POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
La palabra ‘esquilar’ la define el diccionario de la Lengua Española, como ‘cortar lana o pelo de los animales’. Concretamente, la lana de las ovejas: sucia, ennegrecida y crecida, se esquila durante los meses de primavera y es aprovechada, tras su limpieza y secado para rellenar colchones de dormir, así como para fabricar tejidos de lana.
Aunque en Ulea resultaba ser un oficio casero, cada ganadero esquilaba a sus ovejas con las clásicas tijeras desde tiempos inmemoriales, fue a finales del siglo XIX, cuando aparecieron verdaderos profesionales de la esquila; concretamente, los venidos de los campos de Cartagena y La Garapacha, sin contar que hay constancia de que, durante los siglos XV y XVI, ya lo ejercían los pastores venidos de la comarca de Albaida, tales como la familia Pay y Fuster, que, al cabo de tres años consecutivos de venir a Ulea con sus ganados, en la época del rastrojo de los sembrados de cereales, tomaron la decisión de fijar su residencia aquí de forma definitiva, siendo las raíces en nuestro pueblo y la comarca de las sagas Fuster y Pay (en sus inicios Payá que, por error de trascripción del escribano de Ulea, perdió la «a» final y quedó en Pay hasta nuestros días).
Pues bien, estos profesionales esquiladores que respondían a los nombres y apodos de Nieto, Chiquel, Pagán, Turpín y algún otro de menor enjundia, venían las primaveras -época de la esquila de las ovejas- y dejaban peladas sus pieles. Tras tres años de venir en época de esquila, como ellos eran ganaderos decidieron traer sus ganados y asentarse en Ulea, en donde siguieron ejerciendo de esquiladores, además de cuidar de sus ganados, tanto ovino como caprino.
Este oficio fue santo y seña en los apriscos uleanos hasta hace unos 40 años, fecha en que aparecieron, por el sureste español, unas brigadas de esquiladores, de origen polaco, curtidos en este oficio de la esquila y, además, con utensilios más sofisticados que al ser más rápidos y económicos, provocaron la jubilación forzosa de los esquiladores uleanos. Sí, con sus maquinillas especiales, conseguían limpiar de lana a las ovejas sin producir las temidas heridas en la piel del ganado ovino, que los esquiladores uleanos no podían evitar al moverse las ovejas, por tener que trabajar con unas tijeras cortantes y punzantes. No obstante, los Chiquel, Turpín, Nieto y Pagán; seguían esquilando sus propias ovejas.
El trabajo de esquilador era extenuante y les dejaba exhaustos ya que, si querían sacar unos sueldos aceptables, se veían obligados a trabajar entre 10 y 12 horas diarias y, todas ellas, en cuclillas.
Esa lana esquilada, sucia y ennegrecida, era lavada en los arroyos, brazales y acequias uleanas y, una vez desprendidas las inmundicias, se tendían para que el sol y el aire las secara. Una vez secas y limpias, se utilizaban para rellenar colchones de dormir, sustituyendo a los clásicos de «perfollas» y, además, para fabricar tejidos de lana.
Fui testigo de este oficio inmemorial que prevaleció hasta la década de 1965-1975. Una anécdota que testifica cuanto escribo, me ocurrió estando ejerciendo de médico en Alicún de Ortega (Granada) en el año 1966. En el mes de julio, cuado contraje matrimonio, un paciente de este pueblo, gran amigo y mejor persona, ganadero de ovejas y cabras, me obsequió, como regalo de bodas, con un buen hato de lana, ya preparada para usar, con el fin de rellenar el colchón de mi cama matrimonial. Era un hombre agradecido y, con todo el cariño del mundo, me obsequió con lo mejor que tenía.
En Ulea, los propietarios de ganado lanar, seguían esquilando sus ovejas, pero, poco a poco, al aparecer en el mercado colchones de otros materiales menos mullidos pero más fisiológicos y económicos, dejaron de efectuar las faenas de esquiladores; pasando a la historia un oficio tan antiguo como los orígenes de la humanidad.