POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Caminaba el domingo a las diez por la Rúa de San Roque, en Santiago, y en la esquina de la Praza das Penas, sentado en el quicio de Caixa Bank, un mendigo con magnífico aspecto, al verme desorientado, me preguntó qué buscaba; le dije que el convento de Santo Domingo de Bonaval, el Museo do Pobo Galego, para visitar el panteón de Rosalía de Castro. No era como los pordioseros de antes, harapiento, vestía mejor que yo y hasta parecía feliz, y en esa línea contribuí con una limosna. Me indicó que quizá era el que asomaba poco más allá, en la misma calle, un convento que resultó ser de Santa Clara. Al volver por mis pasos se lo dije y me respondió: “Es que soy de Albacete y sólo llevo aquí seis meses”. Bonaval quedaba a unos cien metros, frente a él, por la Rúa Valle Inclán; pero, ¿cómo saberlo el pobre si sólo llevaba seis meses en aquella esquina? Además no era guía, corría el riesgo de que le pagaran por trabajar.
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