POR ANTONIO LINAGE, CRONISTA OFICIAL DE SEPÚLVEDA (SEGOVIA)
He encontrado algo que os transmito casi en consulta pues es rarísimo. Estamos a fines del siglo XVI. El cura de San Gil, Francisco Diez, quería ser enterrado en San Bartolomé y compró allí una sepultura por 100 reales. No estaba enfermo. El 6 de mayo de 1599 firmó la compra con el cura de San Bartolomé y cuatro testigos, otros dos curas y dos seglares. Esos testigos no hacían falta. Pero no nos habría chocado su presencia, como una solemnidad añadida entre amigos en circunstancias normales. Pero ese día era muy anormal. Ya había empezado la peste en Sepúlveda. El 28 de abril solo en San Bartolomé hubo cinco muertos. Así las cosas, ¿cómo se les ocurrió esa firma solemne, reunirse cuando no había ni animo ni tiempo y no era necesario, cuando el terror ya se había desatado? Acaso el miedo mismo les hizo contra viento y marea hacer algo tan inexplicable. No sabemos hasta donde se puede llegar en situaciones como esa.
Pero hay algo mucho más raro aún. Y es que se gastó real y medio en el alboroque o celebración de la firma. Algo que ni en tiempo normal era corriente. Yo nunca lo he visto. Es la única venta de sepultura en que aparece. ¿Qué os parece? Con la villa llena de muertos, enfermos con necesidad de recibir los sacramentos, terror al contagio, no se concibe que se juntaran a merendar celebrando la venta de una sepultura. Sólo puedo suponer que la merienda tuvo lugar antes de la firma, cuando de palabra se concertó la compra y antes de la epidemia.
En fin, vayamos a algo menos lúgubre. En 1642 estaba de visita en la villa el obispo fray Pedro de Tapia. Y decretó que a la hora de la misa de la cárcel no se pesara carne en la carnicería. Entonces la capilla de la cárcel estaba donde ahora turismo y la carnicería municipal, que era también una especie de fielato, enfrente, destruido su recinto cuando se derribó el arco .La decisión episcopal lo que nos demuestra es que aquellas gentes eran más ruidosas que nosotros, pues el peso de la carne en sí, de no ir acompañado de voces, acaso no del todo honestas si había mujeres piropeadas picantemente, no habría sido tan perturbador dela misa de los presos.
A propósito del derramamiento de sangre en El Salvador, he visto la ceremonia de la reconciliación de las iglesias, necesaria para volver al culto después de haberse cometido y era muy sencilla. Se rociaba toda la iglesia y más el lugar del crimen con agua bendita diciendo el salmo exurgat deus .Pienso que no sería cantado sino rezado. Pero que no se apene Pedro. Podría también cantarse, La ceremonia la debía hacer el obispo, salvo que hubiera motivo de urgencia. y este le había casi siempre, pues volver a abrir la iglesia era urgente, de manera que lo hacía un cura. cuando aquel estudiante italiano se disparó un tiro en Notre Dame de Paris, durante la última misa, la ceremonia fue inmediata.
A Pedro ya le dije que recordé intensamente a su padre, Ullpiano, al ver la película Populaire, de Regis Roinsard. Podéis mirar en internet. Ulpìano era el mago de la mecanografía en nuestro Ayuntamiento.
Y me despido con una reflexión. Los teólogos dicen que en la otra vida se goza de la suprema felicidad de ver a Dios. Pero eso es compatible con lo que laman la gloria accidental. Por ejemplo disfrutar de las cosas que les gustaron en esta vida. Por ejemplo, en mi caso, ver a Ulpìano teclear el pregón de la fiesta de los fueros de este año.