POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
No hay querencia más murciana que arrimar el hombro a un paso. Bastaría colocar una tarima en la Gran Vía de Murcia para que a los cinco minutos no cupiera bajo ella un nazareno más. Y cuanto más pese, cuanto más queme la madera, más atractivo resultaría el reto. Pero todo tiene un límite.
Eso les ocurrió a los sacerdotes durante el Corpus de 1679, cuando comprobaron cómo la nueva custodia, la misma que desfilará este jueves por las calles, como diría un castizo, no había Dios a levantarla. Y hasta alguno moriría. La obra llegó a Murcia en noviembre de 1678. Era de plata y oro, encargada por el Cabildo de la Catedral a los orfebres toledanos Antonio Pérez de Montalto y su hijo Miguel, quienes la concluyeron un año antes.
Las actas de la Diócesis recogieron la noticia de este «soberbio templete de pista, que consta de cuatro cuerpos, que se levantan sobre elegante y artístico basamento». El primero de ellos, entre columnas salomónicas, está reservado para el cáliz donde se deposita la Sagrada Forma. En el segundo se modelaron estatuas de Santa Ana, San Joaquín y varias mujeres presentes en el nacimiento de la Virgen María, titular de la Catedral. Respecto al tercer cuerpo, ya más estrecho, atesora una de las curiosidades de la pieza. Allí puede admirarse a un pelícano abriéndose el pecho.
La figura del pelícano no es desconocida en Murcia como símbolo de Cristo. Al parecer, esa ave llega a producirse heridas para alimentar, llegado el caso, con su sangre a los polluelos. En la ciudad existió otro pelícano del que hoy solo quedan sus alas. Estaba coronando el relieve de la Matrona del Almudí.
El último cuerpo de la custodia es un cimborrio coronado por la imagen de San Juan Evangelista. Además, le sirven de adorno cuatro faroles y cuatro jarrones de platas con ramos de azucenas, «por ser las armas de esta Santa Iglesia», reza el contrato. Pocos saben que el peso de la nueva custodia, que era portada a hombros por los curas, causó no pocos problemas de salud a algunos de ellos que, según las crónicas «se hallan quebrados». Peor le ocurrió al licenciado Marcos Zamora, quien «murió del mismo achaque todo ello por el peso de la andas».
Total. Como cuenta el profesor Manuel Pérez Sánchez, los sacerdotes amenazaban con un plante si el Santísimo no se llevaba en andas de menos peso. Y el Cabildo, en cambio, se negaba a restar monumentalidad a la cosa. La solución fue colocar la custodia sobre un carro de madera de olmo y pino en color plata. El encargo se realizó en 1691.
A tomar la Trapería
En el día del Cuerpo de Dios se relajaban las normas de convivencia en aras de la festividad. Así, según consta en las ‘Actas Capitulares’ de 1481, se permitía que se «pueda cabalgar quien quisiere y se corran por la calle de la Trapería». Pero ojo, hasta la hora de la oración, so pena de quinientos maravedís para quien no respetara el horario.
El jueves del Corpus tampoco era infrecuente que algún toro fuera agarrochado en esa calle, gran vía de aquellos años que acostumbraban a entoldar para evitar la calorina de junio en Murcia. Una de esas disposiciones lleva la fecha del 13 de junio de 1419.
La organización del cortejo era precisa y puntillosa. Aunque a veces se les iba la mano, sobre todo en cuanto a la duración del desfile. Eso causaba que, ya al retorno, la comitiva observara menos seriedad. De hecho, a partir de 1466 tuvieron que dividir la ciudad en dos sobre un plano para desfilar en años alternos por distintas zonas. A un lado, la parroquia de San Lorenzo. A otro, la de San Bartolomé.
La procesión costaba no pocos reales al Ayuntamiento. De entrada, corría con los gastos de instalar el llamado catafalco en Trapería. Se trataba de una tribuna para que «los regidores y oficiales del dicho Concejo» pudieran ver el paso del cortejo a sus anchas.
Al parecer, como muestra otra acta de 1470, los que entonces mandaban en Murcia «están muy apretados entre la gente que allí anda cuando pasan los entremeses que van en la procesión». Pero la cosa no quedaba ahí. Los regidores y los juglares que habían participado en la procesión también celebraban después una comilona. En 1430, por ejemplo, se sirvieron cinco arrobas de pan y cinco de vino, una ternera, dieciocho pollos, un jamón, cuatro libras de vacas, más los postres y las frutas.
De nuevo, la costumbre fue bien acogida. Incluso en 1476 se aseguró lo necesario para que hubiera «yantar y cena». También cena. A los juglares, que solían ser moros, se sumaban gaiteros y trompeteros. Todos, aparte de almorzar bien algunos años, cobraban un salario por sus servicios.
Peleas entre gremios
Los gremios se sumaban a la procesión con no pocos encontronazos entre ellos por la cuestión de las preferencias. Eso sucedió en aquella ocasión cuando los cardadores de lana exigieron ir delante de los tejedores, quienes se negaron. O cuando los ‘agujeteros’, que confeccionan cordones o cintas, denunciaron cómo los zapateros no les cedían el pendón para desfilar, tal y como tenían acordado.
La participación de los gremios estaba regulada mediante una ordenanza que imponía sanciones a quienes no acudieran al Corpus o llegaran tarde. Además, establecía la obligación de celebrar un ágape tras acabar el cortejo. Las sanciones recaían en aquellos vecinos que, al paso de la Custodia, no se arrodillaran, aunque fuera sobre el lodo, y luego se integraran en la comitiva hasta retornar a la iglesia. A los judíos o moros se les imponía la misma norma, además de permitirles vestir ese día trajes de ceremonia y seda, o la posibilidad de «apartarse y esconderse», como destacó Luis Rubio en un fantástico estudio sobre la fiesta.
Lo más aplaudido por los parroquianos era el paso de los llamados misterios o entremeses, representaciones sobre carromatos de pasajes del Antiguo y Nuevo testamento y de las vidas de los santos.
No siempre fue fácil organizar el Corpus. Algún año se negaba el Concejo advirtiendo de que no tenía fondos para la celebración. En 1481, ante esa negativa, tres murcianos pidieron que se les entregaran los carros y ellos correrían con los gastos. El alcalde se negó. Y aquellos asaltaron el almacén, tirando una pared, y se los llevaron. Al final, hubo Corpus. Como para no haberlo.
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