por existir una “economía dual”, unas regiones con emergencia industrial, como Cataluña, y otras con una economía agraria con técnicas atrasadas. Pero en todo el siglo XIX, época tan dispensadora de improvisaciones, tan azarosa y revolucionaria, no se puso en peligro verdaderamente la integridad del Estado como hoy en Cataluña, una tierra española que quiere llevar a Nebrija al paredón de fusilamiento.
Aun con ser grave esto, no lo es todo. La corrupción, la ambición, la falta de transparencia, el favoritismo de la clase política, la economía sumergida de las grandes fortunas que hacen más sufridores a los currantes sin pedigree que no pueden escapar de la vigilancia y ambición recaudatoria sobre los que menos tienen, la emigración de nuestros hijos para buscar lo que aquí no hallan, la falta de independencia de la justicia, que trabaja del ronzal del poder ejecutivo, con tal lentitud que permite que prescriban los delitos. Y el bochorno de la puerta giratoria para colocar a los del clan, aunque sean legos de las actividades a las que se dedica las empresas de cuyas ubres gozarán. El incumplimiento de los programas electorales convierte en un fraude fatal que invalida el pacto tácito con los ciudadanos que han votado esas propuesta. El linchamiento a los jueces que intentan poner orden sin someterse a la disciplina del poder (Gómez de Liaño, Garzón, Castro, Elpidio, Alaya…) evidencia cómo en casos de favoritismo excelso el fiscal hace de padrino del encausado. La falta de ejemplaridad de la Corona ha venido a enfangar más todo este charco amarronado, escuálido de cualquier referencia ética.
Por todo esto, hace falta un rescate urgente de la moral, una publicitación estética de maneras nuevas, una revisión del modelo constitucional y de la España autonómica que no podemos pagar, una regulación de la independencia de poderes, una nueva ley electoral, una fórmula que saque de la zorrera a las sanguijuelas de plantilla. Hace falta una mano con talento que no practique el mutismo como ejercicio de la gobernación y propicie una nueva filosofía del servicio público.
Cuenta el Embajador de Florencia ante el rey Fernando de Aragón, Francesco Guicciardini, que en conversaciones con el monarca éste le manifestó que “España era una nación muy apta para las armas, pero desordenada, y que se obtendría buen fruto cuando hubiese alguien capaz de mantenerla bien organizada”. España precisa un valedor con sentido de Estado y respetado tanto por su talla intelectual y por su coherencia política, como por estar libre de cualquier salpicadura de corruptela. Se precisa a alguien que esté fuera del cotarro burlesco de componendas financieras del máximo nivel. Alguien que sepa entusiasmar, elevar el optimismo, impulsar leyes bien medidas contra los gatuperios de alto copete. Precisamos a una persona capaz que por encima de la conveniencia financieras de unos pocos, que sepa asear la marca España.
Necesitamos un líder de otro estilo, como ha hecho la iglesia católica, que se ha ido en busca de un hombre sencillo, religioso, encastado en la entraña popular que conoce bien el sesgo problemático de nuestro tiempo. Un hombre inteligente ajeno a las barrigas bien socorridas del colegio cardenalicio, un avistador del mundo real que siente en su pecho el agobio de los otros.
Si no lo hacemos estos comediantes que hablan sin decir nada nuevo, que se repiten aburriéndonos, y que actúan como barraganas bien remuneradas después del servicio, acabarán con lo mejor que tenemos, la esperanza de la gente. Si ese líder no tapona los vericuetos legales y la ingeniería cuca por los que se escapan los que les buscan las vueltas a la legalidad, maldita herencia dejaremos
Ya lo pronostiqué en este medio (HOY el día 3 y 4 de marzo de 2014), si no se pone ya remedio asistiremos a una subversión social. No sé cómo vendrá, si de la mano de partidos rompedores y populistas, o de quienes innoven otros modos de calentar a la concurrencia. Pero desde luego si mantenemos los paños calientes y la tibieza en el consentir vamos hacia un país descuartizado por la ambición.
España necesita un líder que pulverice estos delirios de la ambición, donde Goya podría pintar nuevos monstruos. Es urgente tener a quien sea capaz de fletar un estrenado diseño de hacer política, ayudándose no de asesores correligionarios sino de una minoría competente. En su “España invertebrada” decía Ortega y Gasset que la principal “anormalidad” de nuestra historia había sido “la ausencia de los mejores”, la falta de “minorías egregias” en la gobernación. Y en esa carencia estamos también hoy, donde un oportunista sin escrúpulos puede tener un cargazo y cuyo único mérito es haber sido compañero de pupitre de otro que, casualmente, llegó al poder por el dedo de un amigo.
Fuente: Diario HOY. Badajoz, 31 de octubre de 2014, pág 18